Este artículo se publicó hace 8 años.
Pepín Tre: "El fracaso es una de las bellas artes"
Mitad músico, mitad cómico, el inclasificable artista regresa a la tele de la mano de Buenafuente y de los 'Ilustres Ignorantes', donde hace lo que mejor sabe: desbarrar
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Cuando la maestra le preguntaba a sus hijos a qué se dedicaba su padre, respondían que era músico. Sesenta años después, él todavía no ha encontrado la palabra ni el oficio para definirse. José Luis Moreno Recuero (Madrid, 1948) ha hecho radio, cine, teatro, música y, básicamente, el payaso. Ahora ha vuelto a la tele de la mano de Buenafuente y de los Ilustres Ignorantes, donde hace lo que mejor sabe: desbarrar. Antes de Albert Pla, ya existía Pepín Tre.
¿Cómo está el patio?
Revuelto, ¿no? [risas]. No es fácil. Políticamente, se está perdiendo la ocasión. Si ahora no se desmonta esto… Lo que ha sufrido todo el mundo, la pérdida de casas y empleo, el deterioro del estado del bienestar… Si ahora no se consigue sacar a estos sinvergüenzas del Gobierno, no sé qué tiene que pasar en este país. Yo no lo entiendo.
"Si ahora no se consigue sacar a estos sinvergüenzas del Gobierno, no sé qué tiene que pasar en este país. Me extraña que la gente no se dé cuenta de tanto tejemaneje"
Lo que me extraña es que la gente no se dé cuenta de tanta mentira y tanto tejemaneje. Entiendo que el rico vote a los suyos, en favor de tu clase, para que se lo sigan llevando crudo. Pero yo no entiendo que en mi pueblo, donde no viven millonarios, sigan votando a estos golfos. Es inaudito, no te lo crees. ¿Qué tiene que pasar para que la gente reaccione?
Por un lado, como todos, estaba muy ilusionado. Todo tendría que haber quedado claro tras las primeras elecciones, aunque habría que pactar con el PSOE, con el que estoy históricamente decepcionado… Personajes como Felipe González, un impresentable, se han convertido en unos espantapájaros. Pero como esto se dilate, nos podemos encontrar con una mayoría absoluta del PP. Con los años, cada vez entiendo menos este país. Me he convertido en un espectador perplejo.
¿Lo más importante sigue siendo tener salud?
Pues sí [risas]. Cuando pasas de los sesenta, la salud es un valor en alza. Nunca he tenido crisis de los cuarenta ni de los cincuenta, pero ahora me está llegando, porque entras en un final de etapa. Todavía me mantengo de pie en el escenario, pero empiezas a revisar cosas y puede que haya cierto descontento.
Su padre, a su edad, tenía un hijo de siete años. ¿Se lo imagina?
Hombre, mi compañera tiene una hija de nueve años. Yo me pongo a su altura, porque siempre me ha resultado muy cómodo ponerme a la altura de los niños. Con los grandes ya es más complicado… Somos como dos colegas haciendo el gamberro. Me acerco más al abuelo cómplice que la ayuda en las travesuras y el gamberreo. Yo no tengo ninguna responsabilidad, son sus padres quienes tienen que tomárselo en serio.
No me figuro al José Luis Moreno niño.
Tremendo…
Pepín, porque su madre era asturiana. Tre, por un modelo de coche. Explíquese.
Empecé en la música con un percusionista y un bajista, pero no me gustaba lo de Pepín Trío, porque era un concepto más jazzístico. En aquel momento, había un Citroën AX TRE, una sigla que vendría de Turismo Retrospectivo Especial, yo qué sé [risas]. Me inspiró y de ahí Pepín Tre.
Su padre tenía 61 años cuando nació usted. Algo más propio de los tiempos que corren que de mediados del siglo pasado…
Entonces era algo excepcional. Mis compañeros de colegio pensaban que era mi abuelo. Mi madre era de Mieres y trabajaba en una fábrica de tejidos. Mi padre vino de Palencia y era empleado de banca. Cuando se conocieron en Madrid, la diferencia de edad era tremenda, aunque todavía estaba vistoso. Mi primer recuerdo de él es casi con setenta, algo inaudito.
Era un señor que hablaba en un lenguaje propio de otro siglo. A partir de aquel léxico, usted se dedicó a inventar palabras. ¿A quién más le ha robado?
