Este artículo se publicó hace 8 años.
Juanma Iturriaga: “La idea de que todos los políticos son iguales permitió que robaran a manos llenas sin castigo”
Fue palomero, engreído, campeonísimo, desahuciado e inocente. Y aún supo reinventarse en articulista y comentarista de colosos mediáticos. La barba, igual que la ironía, sigue en su sitio, pero mucho menos frondosa que antaño y ya canosa. Responde con los ojos a medio abrir, como si siempre estuviera elucubrando una teoría
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MADRID.- Casi quince minutos más tarde de la cita y ahí sigue Juanma Iturriaga (Bilbao, 1959) con sus ciento noventa y seis centímetros, embutido en un cómodo sillón con el portátil en las piernas. Ha finalizado hace un rato la grabación de un programa de baloncesto en la descomunal sede de Endesa a las afueras de Madrid y aún tiene ganas de conversación. Fue palomero, engreído, campeonísimo, desahuciado e inocente. Y aún supo reinventarse en articulista y comentarista de colosos mediáticos. La barba, igual que la ironía, sigue en su sitio, pero mucho menos frondosa que antaño y ya canosa. Responde con los ojos a medio abrir, como si siempre estuviera elucubrando una teoría.
-Puede decir que lo ha contado, después de salir ileso de los atentados de Bruselas.
Sí, pero bueno mi experiencia no fue tan dramática. Al principio, cuando me enteré, me asusté un poco, pero tampoco estuvimos en ningún momento en ninguna zona de riesgo. Sí que es verdad que pasó rozando el larguero. Me quedo con la sensación de haber tenido mala suerte, porque yo pasaba por ahí después de un retraso de 24 horas de otro avión. Pero, claro, también buena suerte, porque murió mucha gente y nosotros nos salvamos.
-Volvía de Liberia, donde estuvo unos días con Unicef.
Llevo unos cuantos años colaborando con ellos y ahora el objetivo era ir con un nuevo proyecto a Liberia, un país castigado por multitud de circunstancias, y ver el trabajo que hace Unicef. Luego vienes aquí a España, lo cuentas e intentas convencer a la mayor cantidad de gente posible de que con un poquito hay gente que hace grandes cosas.
-¿Qué aprendió allí? ¿Qué vio?
Liberia está entre mal y peor. No tiene grandes materias primas, han sufrido una guerra civil devastadora, el ébola… Son de estos casos en los que intentan levantar la cabeza y siempre pasa algo que se las vuelve a hundir. Ves mucha miseria. En España ya estamos acostumbrados a verla, pero son focos más puntuales. Allí es un país entero sumido en la miseria. Y es un poco impresionante. Estoy seguro de que dentro de treinta años Liberia estará algo mejor, esperemos, pero seguirá muy lejos de los mínimos. Por otro lado, la verdad es que me vine hasta cierto punto optimista. Cuando pones ojos y cara a la ayuda, cuando piensas que esos cien euros que das van a una alimentación y has visto a un niño que después de seis semanas casi muriéndose, es un crío con pinta de sanote… la verdad es que es muy reconfortante. Ojalá tuviésemos más y pudiéramos llegar a más. Pero poco a poco.
-Después de haber vivido esos dos acontecimientos en pocas horas, llegar a España debe ser un contraste importante.
Bueno, si uno está un poco conectado con el mundo, sabe que llevamos muchos años en los que las diferencias económicas se han acentuado, África ha estado dejado de la mano durante muchos años; y cuando no, ha sido esquilmada. En Europa vivimos otras realidades, como la de ahora, que hay un tipo de terrorismo brutal y hay un problema con los refugiados que no saben qué hacer con él. Cada vez estamos mejor si nos comparamos igual con hace cincuenta años, pero hay momentos en que dices: “Joder, algo estamos haciendo mal para que haya tanta gente que esté sufriendo”.
-¿Cómo ve el drama de los refugiados?
