Este artículo se publicó hace 8 años.
Jorge Valdano: “La derecha es incapaz de contener su codicia”
Jorge Valdano (Las Parejas, Argentina, 1955) es el fútbol hecho verbo. Pocos lo dibujan y analizan como él, que creció feliz en su pueblo, saltó el charco para jugar en el Alavés, vio en primera persona el gol del siglo de Maradona, finiquitó a la Quinta del Buitre, dio la alternativa a Raúl y sufrió a Florentino Pérez y a Mourinho
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Ahí aparece al fondo con paso tranquilo, como de modelo, y un traje azul marino que le queda como un guante, camisa azul clara y corbata a juego. Lleva en una mano su último libro, Fútbol: El juego infinito (Conecta), que acaba de publicar. Conforme avanza, su figura y su porte se agrandan hasta esos casi ciento noventa centímetros. Jorge Valdano (Las Parejas, Argentina, 1955) es el fútbol hecho verbo. Pocos lo dibujan y analizan como él, que creció feliz en su pueblo, saltó el charco para jugar en el Alavés, vio en primera persona el gol del siglo de Maradona, finiquitó a la Quinta del Buitre, dio la alternativa a Raúl y sufrió a Florentino Pérez y a Mourinho.
-El Campito de la iglesia vio casi sus primeras patadas a un balón.
[Risas] Sí, eso es. Yo siempre digo que en mi casa estaba la seguridad, en el colegio la obligación y en el Campito de la iglesia, el fútbol, que era la libertad. Todavía tengo recuerdos frescos de aquellos días; de la urgencia con la que comía para llegar antes de que se formaran los dos equipos, el orgullo de que me eligieran primero. Y luego el placer de jugar, el amor a la pelota, sobre todo, que llega antes que el amor al fútbol. Sobre todo en Argentina. Allí, antes que querer al fútbol, queremos a la pelota. Por eso amamos tanto a Maradona, porque fue capaz de hacer lo que le dio la gana con la pelota.
-¿Por qué sucede ese amor antes a la pelota que al mismo fútbol?
Porque es el amor al regate, a la habilidad, al manejo de la herramienta de una manera virtuosa. Eso tenía mucho prestigio; más que el que tiene ahora. Si en el fútbol argentino hay decadencia, ésta tiene que ver con la pérdida del amor a la pelota.
-¿Cómo recuerda la Argentina de aquella época?
Era una Argentina segura. La hora para volver a casa era cuando se hacía de noche. Éramos chicos ingenuos que teníamos una relación entre nosotros, con la naturaleza, con el juego, totalmente inocente. Yo hablo desde mi pueblo, claro, que era lo que conocía, donde no había demasiada sofisticación para ser feliz. Nos bastaban tres cosas para sentirnos plenos. Por lo demás, de fondo una Argentina siempre trabada políticamente. Por ejemplo, yo crecí sin poder pronunciar la palabra Perón. Estaba como proscrita en todo el país. Cuando llegaron los gobiernos militares, Perón terminó siendo una mala palabra. Pero, como la libertad siempre pide paso, uno en todas las esquinas siempre se encontraba con una proclama tipo: “Perón vuelve” [risas].
Yo formaba parte del trasfondo social. Había un cine con matiné y noche los fines de semana y poco más. Luego, un par de equipos de fútbol de los que yo formé parte desde pequeño. Uno, cuando tenía nueve años, que se llamaba Los Valientes, con una camiseta blanca con una uve en el pecho [risas]. Luego ocurrió una cosa curiosa: empezaron a asfaltar el pueblo y los del centro éramos un equipo que se llamaba Pavimento. Y los del barrio más popular crearon otro que se llamaba Tierrita. Y como la comercialización no había llegado al fútbol, Tierrita absorbió a Pavimento [risas]. Todo lo contrario que en la comercialización. Jugamos algo así como quince campeonatos y ganamos catorce. Teníamos once o doce años y un entrenador al que recuerdo con mucho cariño. En aquellos partidos teníamos camisetas, botines y mucha gente que nos venía a ver. Y todo eso me ayudó a fantasear con la idea de ser algún día futbolista de verdad.
-Y después llega el fútbol profesional.
