Ahora resulta que lo que mejor hace España es defender. Ganó su asiento en la final a partir de una jugada aislada de ataque que la intuición de Xavi, o su olfato, o la suerte, convirtió en oro (porque no era un pase lo que le suministró Iniesta, sino un tiro y muy desviado: el mérito de Xavi fue domesticar la pedrada y volverla gol). Y remató su proeza con una exhibición, tocada de fútbol grandioso y autoritario por Cesc. Pero donde dio una lección España, donde labró su derecho a seguir soñando, fue en la defensa. No hubo noticias de Rusia en toda la noche. Y mucho menos de Arshavin.
Casillas, el héroe de los cuartos, fue simplemente un hincha, un espectador (se guardó un paradón para el final). Magistrales los centrales, colosal Senna, España construyó su clasificación por el suelo. Primero se blindó, luego se apropió de la pelota y ya entonces, con el adversario sujeto y aburrido, se puso a jugar. Y en el segundo tiempo, bendecido por el influjo del marcador a favor, de qué forma. Al toque y al contragolpe, unidos los dos artes por la varita mágica de Cesc, reconvertido en una máquina de fútbol. Un accidente puso a España en manos de los bajitos. Y el percance la encumbró.
Porque Luis repitió la alineación. Algo muy apreciable desde la estadística, ya que corona el once como el más repetido de la historia de la selección. Pero el juego no lo agradeció tanto. España jugó de nuevo en inferioridad: Iniesta no estaba. Luis le dio cariño y continuidad, pero el azulgrana siguió desaparecido. El técnico le hizo moverse por la derecha, nada. Luego, por la izquierda. Tampoco. A ratos, por el centro. Menos. Iniesta estuvo activo, lo que descarta cualquier relación con la actitud, pero derrotado de inspiración y de fuerzas. Los rusos le ganaron todas las divisiones.
Hasta que se lesionó Villa, a la media hora, y Luis se vio obligado a regresar a su viejo dibujo de los cinco centrocampistas. La España de los bajitos, la que recuperó el ánimo del equipo en la fase de clasificación. Así que entró Cesc y al equipo le entró un saludable plus de velocidad, que afectó incluso a Iniesta, que de pronto resucitó.
Arshavin, el demonio que asustaba, no apareció en todo el partido. Luis le dedicó la máxima atención, un aliento en la nuca asomara por donde asomara. Así que el peligro rival fue más bien su lateral izquierdo, Zhirkov, especialmente cuando se encontró con Iniesta por el costado, y Pavlyuchenko, el punta, que pese a la vigilancia minuciosa de los centrales se las apañó para dejar dos o tres remates envenenados.
Antes del asalto de los bajitos, España ya fue en general más que Rusia. Aunque esposados los puntas, la selección se salvaba por su seriedad atrás y por el toque y la posesión, la mejor forma que tiene definitivamente para no sufrir. Luego llegaron los bajitos, se conectaron, esperaron a que Xavi volviera gol una piedra, y ya se pusieron a deleitarse con el fútbol. A jugar y jugar. A entrar a lo grande en la final que llevaba 24 años esperando.
RUSIA 0 - ESPAÑA 3
Rusia: Akinfeev; Anyukov, Berezutski, Ignashevich, Zhirkov; Semak; Saenko (Sychev, m.56), Semshov (Bilyaletdinov, m.55), Zyryanov, Arshavin; y Pavlyuchenko.
España: Casillas; Sergio Ramos, Puyol, Marchena, Capdevila; Senna; Iniesta, Xavi (Xabi Alonso, m.69), Silva; Villa (Cesc, m.34) y Fernando Torres (Güiza, m.69)).
Goles: 0-1. M. 49. Iniesta caracolea por la izquierda, tira cruzado y Xavi, que aparece por el centro del área, desvía con intención a la red.0-2. M.72. Güiza baja con el pecho un toque delicioso de Cesc y marca con un globo. 0-3. M.81. Iniesta pica sobre Cesc, que corre por la izquierda y regala el tanto a Silva.
Árbitro: De Bleeckere (Bélgica).Amarilla a Bilyaletdinov.
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