Este artículo se publicó hace 6 años.
De veranos fascistas y primaveras lisérgicas: auge y caída de la contracultura en España
El periodista Jordi Costa traza en 'Cómo acabar con la contracultura' un recorrido apasionante por la historia subterránea de la cultura popular en España. Un relato por el que desfilan ufanos Sisa, Zulueta, Eloy de la Iglesia o Carles Mira, entre otros.
Madrid--Actualizado a
El periodista Jordi Costa rescata en Cómo acabar con la contracultura. Una historia subterránea de España (Taurus), una de esas legendarias ocurrencias del viñetista Chumy Chúmez. Se trata de un dibujo en el que dos señores más o menos orondos provistos de bigotillo fino departen plácidamente frente al mar. Uno de ellos dice: "Hay veranos que duran cuarenta años". "O más", replica el otro. Sirva esta gracieta para bosquejar el latido de la cultura no oficial aquel 1976. Una mezcla de desencanto e ironía que contrastaba con ese festín utópico que supuso la contracultura en nuestro país. Desde su génesis sevillana en clave de mestizaje flamenco-piscodélico hasta el blanqueo que supuso la Cultura de la Transición, Jordi Costa nos brinda un recorrido sentimental por esa promesa contracultural cuyo legado no cesa.
¿Qué engloba bajo el término 'contracultura'?
Es un concepto que acuñó en el 68 el teórico norteamericano Theodore Roszak en su ensayo El nacimiento de una contracultura, que unifica una serie de fenómenos que se suceden con el telón de fondo de la oposición a la guerra de Vietnam, las revueltas estudiantiles, el surgimiento de la cultura psicodélica y el movimiento hippie. Roszack consideraba que todos estos fenómenos tenían que ver con un rechazo a lo que podríamos llamar la cultura de los padres o cultura dominante, de tal forma que introduce un término que remite a una suerte de militancia política ortodoxa de oposición a un sistema dado.
¿Qué queda fuera?
El gran enemigo de la revolución contracultural es la sociedad tecnocrática. Se define al margen de ella y entiende la vida como una forma de resistencia que impregna el discurso artístico.
¿A qué relato cultural hegemónico hacía frente la contracultura en nuestro país?
España era un páramo en aquel momento. El franquismo intentaba mejorar su imagen exterior con un tímido aperturismo que se reflejaba, por ejemplo, en la inclusión de las vanguardias pictóricas en las bienales internacionales. Fue a través de las bases americanas de Morón y Rota, que se convierten en focos de infiltración contracultural, y del boom turístico que sirvió de salvoconducto para las primeras comunidades hippies, como se empieza a evidenciar que esa política aperturista no era más que un espejismo. Seguía habiendo claros límites para la libertad de expresión y para la resistencia que encarnaban estas formas de vida contraculturales.
¿Fue elitista la contracultura en nuestro país?
Nuestra contracultura estaba llena de paradojas. Roszack identifica en la contracultura americana un concepto que llama la desafiliación y que consiste en romper todo vínculo familiar y cultural de origen. En España la desafiliación era relativa. Por un lado debido a los pocos grados de separación que había entre algunas ideas contraculturales y familias realmente acomodadas, pero también a la situación de absoluto desamparo y precariedad económica que podía tener un hippie autóctono de clase obrera.
¿Que otras peculiaridades tuvo nuestra contracultura?
Pau Malvido, uno de los grandes cronistas de la contracultura barcelonesa, solía decir que el aislamiento que sufría España tuvo como aspecto positivo el hecho de que no fuera mimética la contracultura que se desarrolló por estos lares. Por supuesto que hubo influencia de la cultura psicodélica y del cómic underground, pero las formas que se adoptan son absolutamente propias. Siempre tuvo como prioridad, por ejemplo, captar los ambientes, arquetipos y jergas propios de los paisajes marginales de la sociedad española. La contracultura nace en plena dictadura, lo que hace que se depositen una serie de esperanzas utópicas en esa transición democrática que finalmente no se cumplen...
¿Le dio el PSOE la puntilla?
Solo en parte. De repente la contracultura se convierte en un elemento molesto por lo que tiene de incontrolable, anárquico y dionisíaco. La política cultural socialista empieza entonces a valorar aspectos como la profesionalidad o la productividad, de tal forma que ese paso entre la utopía y la mercancía supone un antes y un después. En todo caso me cuesta leerlo en términos de blanco y negro, creo que hay muchas zonas de sombra. La Movida, sin ir más lejos, hizo que cierto eco contracultural reverberara en los medios de comunicación y la televisión. Programas como La edad de oro o La bola de cristal son herencia clara de esta corriente que nace durante el franquismo.
¿Supuso La Movida una suerte de desencanto?
En la Transición se produce una gran traición a ciertos ideales utópicos de la contracultura. La Movida supone ya una nueva fase en la que ese combustible contracultural que es la utopía empieza a convertirse en mercancía. De hecho, la política cultural del PSOE en una ciudad como Madrid con Tierno Galván a la cabeza se asemeja mucho a lo que hoy llamaríamos una marca ciudad, lo que de alguna manera ya supone un cierto grado de interferencia y de distorsión con respecto a lo que es la contracultura pura.
¿Qué legado encuentra de esa contracultura en la actualidad?
El panorama actual está mucho más definido por la fragmentación. Siguen surgiendo subculturas y discursos alternativos pero siempre a los márgenes y sin demasiada comunicación entre unos y otros. Antes la música, el cómic y la filosofía confluían con total libertad, ahora están mucho más aislados. La escena trap, el 15-M son ejemplos de escenas y episodios que se podrían considerar en un momento dado como contraculturales; el Teatro del Barrio está formulando una serie de discursos que tienen mucho que ver con lo que hablamos, pero da la impresión de que todo está muy fragmentado.
¿Cree que la contracultura está condenada a morir precisamente por ese componente utópico que le es inherente?
Pues probablemente sí, pero también por lo mismo está condenada a resucitar. Pau Riba suele decir que la contracultura no estaba destinada a tomar el poder, no era algo que estuviera en su programa. Se trataba simplemente de poner sobre la mesa una serie de ideas que desde el momento en que siguen en el aire y siguen siendo importantes significa que la contracultura no pasó en balde. Hablo de luchas que se dieron en el terreno de las relaciones sexuales o del consumo tóxico, también del feminismo, creo que muchas de estas conquistas vienen de que en un momento dado se pusieron sobre la mesa y esto evidencia que la contracultura no ha muerto del todo.
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