A mí el fútbol profesional me entró a través de la palabra; la radio y la revista El Gráfico, que me ayudaron a idealizar todo ese mundo. Con quince años ya jugué en Primera División en mi pueblo, con los ídolos de mi infancia, que ya tenían treinta años y algo más, que me enseñaron muchísimo el oficio del fútbol. Y con dieciséis me fui a probar a Newell’s e inmediatamente me aceptaron. Para mí, jugar con chicos de mi edad era hasta demasiado fácil porque ya había jugado un año entero con hombres y me habían pegado muchas patadas. Ya tenía algunas nociones básicas sobre el oficio. Me ocurrió una cosa que no alcanzó a desmoralizarme: yo estaba a un paso de la Primera División, en Tercera, que es la anterior a la Primera. Tenía diecisiete años recién cumplidos y llegó [Jorge] Griffa de España para hacerse cargo de las divisiones inferiores. Y de un tirón me bajó cuatro divisiones porque decía que cada jugador tenía que jugar con los de su edad. Tuve que remar un año más para llegar a Primera, donde debuté con dieciocho recién cumplidos.
-Pero llegó.
Llegó, llegó, y con mucha suerte. Ese año jugué sobre diez partidos en Primera y fue el primer año en la historia que Newell’s salió campeón. Debuté en la selección argentina, salí campeón y fui portada de El Gráfico por primera vez en mi vida, que para mí era tanto como el título. Debuté en la selección mayor en un partido inolvidable. Íbamos perdiendo 2-1, me metió [César Luis] Menotti, hice el gol del empate y el 2-3 y ganamos en el centenario después de veinticinco años que Argentina no lo hacía. Todas aquellas cosas que me fueron pasando eran muy grandes y muy puntuales. Eso provocó el interés de España, de manera que con dieciséis años y empujado por Griffa, terminé en el Alavés.
-¿Por qué da el salto a una Segunda División española?
En el Alavés estaba de gerente José María Zárraga, capitán del Real Madrid en las cinco Copas de Europa y amigo de Griffa. Cuando le fue a preguntar a Griffa a quién se podía llevar a España, le dijo que yo era la mejor elección posible. Ya mí me ofendía mucho la manera de convencerlo. Le dijo que yo era un jugador europeo: grande y potente. Y yo quería ser un jugador argentino, no europeo [risas]. Quería ser hábil e imaginativo, no fuerte, veloz y potente.
-¿En algún momento se arrepiente de ese movimiento?
No. A mí me faltó mi padre cuando tenía cuatro años y cuando empecé en el fútbol fue cuando de verdad lo eché en falta. Un mundo de hombres, en el que es necesario apoyarse en algún consejo que te ayude a entender lo que es bueno y lo que es malo. Por ejemplo, cuando me llega la oferta del Alavés, me la vienen a ofrecer un día a las ocho de la tarde y tenía que contestar al día siguiente a las nueve de la mañana. Y nunca me he sentido tan solo. Pero muy seguro. Cogí el coche en Rosario, donde vivía, hasta mi pueblo para comunicarle a mi madre que me iba a Europa. Mi madre siempre me dejó ser, algo que le agradeceré toda la vida. Y me vine. ¿Me arrepentí? No, sería muy desagradecido decir eso. Quizás no fue una buena decisión profesional, pero si no lo fue, que no lo sé, lo compensa con una excelente oportunidad personal. Maduré mucho, me convertí en una persona nueva. La soledad me ayudó a ser quien soy. La lectura me permitió empezar a relacionarme con otro tipo de gente y no sólo con la que hay alrededor del fútbol. En fin, fue una aventura muy muy interesante. Quizás retrasó mi evolución personal, porque mi idea era llegar al Alavés en Segunda y, como en Argentina todo me había funcionado tan bien, llegar al Real Madrid inmediatamente. Y bueno, llegué al Madrid diez años después.
-Pero también llegó.
Llegué, llegué. Arrastrando los pies, pero llegué [risas].
-Esos años en los que ya está en España coinciden con el Mundial de 1986, el que se quita la espinita del de 1982, en el que se lesionó. No estaban muy unidos en el combinado de aquel torneo de México.