Era una época estupenda, porque había mucho cómico brillante. Yo no iba al teatro, pero leía a Jardiel Poncela, a Mihura… Luego estaba La Codorniz, Chumy Chúmez, Tip y Coll… En mi casa no hubo televisión hasta que cumplí dieciséis años. La costumbre de la familia, después de cenar, era escuchar la radio en el saloncito, sobre todo los sábados. Me encantaba el programa de Gila. La televisión te lo da todo mascado, pero la radio te permite imaginarte lo que tú quieras.
¿Una infancia más feliz que las de ahora?
Yo tuve una infancia muy feliz. Mi padre, al ser mayor, ya no tenía la presión de tener que buscarse la vida, mientras que yo sí veía problemas económicos en otras familias. Era un tipo bastante respetuoso, incluso políticamente. Lo habían hecho polvo, porque fue represaliado por luchar en el bando republicano. Le tocó en Madrid, donde se encargaba de una biblioteca y enseñó a leer al general Valentín González, apodado el Campesino, que leía malamente. A pesar de que no subió en el escalafón profesional por rojo, nunca le oí maldecir ni fue un resentido.
¿Tiene hermanos?
Soy hijo único, aunque mi padre, antes de enviudar y casarse en segundas nupcias con mi madre, tuvo otros tres hijos. Cuando yo nací, ya no vivían en casa.
¿Heredó la verborrea de su padre o de su madre?
De los dos. Mi padre hablaba mucho y tenía sentido del humor. Y mi madre, simplemente, hablaba muchísimo. Cuando ya no vivía con ella y la visitaba, si iba al baño se metía conmigo dentro. No había escape.
¿Cuándo dejó de estudiar?
Al terminar el bachillerato superior, porque ya no hice la reválida para acceder a la universidad.
En esa época conoce a los Beatles y a los Rolling, por los que se mete en este tinglado.
Y a los Kinks, de los que soy fan total. Los vi en el Paladium de Cristal, en la plaza de Tirso de Molina, lo que sería después el cabaret Yulia. De teloneros actuaron Los Botines, cuyo cantante era Camilo Sesto. Los Kinks salieron al escenario desastrados. Un ruido... “Qué mal suenan”, decía la gente. Eran los punkis de entonces, porque los Kinks inventaron el punk quince años antes de su explosión. Y, para colmo, Ray Davies se sacó un moco, hizo una pelotilla y se la tiró al público. La gente amenazó con tirarles las sillas, el grupo vio el percal, tocó una más y se largaron.
"Como esto se dilate, nos podemos encontrar con una mayoría absoluta del Partido Popular. Con los años, cada vez entiendo menos este país. Me he convertido en un espectador perplejo"
A los Beatles no los vi, porque costaba una pasta y no tenía dinero. Los que no pudimos entrar nos juntamos en la puerta de Las Ventas para oírlos. Entonces aparecieron los grises a caballo y, con unos vergajos de un metro de largo, empezaron a hostia limpia con la gente. Veías niñas con la cabeza abierta, una cosa terrorífica. Eran tiempos muy negros. Es difícil explicar qué plano y gris era este país en aquella época, sin color ni contrastes.
Paco Pastor, el líder de Fórmula V, montó con usted el dúo Don Francisco y José Luis. Un grupo para el que había compuesto varias canciones.
Les hice dos o tres porque éramos amigos y vecinos.
También escribió para el Puma y Francisco. ¿Componer para otros es ingrato?
No, son encargos. Para ganar dinero, las canciones tienen que tener mucho éxito. No ha sido mi caso, por eso he tenido que ir buscando vías alternativas. Considero el fracaso como una de las bellas artes. Cuando me dicen que soy polifacético, lo niego. Simplemente, arrancas con una historia, fracasas y te buscas otra. Si hubiera pegado el pelotazo al principio, seguiría haciendo canciones.
La primera vez que se subió solo a un escenario ya había cumplido los cuarenta.
Ahora o nunca, pensé. Poco antes, había leído una novela de Bukowski, Cartero. Aunque escribía para alguna revista, seguía trabajando en U.S. Postal, hasta que en un pedo suculento plantó el curro: “Hasta aquí hemos llegado, a vivir de lo que realmente sé hacer”. Un acto heroico, pues perdió el derecho a la jubilación por pocos años, que me sirvió de ejemplo.
