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El policía que vivió los dos lados de la tortura

El comisario Creix, retenido y golpeado durante la guerra, regresó a Barcelona para vengarse como torturador franquista

BRAIS BENÍTEZ

Un nombre compuesto, Antonio Juan. Un apellido, Creix. Y un cargo sombrío, comisario. En la época franquista, esas palabras fueron sinónimo de represión. La terrorífica fama negra de Antonio Juan Creix queda resumida en el hecho de que fue el único mando de la policía política franquista depurado antes de la muerte del dictador. Acabó su carrera de policía de la forma más ignominiosa, con un expediente disciplinario y una sanción de tres años de empleo y sueldo.

El periodista Antoni Batista, doctor en Ciencias de la Comunicación y profesor de Periodismo en la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona, ha recuperado la historia del temido comisario Creix en La carta. No fue el comunismo, al que combatió toda su vida, lo que acabó con el comisario. Fueron sus propios compañeros, aquellos que lo habían loado y ensalzado como un héroe del movimiento, los que decidieron acabar con él a la vista de la inevitable Transición. Creix, que durante la dictadura se había hecho tristemente célebre por apresar y torturar a los enemigos reales o imaginarios del franquismo, llegó a representar un grave inconveniente para los sectores moderados del régimen en el pacto que se avecinaba.

Antoni Batista traza la biofrafía de Creix en La Carta, que lleva el subtítulo de Historia de un comisario franquista (Debate). El periodista catalán decidió indagar en el papel que desempeñó el comisario Creix durante la dictadura porque 'en todas las fichas policiales y documentos a los que tenía acceso tenía preminencia un policía, el comisario Creix'. 'Aparecía cuando accedí a la ficha franquista del poeta Salvador Espriu, que acababa de morir en 1985; en los archivos del Gobierno Civil; y también cuando accedí a los documentos de la Brigada Social guardados en un inmenso almacén cercano a la Jefatura de la Vía Laietana', añade Batista.

En un libro anterior, La Brigada Social, Batista habló de Creix, pero se quedó con las ganas 'de seguirle la pista a un policía que fue sin ninguna duda el arquetipo de la policía política del franquismo'.

El Comisario Creix había nacido en Jerez de la Frontera, en 1914, en un ambiente de ultraderecha, y creció en el centro de los militares africanistas que engendraron el golpe de Estado de 1936. Se hizo policía en la Barcelona republicana, lo que para él era 'zona roja', pero su filiación política le llevó a enrolarse en el espionaje de Franco, en el Servicio de Información Militar.

La guerra le pilló en Barcelona, y tenía veinticuatro años cuando fue detenido por los rojos' en agosto de 1938. Trasladado a la parte alta de la ciudad junto a sus compañeros, sufrió torturas continuas. Años más tarde, en 1941, regresó a la capital catalana y pidió ser adscrito a la Brigada de Investigación Social, creada para reprimir todas las ideas que el franquismo dejó fuera de la ley, entra ellas el comunismo, que para Creix fue el causante de sus males. Desde su nuevo puesto, 'hizo lo que a él le hicieron, se lo hizo a quienes se lo hicieron', detalla el libro.

'No he abordado el libro hasta ahora porque necesitaba un tiempo que pusiera distancia, no quería escribir contra' sino sobre' Creix. Quise entender qué pensaba él, por qué actuaba como actuaba y explicármelo psicológicamente para expresarlo a mis lectores'. Antoni Batista logró ese distanciamiento y esa comprensión tras dialogar con el hijo de Creix. 'Con él tuve la visión de la otra cara del policía, la del hombre y el padre, y tuve acceso a otra documentación del ámbito privado que no estaba ni en los Gobiernos Civiles ni en las Jefaturas por las que pasó', argumenta.

Batista repasa el ascenso de Creix desde policía raso a jefe superior de Policía de Andalucía. Durante esa trayectoria, muchos fueron los que sufrieron el acoso y las torturas del comisario: dirigentes del PCE/PSUC como Miguel Núñez, con el que el autor mantiene una intensa relación, o Joan Comorera; anarquistas como Quico Sabaté o José Luis Facerías; intelectuales como Manuel Vázquez Montalbán, Luís Goytisolo, Salvador Espriu o Joan Oliver; así como dirigentes de ETA condenados a muerte en el proceso de Burgos, una pena que se conmutó a 30 años, y una de sus últimas detenciones más sonadas, la de Eleuterio Sánchez, 'El Lute'.

El electricista. Los electrodos sobre cuerpos mojados era una de las formas de tormento de aquellos 'años de la victoria'.

El corro. El método tradicional de los primeros años. Un grupo de policías pegando a mansalva, a mano y a porra.

La cigüeña. Se ponía al detenido en cuclillas, a veces desnudo para culminar la humillación. Se le esposaba las manos juntas por detrás de las rodillas y se le tenía así lo que aguantara, para golpearlo cuando se desplomaba.

El tambor. Consistía en colocar sobre la cabeza un cubo de aluminio, y golpearlo con las porras. Los tímpanos se hacían trizas, la sordera era una secuela inevitable, y el dolor, infernal.

La bañera. Un método basado en la asfixia: meter la cabeza del detenido en un cubo de agua, con el habitual plus de humillación después de que un torturador orinara o escupiera. El sadismo la ha perfeccionado cambiando el agua por una bolsa de basura apretada al cuello.

El Cristo. Consistía en tumbar en decúbito supino al detenido, con los brazos en cruz, y golpearle con todo tipo de instrumentos.

El quirófano. En una mesa tendían a la víctima de cintura para abajo, dejando el medio cuerpo superior suspendido en el aire. Mantener una horizontal imposible era la única manera de evitar el terrible dolor en la columna y la hiperemia cerebral.

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