Aquello está a punto de cumplir treinta años y ahora en Argentina están reuniendo a los jugadores porque hay mucha oferta para hacer libros, documentales y de todo. Y pregunté a un amigo, del que no diré el nombre para no comprometerlo, cómo estaba el grupo. Y me dijo: “Más desunido que antes del Mundial” [risas]. ¡Treinta años después y no podemos ni organizar una cena para festejar! [risas] A mí todo eso me llegó ya al final de mi carrera, cuando empezaron a ocurrirme cosas muy importantes: llegar al Real Madrid, ser campeón de Liga, de UEFA y del Mundo en un mismo año. Es como que se me acumuló todo lo que había sembrado a lo largo de mi vida y viví experiencias de una fuerza emocional tremendas, como el Bernabéu con 120.000 personas empujándonos para las grandes remontadas. Aquel 4-0 contra el Borussia, lo del Anderlecht, el Inter… Todos aquellos partidos que crearon el mito del miedo escénico. Y luego un Mundial, que es algo más raro.
-Y que llegó casi en el momento más inesperado.
Sí, sí. Éramos como el ejército de Pancho Villa cuando llegamos a México. Debutamos contra Corea y teníamos dudas de que pudiéramos ganarles. Y luego, en un mes, la transformación fue tan grande en lo anímico que no teníamos ninguna duda de que ganaríamos a Alemania. Y después la ebullición Maradona, el primer héroe. No es extraño que la película del Mundial de 1986 se llame Héroe, en singular. Porque el héroe era Maradona indiscutiblemente. Y yo creo que fue el primer jugador moderno, por decirlo de algún modo. El primer gran producto de consumo publicitario e intelectual, porque grandes escritores empezaron a escribir artículos sobre el fenómeno Maradona. No sólo por aquellos goles, sino también por la fuerza de su personalidad. A Diego le han escrito más de ochenta canciones, por ejemplo. Y tiene documentales, libros… Es un personaje en el que coinciden el bien y el mal, la pobreza y la riqueza. Es uno de los tipos que ha hecho un viaje más largo. Ha estado muy abajo y muy arriba. Y ha sabido sobrevivir a todo. Y eso le ha convertido en una leyenda.
-Cada cual tiene su concepto de Maradona. ¿Cuál es el suyo?
Yo me quedo con lo que me dejó dentro de la cancha, que era el lugar donde se sentía feliz. Y en donde era un tipo valiente, generoso y divertido. Dentro de la cancha se sentía dominante; la sensación era de plenitud, como que hubiera nacido allá adentro, que es lo que deben sentir los genios cuando manejan la actividad que desarrollan y que cuando más gente hay mirando, más felices están.
-Y fuera de la cancha, ¿qué le ocurría?
No, nada en especial. Era un tipo que, por su enorme popularidad, sufría unos niveles de acoso con los que no es fácil convivir. Pero Diego en el mano a mano ha sido siempre un encanto de persona.
-Va Maradona, mete aquel gol regateando a todo el mundo y luego le dice que se pasó toda aquella jugada buscándole a usted.
Sí, eso me sirvió a mí para hablar de cómo funciona la cabeza de un genio en acción. Me dijo dos cosas sorprendentes. Una es esa. Yo le dije: “Bueno, se terminó la discusión; ya comés en la misma mesa que Pelé”. Y me contestó: “Mira como son las cosas; yo durante toda la jugada te la quería dar a vos que venías en el segundo palo y siempre se me cruzaba un inglés que me hacía cambiar de idea”. Y yo le respondí: “¿O sea que también me viste a mí?”. Todavía ahora no puedo entender cómo me pudo ver a mí porque está tan concentrado en la pelota que es imposible que la mirada periférica me alcance a mí, pero Diego tenía ojos esparcidos en el cuerpo. Tenía una visión periférica que es una de las características de estos genios.
Y lo segundo que me contó es todavía más extraordinario. Me dijo que había hecho una jugada parecida a esta en Wembley unos años antes, sólo que cuando llega a Shilton, se la tira al segundo palo y va fuera. Y cuando vuelve a Argentina, el hermano le dijo: “Tenías que haber eliminado a Shilton”. Y él le respondió: “Soy Maradona, no Dios. ¿Qué querés que haga?”. Pero Diego afirma que cuando llegó a Shilton se acordó de su hermano y entonces hizo lo que su hermano le había dicho. Pero fíjate la cantidad de ideas aprovechadas y rechazadas que tiene un tipo cuando está metido en un lío de esas características.
