Este artículo se publicó hace 7 años.
José Luis Llorente: "El fútbol se identificaba con el franquismo y el baloncesto trajo algo nuevo"
José Luis Llorente fue uno de los mitos de los ochenta en los que el baloncesto rebasó las audiencias del fútbol tras la plata olímpica de Los Ángeles 84. “El fútbol entonces se identificaba con el franquismo”. Hoy, ha escrito un libro, ‘Espíritu de remontada’ en el que se habla de vida.
Madrid-
El cielo está abierto. Siempre nos quedará la palabra. Puede ser o no una herencia de los ochenta cuando José Luis Llorente (1959) fue un fantástico jugador de baloncesto. Un base sin moción de censura ni miedo a los milagros venido de una familia donde el deporte es como una religión.
Hoy, cada día más cerca de los 60 años, Llorente ha escrito un libro, 'Espíritu de remontada' que refleja una forma de ser. Una mente que no se oxida y que desconfía del cerebro, “porque tiende a quedarse solo con las cosas buenas”.
Así que su energía está bien repartida dentro y fuera de las páginas de ese libro en la que la nostalgia de los años ochenta está justificada. “Fueron años muy emocionantes para los que los vivimos”, explica.
Si le parece, regresamos a los años ochenta.
Fueron los años para los que los vivimos muy emocionantes. De repente, surgieron nuevas tendencias de la economía, de la cultura que nos trasladaron a otro país, a otros colores, a otra forma de ver la vida…
¿Qué significa ser entonces jugador de baloncesto?
Nuestra aparición fue relevante. Venimos a llenar un hueco que no existía. El fútbol se identificaba con el franquismo. Y, de repente, aparecimos nosotros como algo nuevo y del gusto de los universitarios. Y, sobre todo, con una selección que no sólo dejó una plata olímpica en los Juegos de Los Ángeles 84. También dejó algo distinto.
Cualquier tiempo pasado fue mejor.
No lo sé. Sí sé que el cerebro es selectivo. Tiende a quedarse sólo con las cosas buenas. No podemos hacerle tanto caso. Por eso para remontar nunca hay que mirar demasiado atrás. Sería una perdida de energía. En algún lado de nosotros tenemos una excesiva capacidad para olvidarnos de las cosas malas.
Depende.
Yo le diría que la mayoría de nosotros. Es más, la vida del ser humano es de constantes renuncias, si se piensa fríamente. Cuando pasas a la universidad dejas de lado a los amigos del colegio. Si te echas novia pierdes el tiempo que compartías con los amigos. Y, al final, siempre te pasan cosas que no quisieras recordar.
¿Qué no quiere recordar usted?
No, en mi caso no debería arrepentirme. Si volviese a nacer quisiera volver a ser deportista. Se puede pasar mal y hasta se pueden cruzar noches sin dormir en tu vida a costa del deporte. Pero intuyo que no habría vida mejor para mí.
¿A qué renunció para lograr una medalla olímpica?
Mientras los amigos se iban de vacaciones, yo jugaba al baloncesto. A la fuerza pierdes la relación con ellos. Pero entonces yo me preguntaba, ‘¿cómo eres más feliz saliendo de noche o jugando al baloncesto?’ La respuesta siempre era la misma, ‘jugando al baloncesto’.
¿Entonces el baloncesto le convirtió en un tipo asocial?
No, no. Seguí relacionándome, en este caso con personas del ámbito de mi deporte. Pero claro que te cambia la vida, porque tienes que descansar más, viajar demasiado o vivir al contrario del resto de la gente, y eso le llevó a uno a perder hasta novias.
¿Merece la pena perder una novia por una victoria?
Pero lo que no le he dicho es que gané otras novias: pierdes unas pero ganas otras, esto siempre es así.
La vida no acepta pronósticos.
En la vida, si tomas una elección, no vale de nada hacer cábalas ni preguntarte qué hubiera pasado si… En realidad, la vida es como el deporte. No te puedes arrepentir de lo que no elegiste. Al menos, yo no soy así y no se lo recomiendo a nadie que lo sea.
¿En qué se parece la vida a una canasta en el último segundo?
Eso está presente en cada día. Uno se pasa la vida tirando el último tiro sea en una empresa, sea en una negociación y hasta en la búsqueda de un trabajo mejor. Pero al hacerlo, sobre todo, de lo que te das cuenta es de que la victoria no es la única recompensa.
Eso lo decía Díaz Miguel. Lo tengo por un hombre irrepetible.
Su sabiduría era la del pueblo. Tenía esos dichos. Pero, por otro lado, se iba a Estadios Unidos a buscar las últimas innovaciones, le gustaba contrastar, verlo todo con sus propios ojos. Y luego era un tipo muy coqueto que también se dedicaba al mundo de la moda, que llevaba unas gafas en las que estaba grabado su nombre… Y, sí, fue un hombre único en su medida.
¿Quién podría repetir hoy a un personaje así?
Sería complicado, porque hoy la información está al alcance de cualquiera sin salir de casa. Sin embargo, él quería ir a por ella. Por eso lo que hacía Antonio era artesanía pura. Era capaz de ir donde no iba nadie. Pero a la vez la historia nos demuestra que siempre saldrán personajes de ese perfil, arrolladores…
Fueron los ochenta una época sin retórica: las cosas se decían claras.
Fue otra cosa, sí, claro. Hoy, ves el periodismo y sientes que se está convirtiendo en un escenario: ya apenas se busca la esencia de las cosas, sino la superficialidad. Pero ese es el mundo moderno, el de la noticia corta, el de Twitter, el de Facebook… Yo recuerdo las crónicas de los ochenta. Eran tan largas que te contaban los partidos al detalle. Hoy, sin embargo, son una cosa casi telegráfica.
