Este artículo se publicó hace 16 años.
Un pasaporte hacia el olvido
El consumo de opio se popularizó en Europa en el siglo XIX, primero con fines medicinales y después por su uso recreativo
En las madrugadas del Londres victoriano, la ciudad dormía su particular siesta. La lluvia y la niebla inundaban las aceras, y los farolillos se echaban a temblar. Los establecimientos públicos cerraban, pero algunos hombres insomnes ya abarrotaban las tabernas. De sus paredes, no saldrían las únicas carcajadas de la noche.
Un poco más lejos, a las afueras de la urbe, varios cocheros abandonaban a su suerte a extraños individuos a la entrada de una callejuela en sombras. Uno de ellos se dirige al muelle, donde llama a la puerta de una pequeña casa oculta entre las fábricas. Dentro, recostados sobre los brazos, ve a otros que, como él, habían decidido "comprar el olvido y destruir el recuerdo de los antiguos pecados con el frenesí de los recién conocidos".
Así describió el escritor británico Oscar Wilde los fumaderos de opio, esos lugares tan fascinantes como inhóspitos, en los que se podían ver "mugrientos colchones, bocas abiertas, miradas perdidas y ojos vidriosos". Antros espantosos de olvido y perdición, sueños y vigilias, enfermeras compasivas y alucinaciones. En ellos, abunda el compuesto del láudano -una especie de jarabe fabricado a base de vino y opio, entre otros componentes-, las prostitutas de segunda, y los vasos de absenta y brandy derramados por el suelo.
Uso medicinal... y adicción
Durante el siglo XIX, el opio fue usado en varios países europeos como calmante y quizá fue el más eficaz de todos los disponibles en aquella época. Por entonces, no pesaba sobre esta sustancia ninguna condena social o moral, y los boticarios londinenses lo vendían over the counter: es decir, sin necesidad de receta.
En los casos de adicción, el opio se convertía en un objeto de culto y veneración. En aquel Londres del XIX, pero también en ciudades como París, los parroquianos habituales llenaban cada noche estos lugares. También fueron visitados por escritores e intelectuales. De Quincey, Rimbaud o Baudelaire narraron con belleza y precisión sus efectos, que incluían delirios, sueños y visiones, pero también tormentos y "angustia cegadora". Se dice que Coleridge, otro opiómano, contrató matones para que asesinara a quienes le impedían entrar a los fumaderos.
El efecto de la adormidera
Algunos lo tomaban por puro hedonismo. Otros, agobiados por la culpa, abusaban de él como evasión. "No deseas moverte de donde estás, ni siquiera deseas pensar. Así es el opio", escribió Richard Heffern. Aunque para Pablo Neruda, que lo probó cuando vivió en Rangún (Birmania), "no hay sueños, ni imágenes, ni paroxismo. Sólo un debilitamiento melódico, como si una nota infinitamente suave se prolongara en la atmósfera". De hecho, muchos casos acababan en la degeneración moral del consumidor.
La parafernalia utilizada en Europa para el consumo de la Papaver somníferum era sumamente elaborada y cada pieza era una exquisita obra de arte. Los objetos eran importados de China, donde la mayoría de las pipas eran adornadas con incrustaciones de piedras preciosas y delicados grabados.
Con el tiempo, el uso recreativo del opio se popularizó en toda Europa y los médicos lo llegaron a intercambiarlo por objetos de valor. Pero, como dijo Jean Cocteau en Opio, "Todo lo que se hace en la vida, como el mismo el amor, se hace en un tren expreso que se dirige hacia la muerte. Fumar opio es abandonar el tren en marcha, es ocuparse de otra cosa que de la vida: de la muerte".
A pesar del tráfico que lo alimentaba y de los pernicioso para la población, los fumaderos no se prohibieron en Londres hasta 1908. En París, siguieron existiendo unos 1.200 clandestinos hasta 1916. D
De analgésico a censurado por sus efectos nocivos1. En la antigüedad
Los historiadores han fechado en torno al 3.200 a. C. las primeras constancias del cultivo del opio, en Mesopotamia. Sus efectos los podemos encontrar en imágenes y estatuas de varias civilizaciones, desde los cilindros babilónicos hasta los bajorrelieves del palacio asirio de Ashurnasirpal II. Los jeroglíficos egipcios lo recomendaban como analgésico y calmante, y también se usó en Roma, donde acuñaron monedas con la figura de la adormidera, y en Persia, como anestésico.
2. Edad moderna
Siglos más tarde, portugueses y holandeses se apoderaron de las rutas del comercio del opio, e incluso inducían a los campesinos asiáticos a producirlo. Ya en 1750, los holandeses exportaban más de 100 toneladas de opio al año hacia Indonesia. Sin embargo, pronto vieron los efectos colaterales de la sustancia, que "quebrantaba la resistencia moral" de las tropas. Siete años después, la Compañía de las Indias Orientales entró en el negocio después de que Bengala se convirtiera en colonia del Reino Unido. Desde entonces, se convirtió en uno de los renglones de subsistencia del Imperio.
3. En las zarpas del imperio
El poder capitalista británico estableció un mercado de redes subsidiarias que exportaban el opio de India a China, donde era ilegal, para mayor gloria de los traficantes. Sus comerciantes amasaron fortunas y aumentaron las presiones sobre el Gobierno chino, pues era necesario abrir nuevos puertos para facilitar la llegada de los productos. El tráfico de opio creció con la llegada de EEUU, que lo compraba en Turquía, y lo vendía a China y otros países de su entorno. Hacia 1830, el número de cajas importadas a China se cuadruplicó. Una vez abolido el monopolio de la Compañía de las Indias Orientales, la cantidad de contrabandistas se disparó y los historiadores estiman en más de 2.000.000 los adictos a la droga.
4. China se rebela
Los chinos se dieron cuenta de las consecuencias de "este veneno" que hacía a la gente abandonarse "y no respetar las leyes del cielo". Un obrero chino que se volvía adicto gastaba dos tercios de su sueldo en opio y dejaba a su familia en la miseria. Además, era un factor de desorganización social que podría volverse contra el poder. En 1839, el emperador Tao-Kuong prohibió traficar con opio en China bajo pena de muerte. La Reina Victoria respondió mandándole la Armada, provocando las dos guerras del opio (1839-1942 y 1856-1860), un estímulo para que más mercaderes fueran a China a enriquecerse. Las derrotas chinas permitieron el comercio del opio y el Reino Unido obligó al emperador a firmar los llamados Tratados Desiguales, abriendo más puertos al comercio exterior. De esta forma, China entregó Hong Kong al Reino Unido. No la recuperarían hasta 1997.
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