-La mano de Dios, tan éticamente reprobable para alguien muy preocupado por esa cuestión como usted, como celebrable. Debió y debe ser un dilema para usted.
Con el tiempo [risas]. En ese momento no. Además, en mi anterior libro ya me declaro el primer cómplice porque fui el primero que va a abrazarlo, dando sensación de autenticidad, de legalidad. No se me escapó la risa en ningún momento [risas].
-Benedetti, al que admira, expresó: “Aquel gol con la ayuda de la mano divina es por ahora la única prueba fiable de la existencia de Dios”.
Sí, hay que ser argentino para entender lo que significó aquello. Aquellos dos goles han sido entendidos como una obra de arte y como un monumento a la picardía, si hablamos de uno o de otro gol. Pero no se ha contado como la historia de una venganza, que en realidad así lo sintió Argentina. Fue algo así como: “Con bombarderos ganan ustedes, pero sin bombarderos ganamos nosotros”. La guerra de las Malvinas todavía estaba muy fresca. En estos días, que se cumplen treinta años, gente que ha venido a hacerme entrevistas para los documentales me trajo un cuadro con unas declaraciones mías de antes del encuentro. Entonces, yo decía que era un buen partido para que se equivoquen los imbéciles que mezclan política con fútbol. Treinta años después, ha quedado claro que el imbécil era yo, porque la historia de aquel partido relacionado con la política no ha hecho más que crecer. Aunque es verdad que en los días previos hicimos todo lo posible para centrarnos en lo futbolístico y no salir a afrontar una batalla, porque eso sólo nos podía confundir. Y cuando los argentinos nos pasamos, terminamos con ocho en la cancha. No hubiera sido un buen negocio.
-Ganan aquel Mundial con Bilardo, pero usted siempre fue de Menotti. Tamaño dilema.
Lo dije antes del campeonato, durante el campeonato, antes del partido y después del campeonato. Fui menottista con Menotti, con Bilardo y después de salir campeones. Y no tengo ninguna duda al respecto. Aquello no cambió ni un centímetro mi posición. Dicho esto, Bilardo me trató con deferencia incluso. Los números de las camisetas se daban por orden alfabético, excepto a Pasarella, a Diego y a mí, que nos respetó el número que llevábamos en nuestro equipo. Tuvo conmigo amabilidades que lógicamente le agradezco. Y debo de decir que lo que me pedía dentro de la cancha no era muy distinto a lo que yo hacía en el Real Madrid en esos días. Yo era un poco el Lucas Vázquez o el Di María del Real Madrid, o sea un delantero que hacía el trabajo de un mediocampista. El único partido donde se me pidió algo que ya pisaba la línea roja fue la final, en la que me mandó hacer de hombre a hombre a Briegel. Y bueno, cuando uno acepta ir a una selección está obligado a cumplir el plan general.
-En 1994 llega al Madrid como entrenador para frenar al Dream Team de Cruyff.
Sí, y con un equipo en transformación. Ocurrieron cosas muy buenas, como la aparición de Raúl, de Álvaro Benito o de Guti. Y también cosas muy malas: yo tuve que enterrar a la Quinta del Buitre, que habían sido compañeros míos. Pero en ese primer año, que fue de efervescencia, no sólo ganamos el título al Dream Team, sino que le quitamos la pelota, que era mucho más difícil que quitarle el título. Jugamos muy muy bien. También es cierto que concentramos todos los esfuerzos en la Liga porque no nos sobraban suplentes.
[De pronto, a lo lejos, en el hall del hotel aparece Juanma Lillo con su hijo y Valdano exclama: “¡Mira, otro filósofo!”. Se acerca poco a poco el técnico tolosarra y el argentino le vacila: “Le estoy diciendo [al periodista] que ahí viene Lillo, que ya tiene canas. Eso sí que es una vergüenza, que Butragueño y tú envejezcáis”. Se dan un fuerte abrazo y, entre risotadas, se emplazan a tomarse algo en la cafetería tras la entrevista]
-¿Cómo se tomó la Quinta del Buitre que prescindiera de ellos?
