Italia se narra a sí misma. Sus hechos hablan por ella: basura, crimen organizado, “Bush, presidente excelente”... La decisión del escritor Roberto Saviano de abandonar el país por las amenazas de la camorra ratifica un panorama desolador que no sólo se nutre de acontecimientos. Italia también se expresa por escrito con una literatura de nombres y apellidos, cifras, impregnada de alegorías históricas y compromiso ético. Un flujo mucho más silencioso pero igual de conciso que el estallido que mató al juez Falcone.
La primera vez que se habló de “nueva épica italiana” fue el pasado marzo, en la Universidad de Montreal. En España, el fenómeno empezó a ser perceptible tras las publicaciones de Gomorra (Mondadori), Una novela criminal (Roca Editorial), La captura de Macalé (Salamandra), Hasta nunca, mi amor (Planeta), Cómplices (Península) y Q (Mondadori).
El término adquirió consistencia cuando hace un mes Wu Ming 1 (un quinto del colectivo literario boloñés) lanzó un memorandum que sintetizaba obras y características de la nueva corriente. Un gesto que llegó a la edición inglesa de la revista de arte Three Monkeys Online y fue objeto de debate en los medios de comunicación de Italia.
La columna vertebral que sustenta a esta neoliteratura es el compromiso ético que comparten todos sus autores, como si narrar fuera un efecto colateral de tomar cartas en el asunto. Lo que consiguen con ello es insuflar confianza en la palabra, reactivarla para establecer vínculos; aunque eso signifique vivir de por vida escondido, caso de Saviano, y que otros escritores opinen al respecto (Salman Rushdie le advirtió ayer de que la camorra es más letal que la fatua).
La épica italiana no es entendida como un género literario sino como una corriente pluriforme, producto de una aberración, que transmite un clima podrido. En ella dialogan un eco de voces heterogéneo en el que caben y se entremezclan desde el ensayo a la crónica periodística pasando por la novela histórica. Los autores que se han visto salpicados por esta etiqueta son conscientes de que les separan grandes diferencias pero las supeditan a una vocación que tiene en el escritor californiano James Ellroy (1948) a su mayor fuente de inspiración.
“Creo que se sienten más libres que nosotros o menos miedosos –avanza la editora Eva Mariscal– y sin duda se percibe cierta uniformidad. Para mí, es producto de un profundo malestar. Italia es un país donde la corrupción lo impregna casi todo y esta es una manera de denunciarlo”.
Las obras traducidas al español constituyen sólo la punta de un iceberg mucho más vasto que tiene su base en libros como Cibo, de Helena Janeczek, o I viaggi di Mel, del experto en cultura underground Marco Philopat. Pero su aparente invisibilidad mermará el próximo abril, con los lanzamientos en España de Manituana de Wu Ming (Mondadori) y Al Diavul de Alessandro Bertante (ViaMagna). El fenómeno es tan reciente –algunos sitúan su eclosión en la segunda mitad de los 90 y otros, en los primeros años de la presente década– que está en plena ebullición y ya hay quien pide tiempo para ver en qué queda todo y configurar un mapa de capolavori.
Con una estrecha relación con los Wu Ming y su último libro a las puertas del mercado español, el periodista y escritor Alessandro Bertante está en el epicentro del debate. Si algo tienen claro los autores de esta corriente es que “afronta el mito y la leyenda abandonando la tradición de la novela postmoderna”.
El trasfondo de la nueva épica italiana es un desencanto quizá derivado de la frustración política que vive el país y que va más allá de quien lo gobierne. “El problema no es quien esté en el poder. Italia vive una gran decadencia cultural y civil. Ya sólo el hecho de que Berlusconi haya optado tres veces al poder prueba la feroz decadencia y el degrado civil al que hemos llegado. Aquí la burguesía ha perdido su motor de propulsión”. El propio Wu Ming 1 se ha referido al caldo de cultivo de la nueva épica: “No ocurre en Italia por casualidad. Es un país de las mil urgencias, poco interesado en el futuro”.
La neoépica se antoja una tela de araña construida sobre una preocupación por la pérdida del futuro. Las formas que se cobijan bajo ella son “objetos narrativos no identificados” porque en ellos se mezclan ficción y no ficción, registros de lenguaje y experimentación estilística. Pasen y vean.
Giancarlo Di Cataldo. Autor de ‘Una novela criminal’
1. ¿Siente que participa de una uniformidad literaria de su país?
Siento que formo parte de una tendencia, que consiste en narrar en clave épica –y por tanto, con grandes historias– la historia de Italia. Teóricamente, esta es una corriente que se contrapone a la hegemonía del intimismo que, a partir de la muerte de Pasolini (1975), ahonda en los sentimientos.
2. ¿Cómo se ha tomado la renuncia de Saviano?
Como hombre de Estado [es juez] tendría el deber decirle que no se fuera porque el Estado velará por su integridad. Pero como amigo, le digo que viva su vida como mejor quiera y pueda.
3. ¿Cree que la nueva épica se estudiará en las escuelas dentro de 20 años?
Bueno, ya han quien ha comenzado a escribir incluso tesinas. El peligro de la academización está ahí siempre, el secreto para que no te pille es estar siempre en movimiento, confundir las ideas (ríe).
4. Los autores de la nueva épica muestran una Italia negra. ¿Dónde queda la esperanza?
En los jóvenes y las mujeres.
5. ¿Y qué me dice de la clase política?
La política debería venir después, impulsada por los convencimientos que nacen de las mujeres y los jóvenes.
6. ¿Cuáles son sus influencias?
Proceden de la novela histórica francesa, de Balzac, sobre todo. Y después, de Dickens y de Ellroy.
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