No creo que tenga una mirada especialmente original sobre el tema. En Europa, o en eso que mal se llama Europa, creo que hasta que no nos toca muy directamente, hasta que no tenemos el agua al cuello, nos cuesta mucho actuar. Y esto ha pasado muchas veces. ¿Cuándo se empezó a hablar de que el modelo de crecimiento español, la burbuja inmobiliaria, iba a estallar? Pues cinco años antes de que estallase. Y estaban alertando, que no podía ser y que iba a reventar. Y nadie hacía nada, todos seguíamos ahí y al final reventó. ¿Cuándo se empezó a hablar de que habría una corriente migratoria brutal de gente que huye de la muerte de la guerra en Siria?
Creo que la experiencia más educativa que tuve en Bruselas fue que durante unos pocos minutos, cuando nos sacaban de la terminal del aeropuerto, nos llevaban a unas 2.000 o 3.000 personas y parecíamos, con todas las diferencias, una corriente de refugiados. Y a nosotros nos sacaron del peligro. Con los refugiados se pretende lo contrario: no, venga, volveos a la terminal, a convivir con ese mundo extremo y violento y nosotros os vemos a través de unas cristaleras. Yo sé que la solución es compleja, pero lo que me parece claro es que esta decisión que Europa ha tomado es terrible, inhumana, insensible… en fin, llámalo como quieras. Llegados al punto donde estamos, cuando estamos hablando de un millón o por ahí, ya es muy complicado absorber todo. Y estoy convencido de que es peligroso asociar el universo terrorista al tema de los refugiados. Mucha gente piensa que levantando muros vamos a evitar que con los refugiados vengan más cosas.
-También la derecha política usa ese argumento y trata de aprovecharse.
Lo aprovechan los que quieren hacerlo. Vivimos en un momento en el que parece ser que uno de los grandes argumentos del mundo político y económico es aprovecharse de cualquier cosa que pasa. Ya no sé si hablar de derechas e izquierdas es pertinente en estos tiempos, pero sí que es verdad que hay una masa política y social que aboga por contener y tener barreras que eviten que el problema de los refugiados nos llegue. Pero el problema ya no es que nos llegue; es que lo tenemos en nuestras ciudades. Viendo un poco cómo hemos evolucionado, cuesta tener confianza en nuestras instituciones y en nuestros políticos, a la vista de por dónde hemos circulado en los últimos diez o quince años.
-Y tampoco es fácil tener esa confianza a futuro, de aquí a diez o quince años.
No, no tiene pinta, la verdad. Yo procuro siempre mirar más hacia la luz que hacia la oscuridad, pero no es fácil. Porque además ahora hay una corriente de que los dirigentes de cada país están más preocupados de lo suyo que de tener una visión más global del mundo. Viven pendientes de tomar decisiones para ganar unas elecciones que se van a celebrar dentro de dos o tres meses. Así es muy jodido pensar que dentro de unos años vamos a estar mejor globalmente. Si piensan que decir que los refugiados son no sé qué les va a dar votos, pues van y lo dicen. Igual es una utopía, pero lo ideal sería que dejáramos de vernos como europeos o africanos. Igual eso es papel de la ONU, pero claro fíjate lo que la ONU pinta también. Esas medidas que tomen esos dirigentes igual les pueden favorecer a corto plazo, pero los problemas no van a desaparecer. Aquí hay una cierta dinámica, que es que se cree que por mirar para otro lado los problemas desaparecen. Y no.
-Lo de mirar para otro lado se lleva mucho en la política española.
Sí, sí. Los seres humanos tenemos una capacidad de abstracción. Lo que pasa es que los políticos la han llevado a extremos difícilmente creíbles. [Piensa unos segundos] Toda esta época del yo no vi, yo no supe a mí me irrita por muchas cosas. Pero, sobre todo, porque en el fondo me están diciendo: “Eres idiota”. Estoy convencido. Pero si aquí no puedes guardar un secreto ni en tu propia casa, somos gente bastante cotilla. Con lo cual, que se monten organizaciones criminales de un montón de gente manejando un montón de cosas, y que haya personas que te intenten convencer de que estando a dos metros de todo eso no se han enterado de nada… [resopla]. Es decir, es que me están tomando por idiota.
-Lo sorprendente es que una persona así sea capaz aún de seguir en su puesto.
