Este artículo se publicó hace 7 años.
Violeta Parra100 años de la folclorista revolucionaria
Se cumple un siglo del nacimiento de la polifacética Violeta Parra, una mujer cuyo arte veló por la justicia social y la memoria de los pueblos. Su búsqueda creadora terminó por marcar el destino de la poesía y el canto popular chileno.
Madrid-
Todo se apagó de forma súbita con un disparo en la cabeza. Antes hubo mucho; canciones, versos, bordados, tapices, brochazos y cerámicas. Incansable creadora, la vida fértil de Violeta Parra no cesó de imaginar un mundo mejor con la mirada puesta en el folclore de los pueblos y en la justicia social. Este miércoles se cumplen 100 años del nacimiento de su genio incontestable y contestatario. El mismo que le hizo recorrer Chile pertrechada apenas con una guitarra y un cuaderno para no dejar morir un legado cultural que sin ella se hubiese perdido para siempre.
Como en su día dijo su hermano el poeta Nicanor Parra —último premio Cervantes— Violeta resultó ser “un corderillo disfrazado de lobo”. Así fue ella y así su particular cruzada para con los convencionalismos de su época, una búsqueda constante que terminó por marcar el destino de la poesía y el canto popular chileno. Dicen de ella que su forma de vestir, de hablar, de comer, de amar, aglutinaba una idea de Chile, un Chile popular y famélico pero que iba sobrado de colores y contrastes.
En efecto, Parra era una mujer enérgica, una mujer que no se resignó a la melancolía y que —se viene la obviedad (necesaria)— le cantó a la vida. Pero lo hizo sin caer en nostalgias vacuas, lo hizo en pie de guerra con el mundo, eternamente incómoda. Su legado, del que se nutren decenas de músicos, escritores y poetas, sigue vigoroso como su canto orgulloso, el mismo que cuestiona nuestras certezas y desempolva nuestros pasados, pero siempre desde el somos y no tanto desde el yo.
Cuando en París, durante una gira, le preguntaron qué arte escogería si tuviera que elegir entre la pintura, la música, la poesía o los tapices, Violeta respondió: “Escogería quedarme con la gente”. Una declaración de intenciones de alguien que entendió su arte siempre como una contribución a su gente, a su adorado país del que terminó por convertirse en símbolo. No en vano, su identificación con Chile fue tal que, cuando los funcionarios diplomáticos le negaban subvenciones y apoyo, solía responder: “No me lo hace a mí, se lo hace a Chile”. Y lo cierto es que, visto con distancia, no anda equivocada.
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