Algunos bien y otros mal. La mayoría mal. Pero bueno, el tiempo luego ayuda a revertir las situaciones. Raúl se quedó con el puesto de Butragueño, pero cuando yo volví al Madrid en calidad de director deportivo, fui a buscar a Emilio para que me acompañara como adjunto. En ese aspecto, el fútbol tiene reglas que son despiadadas. Es así.
-Cappa, en una entrevista en este mismo serial, dijo del descubrimiento de Raúl: “Era un depredador. Butragueño era un poeta del área; un poeta con gol. Te mataba con poesía. Te regalaba una flor y después te hacía el gol. Y Raúl no te regalaba ninguna flor; te hacía el gol".
Raúl es un tipo con una capacidad de síntesis tremenda. Efectivamente, no adornaba la jugada. Si hubiera podido enderezar una línea recta, la hubiera enderezado un poquito más. Y viviendo era igual. Yo siempre cuento que un día estábamos en Dortmund y al día siguiente jugábamos un partido de esos de irse o quedarse en Europa. Y en el vestuario empezaron Ronaldo y Roberto Carlos a hacer jueguitos con la pelota. Y yo estaba hipnotizado, porque hacían cosas maravillosas; como buen sudamericano, estaba con la boca abierta y me sentí un privilegiado. Y justo Raúl pasa a mi lado y me dice: “Todo esto para ganar mañana no sirve para un carajo” [risas]. Me dio un baño de realismo de una crudeza terrible. La frase se parece a Raúl, que era un jugador en serio, no se iba nunca por las ramas.
-"Cuba representa la dignidad acorralada". ¿Aún se acuerda de aquello?
Sí, la dije hace muchísimo tiempo. A lo mejor ahora haría falta matizarlo, pero sólo porque esté un poco menos acorralada, no por otra cosa. Pero, para mi generación, sin duda representó la dignidad. Y el acorralamiento forma parte de una indignidad histórica, de una época en la que EEUU era tan responsable del aislamiento de Cuba como de la muerte de Allende. Ahora que empiezan a desclasificarse los documentos nos enteramos de cosas que son de un nivel de infamia extraordinario. Lo que pasa es que el tiempo atenúa la carnicería.
-Del Madrid, tanto en su etapa de entrenador como en la de directivo, sale de manera precipitada. ¿Cuál le dolió más?
[Se lo piensa unos largos quince segundos, tratando de medir mucho las palabras] En las dos ocasiones, la verdad es que tuve mucho sentido institucional. Siempre que llegué había problemas de gran calado. Como entrenador, problemas económicos y directivos. Cuando me fui, fue precisamente el momento en que Lorenzo Sanz arrebata la presidencia a Mendoza, o sea que era de una inestabilidad insoportable. Yo recuerdo que el día que llegué como entrenador al Madrid no vino ningún directivo a presentarme a los jugadores. Tuve que entrar yo solo al vestuario y dije: “Chicos, soy el nuevo entrenador; no ha venido nadie, pero para jugar al fútbol no hace falta nada más, que yo sepa, que un entrenador y jugadores. Yo nunca he visto que para jugar al fútbol hicieran falta directivos”. Y ahí empecé a construir un discurso de solo ante el mundo que fue muy útil finalmente. La primera vez que lo dejé en calidad de directivo, lo hice voluntariamente. Y en la segunda ocasión sí que fue más doloroso, por razones profesionales y personales.
-Hasta que llega Mourinho y eso acaba provocando su marcha, ¿la persona que tenía todo el poder deportivo en el club era Florentino Pérez? ¿Él decidía fichajes?
El presidente tenía el poder, porque para eso es la figura máxima del club. De todas maneras, en un club tan grande como el Real Madrid nunca hay un solo foco de poder. Como empezaba una estrategia nueva dentro del club, todos se permitían opinar sobre el tema central, que es siempre el fútbol. Aunque hubo un momento en que no se sabía muy bien cuál era el tema central: si el fútbol o el márketing. El tema central era el fútbol, pero la estrategia era mucho más global y entonces el de márketing, el directivo y todo el mundo se permitían hablar de fútbol. Y el poder era difuso. Pero lo que dice Florentino es ley, porque para eso es el presidente.
-Exceptuando la etapa de Mourinho, ¿Florentino sugería alineaciones?
No, no… Yo he sido un profesional y debo mantener ciertos niveles de lealtad. Me parece que se puede hablar de fútbol sin necesidad de contar intimidades.