Sí, pero aquí ha habido una cosa que creo que nos está haciendo mucho daño, que es la tabla rasa. Es decir, ¿por qué el PSOE con el tema de los ERE sigue gobernando en Andalucía? ¿Por qué en Valencia han estado veinticinco años y ahora se está viendo toda la mierda que había ahí metida? Porque la gente llegaba a la conclusión de que todos los políticos y todos los partidos eran iguales con el tema de la corrupción. Entonces, tú lo apartabas de tu decisión. Decías: “Ya, pero es que todos son iguales”. Y el todos son iguales ha sido devastador. Ha permitido que la gente que se lo ha llevado a manos llenas no haya sido castigada hasta hace bien poco.
-La irrupción de un par de partidos nuevos quizás ha ayudado a cambiar esa percepción.
A mí me hace mucha gracia esta guerra del PP con Podemos, cómo se meten con ellos. Si es que Podemos existe por el PP. Ciudadanos existe por los partidos clásicos. Si el bipartidismo hubiese hecho mejor las cosas, no hubiesen aparecido. El germen, el 15-M, sale de donde sale. Y aparece porque ya no podíamos más. Entonces, dicen: “¡Cuidado con esos!”. Pero si has sido tú el que has alumbrado a esos partidos.
-Es una campaña del miedo basada en su propio miedo.
Sin duda.
-Hace poco, en El País, hablaba con ironía del “agarre de sillón presidencial” como una especialidad en la que España podría competir seriamente a nivel internacional.
Sí [risas]. Tenemos mucha querencia, nos cuesta mucho abandonar, dimitir. Ha llegado un momento en que ya hemos visto tanto que muchas de las cosas ya las damos por hechas. Hay noticias que salen y piensas que es inconcebible y que debería de haber una reacción o debería pasar algo. Y no lo hay. Que un presidente del Gobierno tenga una lista de gente por la que ha puesto la mano en el fuego. Por uno, dos, tres, cinco, siete tíos que luego se han demostrado que eran como eran. Eso en teoría debería invalidar.
-El célebre “Luis, sé fuerte” hubiera hecho dimitir a más de un presidente.
Sí, sí. Y hay muchos casos. Existe ese proceso en el que sale la noticia y enseguida siempre aparece uno que pone la mano en el fuego. Aquí la unidad de quemados de la mano en el fuego debe tener un hospital enorme. Qué manía de poner la mano en el fuego. Pero, claro, luego lo hacen, se queman y no pasa nada. Una de las cosas que deberíamos pedir a un presidente o presidenta de Gobierno o de una Comunidad Autónoma sería tener buen ojo con quién elige. Es como si un entrenador deportivo de repente ficha a uno, a otro, y a otro, y a diez que luego son un auténtico desastre. Pues igual hay que quitarlo porque es una de sus funciones. Entonces luego ves a Esperanza Aguirre o a muchos otros que dicen: “Claro, es que yo no sabía…”. Debería de haber una responsabilidad. Yo pongo de vicepresidente a uno y me sale rana, pues joder… Pero bueno, si no dimitimos ni cuando hay mil casos de corrupción encima… Es lo que dice Forges en sus dibujos con el sillón agarrado.
Hay muy poca cultura de asumir responsabilidades. Para que asuman responsabilidades tiene que ser algo tan flagrante y tan bestia que muchas veces no se llega a eso. Luego, además, creo que quizás tenga que ver con la educación cristiana, el asumir la culpa… Asumir una responsabilidad e irse, tener una conciencia, debería de estudiarse en los colegios. Aquí enseguida empiezan con lo de señalar con el dedo, la estigmatización y al final crean una cultura mucho más del escaqueo que de la responsabilidad.
-Pasemos a algo quizás más bonito: su niñez.
¡Joder, mi infancia! Fue en Bilbao. Una infancia normal y corriente. Una familia de muchos hermanos y colegio de los jesuitas. Con once años me puse a jugar al baloncesto y a los doce ya comencé en las selecciones de minibásket. Eso hizo un poquito especial los veranos, sobre todo. En esa época empiezas con las chicas, tenías los estudios… Si querías preocuparte, siempre encontrabas la manera de hacerlo. Más que feliz, lo recuerdo sin grandes sufrimientos ni tormentos.