Cuatro años antes, había montado dos grupos, cuyos nombres son toda una declaración de intenciones: Cirrosis y Al fondo hay sitio.
En aquella época se vivía en los bares. En 1983, cuando regresé de México DF, una metrópoli un poquito dura donde viví un año, vi que esto era otro mundo. Había ganado el PSOE y Madrid me pareció una preciosidad. Iba por la calle mirando hacia arriba, lo que no había hecho nunca, viendo los remates de los edificios. Madrid es como una ciudad con puerto, pero sin mar. Iba a volverme a América, pero decidí quedarme, porque aquí el ambiente en la calle era explosivo. Conecté con aquella gente y empezamos con los grupos.
“Humor inteligente, entrañable, absurdo, insolente, hiperbólico, surrealista, bípedo, paralelepípedo, flemático, musical, irreverente, culto, iniciático, y, a veces, bastante chorra, la verdad”. Está claro que sabe venderse.
Eso lo ponen los demás. Yo sólo tengo un espectáculo y una lista de títulos así de larga: Viva el Coyote, Verdades como puños, El brillo del jengibre, El cadáver inocente, El resplandor de los pájaros, S. Floïd, sicoanálisis para después del afeitado… Es simplemente por necesidad. Por ejemplo, me llaman de un programa y me preguntan: “Oye, ¿tienes nuevo espectáculo?”. Y yo les respondo: “Claro, claro…”.
Habla más que canta.
Sí, aunque empezó siendo al revés. Cuando salía al escenario, para tranquilizarme, empezaba a hablar. Entonces cantaba ocho o diez canciones y ahora, dos, porque se me calienta la boca…
Cuando actúa, se le escapa la risa.
A veces, yo soy el primer espectador. Tienes una idea general de lo que vas a decir, pero de repente surge otra historia espontánea y, cuando la escuchas, te hace gracia.
¿Cuánto hay de improvisación en sus actuaciones?
Hombre, hay mucho más de… No digo escrito, porque lo que tienes que decir no funciona si lo escribes. La literatura tiene un código y lo oral, otro diferente. Por eso los dramaturgos a veces no aciertan: el texto escrito puede ser brillante o ingenioso, pero hay que ponerlo en boca de otros y debe tener un ritmo. Yo practico cuando conduzco solo, a ver cómo me suena. Si tengo alguna duda, lo grabo, pero no se me ocurre escribirlo porque no me funciona. Y ya no sé de qué estaba hablando... [risas]
Vive en la sierra madrileña con dos perros y su cuarta mujer, no sé si esposa.
Concretamente, vivo en Zarzalejo, que está al lado del Escorial. Yo soy como los de pueblo, que bajan a Madrid y aprovechan para hacerlo todo antes de volverse otra vez. Es mi compañera, porque sólo hubo un matrimonio: el primero. Luego tuve parejas, aunque no tantas como los de Hollywood, que se casaban ocho veces.
A lo largo de los años, ha ido dejando descendencia por ahí. Alguna vez se le ha acercado un crío y le ha dicho: “Papa, soy tu hijo”.
Todavía no, pero ha estado cerca [risas]. Que yo sepa tengo tres.
Cuando iban a la escuela, decían que su padre era…
Músico. Aunque no sé qué soy: un poco músico, un poco actor, un poco cómico… Uno de mis hijos estudió en la Resad y es actor, por lo que ahora me ve como un compañero de profesión, mientras que antes me veía como un gamberro.
Luego está la tele, a la que ha vuelto. Uno puede trabajar en lo que sea, pero es salir en ella y...
La época que vivimos es pura imagen. Hay cosas con las que ya no cuento. Si, de repente, algo funciona, pues bienvenido.
¿El artista se jubila?
Bueno, se tranquiliza. Me llaman y hay trabajo, de puta madre. No lo hay, de puta madre. Me quedo en casa, saco a los perretes, leo…
¿Cuáles son sus lecturas de cabecera?
Novela y algo de teatro, aunque cada vez menos. Desde Houellebecq hasta Murakami.
¿Sus hijos son menos salidores que usted?
Hombre, no es que fuese yo muy... Bueno, a principios de los ochenta, ¿quién no salía? Durante tres o cuatro años tuve una vida nocturna muy efervescente. Sin embargo, ahora rara es la noche que, si no trabajo, a las once esté vertical [risas], tumbadito en la cama leyendo o viendo una serie en la tableta.
