Hubo un tiempo, no hace tanto, en que la música sólo se cantaba y se escuchaba. No se grababa. La relación entre intérprete y oyente era directa, sin intermediarios. En 1877 Edison construyó un aparato que capturaba el sonido y volvía a emitirlo. Fue el primer intermediario. Aquel extraño dispositivo que parecía un joyero con un cucurucho incrustado se llamó fonógrafo y fue el germen de lo que hoy conocemos como industria discográfica.
El grupo británico Radiohead da hoy un salto hacia atrás en la historia y recupera la relación primigenia: intéprete y oyente, juntos de nuevo. La banda cuelga en Internet su nuevo disco, In Rainbows, y lo pone a disposición de todo el mundo. Hay un intermediario, la tecnología, pero es invisible y no se lleva el dinero. Principalmente, porque es posible que no haya dinero. Cada cual paga lo que quiera. Como dicen ellos en www.inrainbows.com: “En serio, lo que quieras”. Y en ese “lo que quieras” también incluyen “nada”.
Juglares en el siglo XXI
Hubo un tiempo en que la música era cosa de juglares y trovadores. Iban de pueblo en pueblo cantando tonadas que alegraran a los aldeanos. Estos artistas eran pobres, cobraban lo que les daban y comían lo que podían. Y no por ello dejaban de ser artistas.
Es cierto que ni Thom Yorke, voz de Radiohead, ni sus músicos se va a morir de hambre, pero de alguna manera recuperan el espíritu trovadoresco del canto por la voluntad. Devuelven la música a sus orígenes de limosna y mendicidad, como músicos callejeros que cambian los pasadizos del metro por las conexiones ADSL.
¿Significa esto que el músico no tiene derecho a ser retribuido por su obra? ¿Significa que depende de la buena voluntad de la gente, cual trovador medieval? Pues puede ser. Es curioso: hay artistas que lamentan que se trate a la música como un producto y luego se quejan de que su cuenta corriente flaquea a causa de la piratería o del intercambio en Internet. Si la música no es un producto, ¿se puede vender?
Guerra a la industria
Por si fuera poco, el gesto envalentonado de Radiohead de lanzar sus canciones de forma gratuita conecta de forma automática con el romanticismo y la autenticidad del rock.
El fan de este género suele identificar al artista con un ser libre de ataduras y de una fortaleza ética descomunal, capaz de reírse en la cara de los que manejan los hilos (aunque luego esté pactando con ellos contratos millonarios).
Y eso es lo que les ha dado Radiohead a sus seguidores: la imagen en directo de una patada en el culo a la industria discográfica. La misma industria, por otra parte, que les ha ayudado a vender millones de discos en todo el mundo.
Porque con esta maniobra el grupo de Oxford tiene mucho que ganar y poco que perder. Al fin y al cabo, de haber seguido con EMI, su casa de discos de antaño, el disco estaría colgado en Internet al día siguiente de salir a la venta. Por cierto, en EMI España ya no envían fotos de Radiohead a la prensa porque “no es un producto que estemos promocionando”, según el departamento de promoción.
Dando su música por la voluntad conectan con la generosidad de sus fans. Por no hablar de la campaña de marketing que les está proporcionando la jugada. Según un portavoz del grupo, la mayoría está pagando en la web cantidades cercanas al precio en tienda. Decir que Radiohead se arriesga con esta postura es decir demasiado.
Lo más novedoso de este caso es que la industria discográfica pierde el apoyo de uno de sus grupos de relumbrón, lo que de alguna manera da la razón a los milllones de usuarios de emule, soulseek y demás “programas amigos” del internauta.
Mientras, en EEUU una pobre mujer ha sido condenada a pagar una cantidad de dólares que mete miedo por compartir 24 canciones de un programa P2P –ni siquiera las bajó ella, sólo las colgó–. “Para dar ejemplo”, dijo el jefe de la investigación.
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