-Comienza en el baloncesto por su altura. Pero su verdadero sueño era haber sido delantero en el Athletic.
Sí, sí. Lo que pasa es que yo medía 1,82 con doce años y casi me medio obligaron. Cuando ya empecé a jugar, aunque fuese por la altura, cogía todos los rebotes y metía muchos puntos y me iba bien. Y eso me hizo decantarme.
-Podría haber sido el típico delantero centro tanque del Athletic.
Pues sí. Estoy convencido que de haber seguido por el rollo del fútbol hubiese jugado en el Athletic. Como nadie puede demostrar que no hubiese sido posible, pues me quedo con eso [risas].
-Sus comienzos profesionales fueron en el Loyola.
Sí. Como era muy alto y coordinado, se me daba bien. Teníamos, además, un entrenador que ponía mucho hincapié en el trabajo individual. Entonces, a pesar de mi altura, aprendí a botar y a pasar desde muy pequeño. Eso me valió de mucho porque era un pívot habilidoso. Y luego, cuando pasé a ser alero y hasta base, tenía unos fundamentos que me permitían jugar.
-Y enseguida da el salto al Madrid en una época gloriosa.
En aquel momento mi ego era bastante grande y entonces a mí me pareció todo como muy lógico. Creía que era tan bueno que era lo normal que el Madrid se fijase en mí y también que me llamara la selección. En su momento no me impresionó lo más mínimo. Luego, una vez que entré, conocí el Madrid, mis compañeros y vi que eran grandes personajes, fui más consciente de a dónde había llegado. Pero, en un principio, me pareció un: “Aquí estoy yo y es donde tengo que estar”.
-¿Cómo era el baloncesto de entonces?
Bueno [se lo piensa varios segundos], por hacer distinciones, yo creo que la máxima diferencia con la época actual estaba en la defensa. Pero creo que es algo que ha pasado en todos los deportes. En el fútbol no sé quién decía que antes cuando recibías una pelota tenías dos segundos para pensar y ahora tienes dos décimas. En baloncesto, antes jugabas con tu defensor a un metro y ahora juegas con él en la cara. Conceptualmente, lo que ha cambiado es la exigencia que te provocan los defensores.
-¿Cuál era el secreto de aquel Madrid? ¿Por qué ganaban tanto?
Primero, porque la dosis de talento que tenía el equipo era tremenda. Todos eran jugadores experimentados e internacionales. Por otro lado, cambiábamos tan poco de equipo que jugábamos de memoria. Y además, no había una gran competencia. El Barça no llegó hasta principios de los ochenta. Había mucha más diferencia que la que podía haber ahora. La mayoría de los partidos los ganábamos jugando al cincuenta por ciento. Ahora en la Liga vas al cincuenta por ciento y pierdes muchos encuentros.
-¿Aquel Madrid hubiera ganado tanto con más competencia?
Con más competencia hay que repartir más, seguramente. De mis doce años en el club, gané dos Copas de Europa y fue en mis tres primeros años, a finales de los setenta. Y de doce ligas que jugué gané siete. Ya no era el dominio aplastante de los setenta o de los sesenta.
-Y en los ochenta aparece Fernando Martín.
Fernando supuso un salto evolutivo. De repente, teníamos a un pívot fuerte, ambicioso, con talento y llegó junto con Andrés Jiménez. Sobre todo, para la selección española supuso el empujón definitivo para instalarnos en la élite porque era un tipo de jugador que faltaba. También fue el primer jugador de baloncesto que traspasó el universo deportivo y aparecía en otro tipo de publicaciones. Fue el moderno, cobraba más que los veteranos, cosa que en el Madrid, hasta su llegada, no se hacía. Rompió muchas barreras y rompió, evidentemente, la barrera de la NBA.
-Alguna vez ha dicho que la profesionalizacion en el baloncesto comienza con el fichaje de Fernando por el Madrid.
