Este artículo se publicó hace 8 años.
El niño español que no quiere ser prodigio
Hugo González, señalado por todo el mundo como el gran portento de la natación masculina española a sus 17 años, rechaza calificativos y presiones. “Tiene cualidades para nadar rápido, pero es imposible predecir a dónde puede llegar", dice su entrenador. A Río irá con la quinta mejor marca del año a "disfrutar"
MADRID.- En la casa del campeón del mundo junior y gran esperanza española de la natación apenas se charla de ello. “Mi familia está muy contenta, pero no hablamos mucho de ello. Son como cinco o seis horas de entrenamiento cada día para mí y para mis hermanos. Demasiado como para seguir hablando de ello luego”, razona Hugo González de Oliveira (Palma de Mallorca, 1999).
Parece ser un chico feliz. Quizás lo que más llame la atención es su templanza. Demasiado tranquilo y contenido para lo que debería tener en su cabeza después de romper veintidós récords de España entre los trece y los dieciséis y de hacer la quinta mejor marca mundial del año en los 200 metros espalda en el Campeonato de España Open que le ha valido la clasificación para los Juegos Olímpicos. Ha cumplido recientemente los diecisiete años y no hay crónica, reportaje o entrevista que no lo califique de prodigio español y que, por tanto, lo cargue de presión sobre sus ya anchas espaldas. Las esperanzas tienen su base: al contrario de lo que sucede desde hace años con las chicas, España no es un país productor de nadadores de gran éxito. “Él está tranquilo, ilusionado y contento. Por mi parte y por la de la familia, está claro que no le vamos a presionar para exigirle resultados en Río”, dice su entrenador, Santi Veiga.
A las nueve y media, en el Centro Deportivo Mundial 86, el chaval lleva una hora y media nadando, con lo que ya ha podido cubrir unos 5.000 metros a brazadas de los cerca de 6.000 o 7.000 que suele hacer cada mañana. Y aún le resta algo más de media hora en una piscina que comparte, junto con una decena de compañeros, con vecinos anónimos del barrio de Sainz de Baranda, situado muy cerca del Retiro.
Veiga se dirige a sus pupilos de usted. Desde la orilla, en pantalón corto, los observa y les da instrucciones. En el último largo de cada serie les va cantando los tiempos.
La primera vez que Hugo pisó una piscina apenas contaba dos años. Se había mudado con su familia a una casa en Murcia, a donde habían destinado a su padre, funcionario. Su madre, brasileña e intérprete de signos, temía que el pequeño se ahogara en el mar, así que conminó a su padre a que le enseñara a nadar. “No querían apuntarme a cursillos, así que aprendí con él”.
Hoy ya se ejercita para los que serán los primeros de, seguramente, muchos Juegos Olímpicos. Lo hace, con gorro y bañador azul oscuro, por la calle seis de una piscina de cincuenta metros de largo en la que se respira humedad. Una brazada y otra en el agua. Cada vez las manos pesan más. Y no sólo por el cansancio acumulado. Practican con palas en las manos y aletas en los pies para entrenar la fuerza y la potencia de sus extremidades. Él porta unas palas rojas que descubre con el movimiento de un molino y unas aletas negras.
Después de aprender cómo no ahogarse, unos preparadores les recomendaron a sus padres que le apuntaran a un club porque observaron su facilidad para moverse en el agua. Cuando emprendió su segunda mudanza, hacia Madrid hace nueve años, su familia hizo caso al consejo. “Cuando llegamos aquí se me fue dando cada vez mejor. No es que haya decidido dedicarme profesionalmente a la natación, sino que he ido avanzando hasta que he llegado hasta donde me encuentro ahora”, explica De Oliveira, de piel morena, cara alargada, con un tímido bigote al que acompaña una perilla.
Habitualmente practican en una piscina situada a apenas quince metros de la principal, a la que se llega tras pasar por un par de pasillos. Fue la protagonista del Mundial de 1986 –de ahí el nombre del recinto- y se encuentra al aire libre. Aunque se puede cubrir por arriba y en parte por los laterales, hoy, pese a ser junio, el día está nublado y a primera hora de la mañana refresca demasiado para estar mojado. “No se pueden arriesgar a resfriados en estos momentos”, comentan.