¿Su tío, el mítico Gento, utiliza las redes sociales a los 83 años?
Habla mucho con toda la familia por Whattsap, pero si se mete en Internet, en Facebook… se queda un poco más lejos.
¿Fue fácil o difícil ser familia de un mito que había ganado seis Copas de Europa?
Fue una suerte. Fue una suerte eso y ser hijo de mi padre que también inspiraba ese espíritu competitivo. Sin formación, trabajó en una farmacia y luego fue representante comercial hasta llegar a un gran puesto de los Laboratorios Ferrer que pertenecían, por cierto, a los hermanos Ferrer Salat. Pero, sobre todo, era un hombre aficionado a la lectura que procuraba entender todo lo que sucedía a nuestro alrededor. Y si eso lo complementabas no sólo con Gento, sino con mis tíos, Julio y Antonio, que también fueron futbolistas, te dabas cuenta de lo maravilloso que fue nacer en esa familia, Podías jugar al fútbol con ellos en la playa los veranos, en fin mil cosas.
¿Qué le contaba Gento?
Más que contarnos, yo les escuchaba. Porque hablaban mucho entre ellos. Jugaban al tute, al mis, aquellas partidas eran eternas después de comer en la casa familiar de Guarnizo. Las conversaciones eran continuas y en ellas te podías enterar de lo que antes se movían los aviones como de aquel partido que Gento jugó en Belgrado con esa nevada en la que no se veía ni el balón. Los recuerdos eran continuos.
¿Entre las nuevas generaciones de su familia ha nacido alguien más rápido que Gento?
En los sesenta metros posiblemente, no. Y eso que en mi familia hemos sido todos muy rápidos, hemos conocido el método que nos llevaba al éxito, hemos respetado el entrenamiento invisible… Pero la velocidad de mi tío no la ha vuelto a tener nadie.
¿Ni siquiera hoy Marcos Llorente en el Alavés?
No, no lo creo.
Fue base usted en baloncesto. ¿Era como ser el líder de un partido político?
No, no tiene tanto parecido, porque nuestro trabajo era muy sincero e inmediato, todo el mundo lo podía ver. No se concebía camuflaje por ningún lado.
Al menos, ustedes están libres de corrupción.
Mientras no se amañen los partidos, sí.
¿Y en su época se amañaban?
No, porque no había apuestas por Internet, que ha sido el gran causante de que se hayan disparado, de que haya tanto dinero o de que hayan salido mafias. Pero afortunadamente el deporte es absolutamente justo. Tarde o temprano, te pone en tu sitio: tanto trabajas, tanto vales. Aquí no se puede disimular nada, no hay enchufes. No hay gente mediocre que juegue en grandes equipos.
Entonces el deporte no se parece tanto a la vida.
Hay en cosas que si y en otras que no. Pero el deporte sí es una guía para el resto de las personas. En la vida la gente que hace las cosas bien normalmente está donde debe estar.
La justicia no siempre existe.
La pregunta es correcta, efectivamente, porque hay veces en las que lo que pasa no se corresponde con lo que debería haber pasado, ¿por qué? la respuesta está en su pregunta.
Hace treinta años era imposible que usted jugase en la NBA.
Tenía unas características físicas que sí se adaptaban. Pero en la NBA, si no eres muy grande, es difícil. Sabía que, si no eras una estrella, la vida iba a ser complicada.
¿No había entonces envidia de Fernando Martín?
No, no creo que fuese esa la palabra, sino curiosidad. De jóvenes habíamos competido contra jugadores como Magic Johnson que luego fueron estrellas en la NBA. Jugamos treinta y tantos minutos contra ellos a su nivel. Pero eran mundos completamente opuestos, el suyo y el nuestro. Y apenas había manera de enlazarlos.
¿No pudo ser complejo de inferioridad?
No, porque ya habíamos demostrado que podíamos. Es más, siempre recordaré aquella frase del ojeador de Atlanta Haws, que vino a vernos, y dijo: “Mirza Delibasic podía jugar en la NBA”. Pero quizás, más que en la NBA, lo que me hubiera gustado habría sido estar en un Campus universitario. Nos ofrecieron ir allí a estudiar.
¿Hoy habla inglés?
Sí, sí.
¿Y en los ochenta?
Pero es que entonces a los americanos que venían les obligábamos a aprender español. Tenían que aprender a la fuerza y nosotros les dábamos las herramientas para que les resultase más fácil. Pero sólo eso, porque aprender castellano era parte de su proceso de integración.
¿Los ochenta acabaron con viejos tópicos?
Sí, comprobamos que podíamos ser tan europeos como los europeos. Y en nuestros caso con tantos viajes, como esos que hicimos a los países del Telón de Acero, que parecían tan herméticos, casi claustrófobicos, comprobamos que los prejuicios no siempre eran verdaderos. Biriukov, cuando vino, nos confesó que él se lo había pasado francamente bien allí.
¿Entonces qué queda hoy de los ochenta?
Terminé la carrera de Derecho. Y fue entonces cuando empecé a colaborar con medios. Me negaba a ser solo jugador de baloncesto. Recuerdo que yo escribía mis artículos con bolígrafo y los dictaba por teléfono. Por eso, cuando pienso en el libro ‘Espíritu de remontada’, me da la sensación de que cuando realmente empecé a escribir fue en los ochenta.
¿Es interesante ser escritor?
Sí, la página en blanco es dura, pero te permite dedicarle tiempo a pensar y eso hoy no es lo común. El mundo en el que vivimos nos arrolla. La propia gente cuando llega a sus trabajos lo primero que hace es encender el ordenador en vez de dedicarle un tiempo a pensar. Pero a todos nos corre prisa empezar con el vértigo del día a día sin darnos cuenta de que pensar puede ser una extraordinaria ganancia.
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