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De Gea es el Atlético

El meta salva a su equipo de la acometida del Valencia, cuya ambición mereció mejor suerte

ÁNGEL LUIS MENÉNDEZ

A ídolo muerto, ídolo puesto. Tres años después de la huida de Fernando Torres a Liverpool, la afición del Atlético tiene nuevo estandarte casero. Es De Gea, ocupa la portería y, paradojas del fútbol, clasificó ayer a su equipo para la semifinal de la Liga Europa, donde le espera el Liverpool de Torres.

La innegable mejoría de los resultados del Atlético ha sido atribuída, casi por unanimidad, al trabajo de Quique. El entrenador recibe la práctica totalidad de los elogios y a él se le atribuyen acierto reales y virtudes más que dudosas. Entre estas últimas, destaca una que viaja siempre en la maleta del técnico: su capacidad para enmarañar partidos, la soporífera facilidad con la que amordaza a los contrarios. El entrenador madrileño es un consumado aguafiestas.

El árbitro se comió un claro agarrón de Juanito a Zigic en el minuto 86

Este jueves enlutó sin sonrojarse la alegría ofensiva cantada por Emery con una alineación donde tiró la casa por la ventana. Al Valencia sólo le valía la victoria (o un empate a tres o más goles), así que se encomendó a Pablo Hernández, Joaquín, Silva, Mata y Villa, un quinteto con velocidad, regate, magia, calidad y pegada.

Todo fue inútil frente a la somnolienta propuesta de Quique. El Atlético atascó el centro del campo mediante el recurso de adelantar los defensas y retrasar los dos delanteros, y del engrudo surgió un bodrio que aburrió al equipo visitante y, como es norma, pareció satisfacer a los locales. O, al menos, se les apreció tranquilos, seguros de la aparición de Agüero, confiados en la llegada del contragolpe letal que cerrara la eliminatoria. En efecto, el contraataque sobrevino.

Y no fue una ocasión cualquiera, sino una clamorosa oportunidad en la que Forlán, tras recibir de Assunçao un pase en profundidad inmejorable –con la dirección y la velocidad exactas–, tuvo tiempo de correr solo y sin prisa hacia la portería rival, de levantar la cabeza y tomar medidas pausadas de la desesperada salida de César y, al fin, de tomar la peor de las decisiones. Enamorado de sí mismo, empeñado en ajustar cuentas personales antes que pensar en el grupo, quiso restregar al mundo un gol de bandera.

Forlán y Villa fallaron dos claros goles, solos ante los porteros

Buscó una vaselina maravillosa y lo que le salió fue un globo defectuoso que se perdió a varios centímetros de la cruceta derecha. Tan grueso error abrió el partido. Ujfalusi desperdició un regalo del Kun en el área pequeña, Forlán se dejó de florituras, envió un derechazo al poste y con él despertó a la fiera valencianista. Emery vació su banquillo de atacantes, tiró de Vicente y Zigic, y el Atlético tembló. Todos menos De Gea.

El joven portero no se inmuta ni cuando Villa, en una ocasión similar a la de Forlán, estrella con estrépito el balón en el larguero. Ni siquiera pestañea cuando un gigante como Zigic, más alto que él, le cabecea a bocajarro. El chaval sacó dos manos salvadoras, el árbitro se comió un escandaloso agarrón al espigado delantero serbio y el Atlético selló el pase a semifinales entre marrullerías y exagerado conservadurismo.

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