Hugo nada los doscientos metros espalda, su especialidad, con inusitado sosiego y superioridad. Así arrolló en el Campeonato de España de Sabadell. Con su registro de 1.57.00 batió sus mejores tiempos y logró la segunda mejor marca española de la historia con bañador textil. También el billete directo a los Juegos de Río con diecisiete años. “Después de aquel torneo, cuando vuelves a la rutina, a entrenar, da igual lo que hayas hecho. Tienes que seguir currando cada día para poder sacar las cosas. Mantener lo que tienes ya es duro. No te da tiempo ni a que se te suba a la cabeza”.
Salta a la vista que el chaval tiene una cabeza muy bien amueblada. Su padre dice que es un chico tranquilo. “Me tomo las cosas con calma y las analizo. Tampoco hay que alterarse por todo”, le da la razón Hugo. “Está muy centrado, es constante, trabajador y responsable. Y esas son características muy buenas para un deporte tan duro como este”, detalla su preparador. Y además es buen estudiante. Ha aprobado todas las asignaturas del Bachillerato de Ciencias que hace en el Instituto Montserrat, pegado a la piscina en la que se ejercita, al que acude junto con sus compañeros entre las prácticas de la mañana y las de la tarde.
Fue con aquel récord de marzo en Sabadell cuando quienes ya lo habían seguido tiempo atrás lo elevaron a la categoría de prodigio. Una palabra cargada de significado, de emociones y de presiones. “Yo no me veo así, como un prodigio”, advierte el protagonista de tanto elogio. “También hay gente como César Castro, África Zamorano y otros. La esperanza no soy yo, sino la generación”.
Cuántas carreras de supuestos niños prodigio no se habrán roto por la presión de llegar a ser quien muchos esperan que sean.
-¿Tienes miedo de no llegar a ser esa esperanza de la que ya tantos hablan?
No, porque yo no veo llegar a eso como una obligación. He estado practicando y disfrutando de ello y cada día, entrenando duro, se consiguen cosas. Tengo que intentar seguir manteniendo la progresión que llevo hasta ahora y que me lleve a más mejoría. Si no, da igual; mantenerla incluso estaría genial.
Opina Veiga que el que alcance el nivel que tantos aguardan depende de él mismo, de que esté motivado y de que siga disfrutando como hasta ahora. “Tiene cualidades para nadar rápido, pero es imposible predecir a dónde puede llegar”. Destaca también sus atributos físicos: “Es alto –mide casi dos metros-, tiene pies grandes y flota bien”.
Tras desperezarse a las seis de la mañana y plantarse rondando las siete en la piscina, dedica una hora a prepararse físicamente y después se lanza al agua. Normalmente realiza cuatro largos consecutivos –los doscientos metros- y descansa quince segundos junto al poyete. Durante la pausa aprovecha para conversar entre risas con sus compañeros. Las cerca de seis horas al día que pasan juntos los ha unido. Hugo prefiere estar con ellos charlando media hora después de la práctica que irse de fiesta. “La gente de mi edad que tienen una vida normal no me da envidia porque a mí me gusta mi entorno. No me pierdo mucho ni creo que en el futuro me arrepienta de haber elegido esta vida”.
Los quince segundos de pausa hasta se hacen largos. El transcurrir del tiempo en una piscina puede ser muy relativo. Veiga interrumpe la cháchara con un grito: “¡Vamos equipo, va!”. Y regresan al agua. Hugo usa las horas que pasa sumergido para desconectar. Piensa en canciones, en sus tareas, en lo que tiene que estudiar o en cómo se va a organizar el día. “Te sobra tiempo para pensar”, bromea.
Antes de saltar en Río, seguramente escuche algo de rock y entonces apenas pensará. No le gusta antes de una competición. Prefiere motivarse con una meta. “Su objetivo allí es disfrutar y, siendo realista, lo lógico es que la presión le pudiera un poco. Pero, si nada como sabe, puede llegar a semifinales”, opina su preparador. Lo único que tiene en mente ahora Hugo es aprenderse la frase en inglés con la que pedirle una foto a Michael Phelps. “Lo hablo, pero no para desenvolverme mucho. ¡Y tengo que saber lo mínimo para eso!”.
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