-A Mourinho se le ha acusado de mal juego y de querer ganar como sea, que es algo que usted critica en su libro Los once poderes del líder. Ahí afirma: "Cuidado porque si aceptamos la famosa frase de 'hay que ganar como sea', no estaremos lejos de proclamar 'viva la corrupción'. Ambas se proclamaron hace ya mucho, ¿no?
Sí. Cuando uno tiene desesperación por ganar, da igual dinero que partidos, al final termina pisoteando algunos de los valores de referencia con los que todos hemos crecido. Y eso en el fútbol lo he visto demasiadas veces, ocurre con mucha frecuencia. Uno empieza despreciando la estética y termina despreciando la ética porque ganar es lo más importante. No le quiero poner nombres propios a todo esto. De Mourinho también se puede decir que es un ganador en el sentido estricto de la palabra, que, como el Real Madrid, se lleva muy mal con la derrota. Ahí sí que había una sintonía entre club y entrenador. Pero, para mi gusto, nunca se debe aceptar que un entrenador sustituya los valores del club por sus propios valores. El Madrid es demasiado grande como para admitir una transformación de ese calado.
-¿Quién o qué le enseñó que no se puede ganar como sea?
Me lo enseñó mi madre, que fue la que me dijo en mi primera infancia lo que está bien y lo que está mal. Con eso es suficiente para moverme por la vida y para moverme por el fútbol. Nunca he tenido ni la más mínima duda al respecto. Recuerdo un entrenador que se pasó los últimos quince minutos de un partido agónico pidiéndome que me tirara al suelo. Y yo diciéndole que no me tiraba [risas]. Y así estuvimos discutiendo quince minutos. Él me hacía así [realiza con las manos un gesto hacia abajo], yo le decía que no y así estuvimos yo sin jugar y él sin dirigir por esa estupidez que me parece que lo único que hizo fue hacernos perder tiempo a los dos. Creo que si uno transa en las pequeñas cosas, al final termina transando en las grandes.
-También afirma: "Hay evidencias claras de que, en países donde existe un mayor grado de confianza en las instituciones y en la integridad de los gestores, las posibilidades de éxito crecen exponencialmente". En España, entonces, ¿estamos abocados al fracaso?
En el fútbol no. Si hablamos de política, claramente sí. Este es un país en el que cada día es más difícil saber a qué atenernos. Y eso es terrible para la confianza del ciudadano, de las empresas, de los electores y en general. El mito de que el desarrollo tiene que ver más con las zonas frías que con las cálidas, con la educación que con la falta de la misma, ha ido desapareciendo a favor de estas últimas teorías en las que el rigor, la seriedad y la honestidad tienen que ver finalmente con el progreso. Si no, es la historia de una larga decadencia. Y eso lo han protagonizado ya demasiados países de los que yo tenga noticias.
-"La codicia devastó el sistema de bienestar", como bien dijo usted.
Sí, en gran medida. La codicia es terrible, por eso la derecha no tiene razón, porque no es capaz de contener la codicia. El trasvase de dinero de la gente pobre hacia la gente rica es un despojo que ofende a la inteligencia. Recuerdo a un ministro de Economía en Argentina que le llamaban Hood Robinson, en lugar de Robinson Hood, porque decían que robaba a los pobres para dárselo a los ricos. Pues eso es lo que ha hecho el sistema de una manera descarada en los últimos años. Hay películas que hablan de esto de manera muy muy clara, y dan ganas de salir del cine con un palo de béisbol en la mano.
-Ganó aquel Mundial con Argentina y en España también alzó muchos títulos. Sin embargo, sentencia que "quedarse empantanado en la nostalgia es peligroso". ¿Por qué?
Yo siempre digo que no guardo camisetas, ni fotos. Para mí, la vida está adelante, no está atrás. Es peligroso porque la vida del jugador es demasiado apasionante. Es el miedo precompetitivo, el desafiar a un público, vivir del juego… Son todas cosas que tienen que ver con la felicidad, y que no son fáciles de encontrar fuera de la condición de jugador. Pero si te quedas trabado en eso que ya pasó y que no tiene vuelta a atrás, al final la nostalgia termina siendo una interferencia. La vida tiene un montón de cosas que ofrecer y hay que salir en su búsqueda.
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