Sí, sí. Hasta él, nosotros éramos semiprofesionales. Estudiábamos porque sabíamos que no se ganaba dinero suficiente y la exigencia era un poquito menor. Fernando, con 17 o 18 años, decidió ser profesional y dedicarse en cuerpo y alma al deporte.
-De hecho, usted empezó Ingeniería.
Al final, a mitad de carrera, me di cuenta de que yo estudiaba por el placer de estudiar, no como una herramienta que me sirviese para luego. Cuando ya me fui a jugar a Bilbao, pensé: “Aunque esté cerca de la meta, hasta aquí hemos llegado”. Creo que le saqué todo el jugo que podía sacarle. Me vino muy bien para mantener los pies en el suelo y para tener otro mundo, aparte del deportivo.
-Fernando Martín precisamente ayuda a esa plata de Los Ángeles, que supone un espaldarazo a la selección definitivo.
Fue la culminación de varios años en los que poco a poco se fue calentando la hoguera. El baloncesto en España siempre ha tenido mucho seguimiento y en aquella época nosotros íbamos a los Juegos y España no ganaba nada. Entonces, que en un deporte tan importante como ése se consiguiese jugar una final contra los americanos, con toda esa aura, en Los Ángeles, tuvo todos los condicionantes para que fuera algo para toda la vida para millones de personas que lo vieron. Le dio un empujón al baloncesto, pero la pena fue que después de aquel año no volvimos a pillar gran cosa hasta la llegada de los Gasol y demás.
-Con Jordan tuvo dos encuentros memorables. Aquel en Los Ángeles y luego un célebre intento de entrevista para El País.
Desde fuera, todo lo que pasó en aquellos Juegos tuvo mucho más impacto del que realmente tuvo para nosotros. Ahora hablamos de Jordan cuando ya sabemos que ha sido el mejor jugador de la historia, pero en aquel momento era un universitario muy bueno del que se hablaban maravillas, pero como otros muchos de los que se decían que iban a ser la leche y luego se quedaron en nada.
-¿Cómo era Jordan cuando aún no era Jordan?
Era un tío muy bueno. No sé hasta dónde, pero se le veía diferente. Allí había muchos atletas y buenos jugadores, pero veías que éste era algo especial. Por la forma que tenía de hacer las cosas y la manera en que la gente reaccionaba a las cosas que hacía. Los “oooh” que provocaba. Y entonces pensabas: “Igual éste sí”. Como espectador es el mejor que he visto. Como jugador, en aquella época yo jugaba con algunos que eran mejores que Jordan en ese momento.
-Años después acaba su etapa en el Madrid con una conversación con Lolo Sáinz en una cafetería de Madrid.
Cada vez lo recuerdo con menos claridad. Entiendo como lógico que nosotros somos una gente que estamos asociados a una determinada época, pero claro es que hablamos de hace treinta años. Yo vivo más el presente. En aquel momento, aquello me pareció la traición tremenda, porque, claro, cómo era posible. Luego, tardé en asumirlo y lo asumí. Treinta años después, pienso: “Pues sí, cogió un buen día, de forma inesperada y me echó del Madrid”. Pero sin ningún tipo de dramatismo. Me cuesta mucho reproducir lo que sentí en ese momento. Sé que me cabreé. Es algo que tengo ahí, pero mi carrera anterior cada vez me interesa menos. Está el interés externo y luego el interno. Reconozco que el interés interno por todo lo que me pasó hace treinta años está bajo mínimos.
-¿Llegó a aclarar tiempo después con Lolo aquella situación? ¿Hablaron de ello?
Lo aclaramos muchos años después. Cuando te pasan esas cosas, tú sólo piensas en ti y en tus sentimientos. Luego, de repente, un buen día, dices: “Bueno, voy a ponerme un rato en la posición del otro también”. Yo sé que a Lolo eso le debió doler porque era un padre deportivo para mí. Fue el que me trajo y me ayudó un montón. Pensar que para él no resultó doloroso el decirme que me tenía que ir… A partir de ahí ya fui un poco entendiendo todo. El rencor desapareció hace ya muchísimo tiempo y ahora nos vemos y nos seguimos queriendo.
