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Emergencia por el coronavirus Un Sant Jordi confinado deja las Ramblas de Barcelona sin un alma

Los comercios del icónico pasaje, dedicados al turismo, bajan la persiana a causa del confinamiento. Los vendedores temen que los efectos de la crisis de la Covid-19 paren el sector en esta parte de la ciudad, mientras que los vecinos agradecen el respiro.

Las Ramblas vacías
Una imagen de las Ramblas completamente vacías. (EFE)

Este Sant Jordi, en las Ramblas de Barcelona hay tanto silencio que se escuchan tocar las campanadas de Santa Maria del Pi desde la Plaça Catalunya. Ni rastro del enjambre de lectores curiosos que se abren para buscar la firma de sus escritores preferidos. Este 23 de abril, en las Ramblas solo hay desconfinados a la fuerza: riders de Glovo, personas sin hogar, alguno de los pocos vecinos que queda en esta zona de la ciudad, que sale a comprar, otros que pasean su perro de acera a acera, como quien se pasea por el parque de la Ciutadella.

Tocan las once por primera vez en los oídos de quienes tiene la suerte o la desgracia de estar en el centro. "Hace tres años que abro este quiosco y nunca había escuchado las campanadas", explica Josep Lluís, quiosquero que inaugura este paseo tan icónico y el único que ha levantado la persiana este jueves. "Y no sé si volverán a abrir", lamenta con una mueca de preocupación bajo la mascareta quirúrgica. Josep Lluís explica que el suyo es uno de los pocos que pertenecen al Colegio de Periodistas, que se ocupa de mantener a flote los que eran los escaparates de los diarios y que ahora solo consiguen mantenerse vivos vendiendo figuritas de porcelana de flamencas y abanicos con la rojigualda: "El dinero lo sacan de esto, y de las bebidas, porque del papel no sacan nada".

Las Ramblas, epicentro del día de las rosas, de los libros y reclamo turístico por antonomasia de la capital catalana, hoy está desértica. Ni un turista haciéndose selfies en la fuente de Canaletas, ni un guiri comiendo helados dónde lo que un día fueron las icónicas pajarerías del paseo. Ni paradetas de libros, ni esplais vendiendo rosas, ni partidos políticos repartiendo globos a los niños con sus siglas, ni entrevistas a los tertulianos que este año se han animado a publicar.

Nada de nada.

Nada a lo largo y ancho de las Ramblas, interrumpida por el ir y venir de los coches de la Policía Urbana y el sonido ambiente de sus walkie talkies. Leonor traviesa de mar a montaña el paseo con el carro de la compra botando por los adoquines, como quién vive en un barrio cualquiera. Pero estamos en Ciutat Vella, donde esta estampa tiene poco de cotidiana: "Solo hay vecinos", explica ella, que vive en el Raval. Tiene dos hijos, y una vez a la semana sale al supermercado. Hoy harán actividades con los niños a casa, sin rosas, porque no se venden: "Pero libros siempre hay". Leonor ha perdido el trabajo a raíz del coronavirus y ahora dice mirar con tristeza las calles del centro: "Da pena verlo todo tan vacío".

Algo más adelante está la entrada de la Boqueria. Por San Jordi, este mercado colonizado por el turismo acostumbra a pasar desapercibido para ceder el protagonismo a las Ramblas. Esta vez, ni uno ni el otro. Porque por mucho que en la Boqueria se venda fruta y verdura, aquí ya hace tiempo que ninguna persona de barrio entra a comprar: "Nos está costando mucho. En las Ramblas, ni hay turismo, ni hay vecindario. Este último hace tiempo que se marchó", lamenta Jordi Farrés, que tiene una carnicería en la entrada del mercado.

Bien cerca, un Cristian Escribà agobiado atiende el móvil delante de la popular pastelería que, como bien explica a este diario, hace tiempo que cocina sus exclusivos dulces para los visitantes extranjeros. "En el año 85, nuestro público era del barrio. Después, nos enfocamos a los turistas, y ahora nuestro público volverá a ser del barrio. No esperamos que aparezca un turista por aquí en, como mínimo, un año", dice Escribà. La tienda ha abierto este jueves de confinamiento, explica, más para "ofrecer un servicio" que para hacer negocio, vendiendo pan de Sant Jordi y las pocas rosas que se pueden encontrar en la ciudad. A pesar de que Escribà ya ha ideado una fórmula a domicilio para llevar pasteles y rosas, tanto a aquellas generaciones que solo acostumbran a usar el teléfono para llamar como los que se están dedicando a hacer todos los retos de Tik Tok este confinamiento: "Las necesidades de la gente hoy son diferentes que hace solo 40 días. Lo que quieren es que se lo lleves a casa".

"Hoy he visto un rider de estos, de los de Glovo, con la mochila llena de rosas", critica Carmen, que va al trabajo. Uno de las que tiene, porque esta vecina del Poble-Sec, que prefiere andarse todas las Ramblas cada día que coger el transporte público, combina varios oficios desde antes de la crisis del coronavirus. Tampoco hará nada para este Sant Jordi, sin librerías ni floristerías abiertas. Quizás, lecturas, haya en todas las casas, pero las rosas hoy eran el tesoro más buscado, como mínimo para los fotoperiodistas. Trajeados con el chaleco naranja y acostumbrados a recorrer el centro de Barcelona, hace pocos meses por las multitudinarias noches de protesta en la calle, hoy hacen guardia en la boca de metro de Plaça Catalunya para apuntar con su cámara a algún afortunado que haya conseguido una rosa para regalar a sus seres queridos.

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