Este artículo se publicó hace 6 años.
Siete mujeres que pusieron patas arriba la danza
Isadora Duncan, Loïe Fuller, Joséphine Baker, Tórtola Valencia, Mary Wigman, Martha Graham y Doris Humphrey; un proyecto expositivo revisita la figura de siete bailarinas que revolucionaron el rígido canon del ballet romántico.
Madrid--Actualizado a
El cuerpo, antes incluso que la palabra, es el primero en ser doblegado. El corsé sociopolítico ciñe las mentes —de eso no hay duda—, pero también los bailes. La verticalidad que impuso en su día el ballet, los ademanes geométricos a los que sucumbían canónicamente todas las danzas fueron en su día reformulados. La criba corrió a cargo de un puñado de pioneras que tuvieron a bien pasar revista a la herencia recibida y mandarla al carajo.
Hablamos de siete pioneras: Isadora Duncan, Loïe Fuller, Joséphine Baker, Tórtola Valencia, Mary Wigman, Martha Graham y Doris Humphrey. Siete mujeres que sentaron las bases de la danza moderna gracias a su creatividad, su revolucionaria puesta en escena y su estilo de vida transgresor. Trayectorias dispares y necesarias que la exposición La bailarina del futuro. De Isadora Duncan a Joséphine Baker —que se podrá visitar hasta el próximo 24 de junio en el Espacio Fundación Telefónica— nos invita a recorrer —a través de una experiencia audiovisual envolvente— curiosidades como los movimientos más conocidos de estas bailarinas.
Isadora Duncan, la instigadora descalza
Un nuevo idioma para la danza. Uno que fuera sinuoso, fluido, orgánico y libre. Uno que se pareciera al de esas mujeres que veía Isadora Duncan cinceladas sobre las vasijas de la Antigua Grecia cuando visitaba el Museo Británico a principios del siglo XX. Un baile bajo el influjo de las pinturas de Botticeli. Eso buscaba la Duncan y eso hizo. Túnicas, fondos neutros, poses extáticas y pies descalzos contribuyeron a crear esa danza que imaginó la estadounidense.
Considerada por muchos como la pionera del baile moderno, tras ella vinieron muchas que recogieron un legado revolucionario como pocos. Aunque apenas hay registros audiovisuales de su danza, lo cierto es que su icónica forma de bailar fue recogida en escritos, reseñas, críticas teatrales, cuadros y, como no, también a través de sus discípulas, conocidas como las Isadorables.
Un nuevo 'star system'
Loïe Fuller, Tórtola Valencia y Joséphine Baker. Estas tres mujeres, cuyas coreografías subvirtieron clichés a base de coreografías irreverentes y novedosas, protagonizan el espacio dedicado a la escena popular. Tres bailarinas que supieron como pocas acabar con los tabúes sexuales sacándose de la manga bailes como el cabaré o el charlestón, danzas que terminaron por colarse en los ambientes más académicos de la época.
Bastan unos segundos de la película La Bailarina —que se puede visionar en la exposición— para comprender la grandeza de Loïe Fuller. Su preocupación por las leyes de la refracción de la luz y todo tipo de luminiscencia la llevó a imaginar danzas impensables hasta la fecha. Su compatriota Joséphine Baker, también conocida como la reina del charlestón, revolucionó los años 20 con un mejunje de saltos, mímica, desnudos y contorsiones varias. Un artefacto que causó furor en la época y que le valió el apelativo de "Venus de Bronce". La tercera en discordia era una sevillana que en aquellos tumultuosos años 30 embrujó al público con el exotismo de sus coreografías. Tórtola Valencia se llamaba y fue exponente de ese interés por lo oriental que empezaba a imperar en los teatros cultos y populares de Europa y Estados Unidos.
La danza total
La alemana Mary Wigman (Hannover, Alemania, 1886 – Berlín, 1973), que protagoniza otra de las secciones de la exposición, fue símbolo de los temores de la sociedad europea de entreguerras. Wigman creía en una danza total sin ataduras, en la que daba protagonismo además a la fuerza del movimiento de las manos y a la presencia del suelo. También dada su estrecha vinculación con el movimiento expresionista alemán Die Brücke era fácil ver en sus montajes la influencia entre las artes escénicas y la danza, sobre todo, en el diseño de vestuario, coreografías o escenografías.
La protagonista del siguiente espacio es Martha Graham (Pittsburgh, EE.UU, 1894 – Nueva York, 1991), creadora de un lenguaje coreográfico autónomo, capaz de comunicar toda pasión esencial y que sigue vigente en la educación de cualquier bailarín contemporáneo. Su método sitúa el centro del cuerpo en el plexo solar y está basado en la contracción y expansión del movimiento pélvico. Cada gesto de sus coreografías tiene un significado preciso que apela a las emociones, cargado de teatralidad, introspección y solemnidad.
El último apartado de la exposición corre a cargo de la coreógrafa Doris Humphrey (Oak Park, EE.UU, 1895 – Nueva York, 1958) toda una pionera que trató de acabar con la verticalidad en la danza y por apostar por la gravidez y poner así en valor la atracción del cuerpo del bailarín hacia la tierra. Es la primera en romper con la estructura jerárquica y piramidal de la prima ballarina e imponer movimientos basados en la horizontalidad del grupo.
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