-Tras regresar a Bilbao, se retira. ¿No quería seguir de ninguna manera vinculado al baloncesto? ¿Acabó harto?
Nunca me llamó la atención, nunca se me pasó por la cabeza ser entrenador, ni árbitro. No tenía muchos planes, pero sí el de escribir sobre baloncesto y comentar partidos por televisión.
-Cuando le cuenta a su padre que se retira, él llora.
No lloró, pero puso una mala cara, así [y hace un gesto de cara de disgusto]. En su momento no lo entendí, pero ahora sí. Por entonces, mi padre ya estaba jubilado y ver mis partidos y seguirme eran de las cosas que más placer le suponían. Para él era como quitarle un juguetito.
-Tras escribir su primer libro, Antes de que se me olvide, llega a la conclusión de que podría haber sido mejor jugador.
Sí, seguro. Pero si hubiera estado más concentrado, más tipo Epi. Pero bueno, me interesaban otras cosas y tuvo esa contrapartida. Mis veinte años coincidieron aquí en Madrid, con todos los ochenta y la ciudad era muy atractiva para vivir, disfrutar y experimentar. Y, hombre, no me lo quise perder. Entonces, compaginé dos cosas, que, quieras que no, una interviene en la otra.
-Otra de las personas que cambia el baloncesto en España, desde otra perspectiva, fue Andrés Montes. Usted dijo: “Enseñó que la vida puede ser maravillosa pero se olvidó de aplicárselo a sí mismo".
[Baja el tono] Era un personaje un poco contradictorio en ese aspecto. Por un lado, transmitía una alegría y una filosofía. Trabajé con él y solía decir: “Pero hombre, cómo nos vamos a enfadar por esto. Disfrutemos; la vida puede ser maravillosa”. Pero luego tenía aspectos en los que le costaba llevarlo a la práctica. Hay profesiones como los cómicos, que hacen reír a la gente y luego en su casa le cuesta ser así de alegre. En el caso de Andrés había un poquito de eso. Le daba muchas vueltas a la cabeza, que tampoco es bueno. El personaje era un pack. Y en el pack venía todo. Para los que tuvimos la suerte de estar con él, era muy enriquecedor, sorprendente, divertido… Bueno, ponle un montón de atributos. Nosotros compartimos miles de horas hablando de baloncesto, riéndonos, comentando partidos y descojonándonos de sus manías, sus obsesiones, las rayadas que se pegaba.
-Y usted, ¿qué tiro libre lamenta haber fallado en su vida?
Joder…fallé unos cuantos, ¿no? [Se da la vuelta, buscando a varios compañeros del programa y suelta una carcajada] Cada vez tengo menos la sensación de algún fallo de estos. Cuando me he equivocado, que ha sido unas cuantas veces, o cuando me han soltado algún bofetón, luego han venido otras cosas. Cuando me echaron del Madrid, pensaba que era lo peor que me iba a pasar en la vida, y ahora mismo estoy agradecido a Lolo porque pude ir a Bilbao y empezó una historia, pasé dos años fantásticos y me retiré. Al final, hemos llegado a este punto porque han pasado muchas cosas antes. Ahora estoy en un punto en el que me encuentro muy bien.
Por lo tanto, todo lo de atrás lo doy por bien empleado: las cosas en las que he podido acertar y los tiros libres que he podido fallar. Los que fallé creo que los fallé adrede, tiré a fallar. Dije: “Voy a ver si me echa Lolo”. Cuando Antonio Díaz Miguel deja de seleccionarme también fue un palo muy gordo para mí porque llevaba siete años en la selección. Pues justo ese verano, cuando el Mundial, me ofrecieron escribir para El País y ahí comencé mi carrera como articulista, que ha sido una de las cosas que más placeres me han dado. Con lo cual, grandes tiros libres que hayan supuesto derrotas importantes… ahora mismo no me viene ninguna a la cabeza. Y los que han podido ocurrir, al final la Liga la he acabado ganando. Y me ha costado, ¿eh? Yo antes no era así.
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