Mark Webber, un australiano rudo y sincero, lo dijo sin hablar. O mejor, con dos palabras y un gesto inequívoco. 'Gracias muchachos', respondió escuetamente cuando, una vez cruzada la meta como ganador del GP de Brasil, el ingeniero le felicitó por radio. Minutos después se bajó del bólido, devolvió fríamente la mano ofrecida por su compañero Vettel y saludó sin entusiasmo alguno al público que le aclamaba. Webber sabe que la victoria de hoy es un regalo, una migaja que cae cual limosna de la opulenta mesa de Red Bull en la que el comensal principal, el único, es el joven bicampeón mundial alemán.
La escudería austríaca cerró un Mundial esplendoroso con un espectáculo de fuegos artificiales. Nunca mejor dicho. Sabedores de que la única marca individual que podía batir Vettel era la de podios en un año, hicieron números y concluyeron que podían obsequiar a Webber con un triunfo y, de paso, dejar situado al australiano en un meritorio tercer puesto del campeonato. El sacrificado tenía que ser Fernando Alonso, aspirante a subcampeón y finalmente cuarto.
Webber sabe que el triunfo es una migaja caída de la mesa de Vettel
Red Bull se rió un domingo más de todos aventando un supuesto problemón mecánico de Vettel, y Ferrari quedó de nuevo en ridículo con un coche con pies de bailarina mala. La radio del equipo campeón del mundo repitió con sospechosa reiteración y claridad órdenes de prudencia al alemán, que circulaba con holgada ventaja tras salir de su 14ª pole del curso, por una presunta grave avería en la caja de cambios. Una vez que este levantó el pie, puso el intermitente y le dio paso a Webber, segundo en parrilla y hasta entonces en carrera, Vettel marcó el ritmo justo para no importunar al australiano ni ser acosado por Alonso primero ni por Button al final. Un paripé grandioso.
Como grandiosas fueron también las 63 vueltas de Fernando Alonso. Muy especialmente las iniciales, cuando en la salida rebasó a Hamilton y luego, en la undécima, protagonizó el adelantamiento del día. Sin nada que llevarse a la boca, al filo del cierre de curso, el asturiano se tiró a por Button en un exterior a cuchillo que puso en pie a los espectadores de Interlagos. Luego, el ritmo aguantó mientras lo hicieron las gomas blandas. Con las duras, el Ferrari es un desastre. Un coche mediocre que fue engullido por el McLaren de Jenson en un visto y no visto. El fiel reflejo de una temporada en la que el empuje de Alonso sólo ha servido para incordiar a los rivales y, finalmente, acabar toreado.
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