¿Dónde se siente más cómodo: en la Sala Galileo o en salón de su casa?
He pasado muy buenos ratos en ambos sitios. La Galileo es muy entrañable, aunque lo más fue el Café del Foro, donde se reunían las Virtudes, Loles León o mis admirados Faemino y Cansado, que de alguna manera tomaron el testigo de Tip y Coll. Aquel bar fue mi primer escaparate, perfecto para lo que yo hacía, porque era un bar de comedia.
¿Hay menos curro con tanto comediante?
No, porque antes el monólogo no existía como género. Cuando Wyoming y el Reverendo actuaban en La Aurora era algo excepcional, una marcianada, y nadie sabía dónde incluirlos. En todo caso, El Club de la Comedia uniformó el monólogo y lo hizo más previsible: diez frases, chiste; diez frases, chiste...
Wyoming lo describió como “un señor mayor que se llama Pepín”.
La paradoja. Es que en Asturias no pasan los años.
¿El humor da la felicidad?
Bueno, hay tantas cosas que pueden ayudar… El humor contribuye a tener buena salud, física y mental. Pasar la vida por su filtro la hace más llevadera.
¿Y el amor, la capacidad de amar, se gasta?
Es una cuestión peliaguda [risas]. Creo que no, pero cambia la manera. La capacidad de amar permanece, pero vives el amor de manera diferente, quizás con más serenidad.
¿Va más rápido su cerebro o su lengua?
La lengua. A veces me traiciona porque soy muy poco reflexivo. En ocasiones digo cosas con las que, en el fondo, no estoy de acuerdo. No filtro por el intelecto ni lo que digo ni el trabajo que hago.
¿Humor del absurdo?
No sé si es del absurdo o del disparate. También dicen que es surrealista, pero ya no sé qué es eso. Mi humor consiste en poner la mirada en un hecho, pero cambiando el foco. Manipulo y juego con lo solemne, sesudo y serio. Por ejemplo, presentar a Freud como un turronero.
También se pasean por el escenario Edison o Bécquer. Usted se ríe más de los personajes históricos que de los personajillos actuales.
La actualidad no me interesa nada.
¿Ninguno merece su mofa?
No. Yo puedo insultar, pero no me mofo de nadie. Me gusta meter el dedo en la llaga de la Historia.
¿Con quién se iría de cañas: con Aznar o con Rajoy?
No, por favor, soy capaz de dejar de tomar cañas. Reconozco que ahí tengo menos sentido del humor, porque me resulta complicado ir de pseudoamiguete con alguien que ha hecho tanto daño a los demás. Y si hay que salir con alguien como enemigo, prefiero no hacerlo.
¿Ciencia o religión?
Ciencia. Hombre, la religión, como cuento chino malamente contado, mola.
¿Fue Krahe el último profeta?
Sí. Sobre todo, profeta en su manera de vivir la vida. Vivió como quería y supo morirse en el momento oportuno.
Eso no será nada fácil.
No sé qué grado de sabiduría hay que tener…
Ha vuelto a la tele con Ilustres Ignorantes y Late Motiv. ¿Echa de menos la radio?
Me crie con ella. Era lo que me unía a un mundo mucho más grande que el que tenía en casa. Era imaginación pura y me ayudó a abrir la cabeza. Ahora no hago radio y la echo de menos, pero son ciclos. Ya me ofrecerán alguna colaboración.
¿Le ha falta algo por hacer que no haya hecho?
Tengo ganas de hacer más música. Me planteo darle la importancia que tenía en su origen para poder ofrecer un espectáculo que me permita cantar, al menos, ocho canciones.
¿Quién era el más chulo de 18 Chulos, la discográfica que ayudó a fundar?
Faemino. No en el sentido peyorativo, sino en el bueno. Es un figura.
Se deja ver menos que Cansado.
Él es así, hermético. No pertenece a ninguna sociedad secreta, pero le gusta vivir con discreción, recogido y a su bola. Mi admiración absoluta.
Después de una vida como timador, ¿cómo no le han pillado todavía?
Siempre me lo pregunto, porque ya van unos cuantos años... Cuestión de suerte.
Por cierto, ¿ha estado alguna vez al otro lado de la ley?
Aquí, no. En México me detuvieron, pero es que en México detienen a tanta gente… Pero no llegaron a acusarme de ningún delito, porque allí, como lleves cien pesos en el bolsillo, lo compras todo.
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