Público
Público

Lecturas de poco provecho y mujeres con calzado cómodo

El escritor Rafael Reig reseña 'Fiambres', un 'divertidísimo recorrido por las otras muchas posibilidades que ofrece la existencia como cadáver'

RAFEL REIG

Casi siempre leemos lo que debemos leer, lo que nos conviene. Lo que nos recomiendan los suplementos literarios, los amigos, los profesores. También salimos casi siempre con chicas de nuestra edad, esas mujeres que nos convienen. Las que nos presentan los amigos, compañeras de estudios o de trabajo, las que puedes llevar sin miedo a comer con tu familia. Y está bien que así sea, no digo que no. Son libros y parejas que forman parte del argumento de nuestra vida, son su desenlace previsible.

En cambio, hay libros, como hay mujeres, que lo interrumpen todo, lo ponen patas arriba,  aparecen sin previo aviso y ya sabemos que no nos convienen y nos van a hacer perder el tiempo.

 ¿Por qué me quedé, hace más de veinte años,  una noche sin dormir leyendo Los espías no deben amar, una novela impresentable que compré sólo por la foto de la portada y que me hizo suspender el examen del día siguiente?  No lo sé, pero en mi cabeza esa noche se parece mucho a la felicidad. Creo que la felicidad es siempre una forma de insurrección: no voy a estudiar, no me da la gana, ahora me apetece leer esta novela, aunque no me convenga.

Han pasado más de veinte años y ya no podría contar el argumento de Hamlet, que leí en la misma semana, pero aún recuerdo el comienzo de aquella novela de portada chillona,  que me hizo seguir leyendo como quien se tira de cabeza a un pozo: Llueve en Milán, llueve con desesperación. Me persiguen  y camino sola, empapada bajo la lluvia, sin rumbo, pisando charcos...

 Cuando tenía dieciocho años, mis novias eran las que me convenían: chicas con trenka y un libro en el bolsillo, discutidoras, pero  bien educadas, humanitarias y sin nunca demasiado partidarias del maquillaje. Chicas que llevaban zapatos cómodos y ropa interior muy sensata, por lo general blanca.

Sin embargo, entonces yo habría dado todo lo que tenía de valor (hasta mi reloj de bolsillo y mi primera edición en dos tomos de Residencia en la tierra), para que me corrompiera ipso facto un ama de casa de cuarenta y tantos, manipuladora, cínica, con tacones de aguja y minúscula lencería roja; una Mrs. Robinson del chalet adosado que me utilizara como un simple objeto para satisfacer sus más oscuras pasiones, y sin prestarme la menor consideración como persona y ser humano.

Y ahora que el cuarentón ya soy yo, como se cruce en mi camino una cándida y corruptible estudiante o políngona de dieciocho...  ¡me choco seguro, impacto total!

Con los libros me pasa algo parecido. Leer a Cormac McCarthy, por ejemplo, que es lo que se espera de mí y lo que me conviene, me da una pereza invencible, aunque sé que tienen razón las personas de orden, sé que lo dicen por mi bien: al final valdrá la pena (cruzo los dedos).

Teniendo mi cabeza estas características (o averías de fábrica), no podía yo resistir la tentación de empezar un libro que se llama Fiambres. El subtítulo es: La fascinante vida de los cadáveres. No conocía ni a la autora, Mary Roach, ni la editorial (Global Rhythm, colección Maledicta).

Así empieza:

'Estar muerto es un poco como viajar en un crucero. La mayor parte del tiempo la pasa uno tumbado boca arriba. El cerebro ha dejado de funcionar. La carne comienza a reblandecerse. No llegan muchas noticias y nadie espera noticias tuyas'.

A partir de ahí el libro es un divertidísimo recorrido por las otras muchas posibilidades que ofrece la existencia como cadáver. Además de quedarse boca arriba y descomponerse tan campante, un cadáver puede hacer muchas otras cosas, algunas de ellas de gran utilidad y otras bastante pintorescas, pero divertidas. Las opciones que se le presentan  son múltiples: un cadáver con buena disposición puede caer desde diversas alturas para comprobar el efecto de los golpes en el cuerpo, puede recibir impactos con un martillo, ser diseccionado, convertido en abono, embalsamado o tiroteado con armas de distinto calibre para descubrir cuál es el proyectil más apropiado. Como cadáver te pueden trocear y utilizar una de tus extremidades inferiores para averiguar qué tipo de calzado es el más recomendable para desactivar minas (parece que la llamada 'teoría de las sandalias' del Vietkong era correcta: las lesiones son menores que con botas militares).

En fin, hay vida después de la muerte y, al menos contada por Mary Roach, es muy divertida: yo me he reído a carcajadas. No sé qué más habrá escrito esta señora, pero lo leeré todo y (si la foto de la contraportada no es la de su prima la pechugona) me encantaría encontrármela cualquier noche en un local oscuro y con dos copas de más.

Para un lector curioso y desocupado, las informaciones que da el libro son valiosísimas: cómo es el proceso de putrefacción, cómo se embalsama un cadáver, qué sienten los que llevan un órgano trasplantado, cómo se crucifica a una persona, si una cabeza guillotinada sabe o no sabe que es una cabeza cortada (la respuesta es sí lo sabe, al menos durante nueve o diez segundos), etc.

Del libro me ha gustado todo, hasta las notas al pie. Por ejemplo ésta:

'A la gente le cuesta creerlo, pero Thomas Edison estaba un poco chalado. Sirva como prueba el siguiente extracto de sus diarios en torno a la memoria humana: ‘No somos nosotros quienes recordamos. Lo hace por nosotros un grupo de personas minúsculas que habitan en esa parte del cerebro que se ha dado en llamar 'la circunvolución de Broca'. Debe de haber doce o quince turnos, de modo que cada uno de ellos está de servicio durante un tiempo determinado, como los obreros de una fábrica. Así pues, lo más probable es que recordar algo sea cuestión de coincidir con el turno que estaba de servicio cuando se almacenó la información''.

Formidable.  Este es Edison, el científico.

El estilo de Mary Roach es irresistible, se basa en dar rodeos, en asociaciones espontáneas, en el humor, en el detalle hilarante, preciso y revelador, y en la capacidad para caracterizar un ambiente o una persona.

Me leí el libro (326 páginas) en una noche. Al día siguiente lo pasé bastante mal en el trabajo, tenía gripe y me dolía la cabeza. No me cabía duda de que no había aprendido nada útil ni había leído a un autor de esos imprescindibles y que sirven para presumir de culto o de que estás al día.

Tampoco me cabía duda de otra cosa: en la cama con Mary Roach (y con sus laboriosos cadáveres) había pasado una noche feliz. Agitada, agotadora y feliz: una verdadera insurrección a favor de la alegría.

Mañana, como penitencia, tendré que leerme a Cormac McCarthy, a Philip Roth o a Javier Marías. Algo que me convenga. Lo que debo leer. Chicas de mi edad. Mujeres con sentido común, que se maquillan con discreción y llevan calzado cómodo.  

Que alguien se apiade de mí, por favor.

Lea más de Rafael Reig , en Público 

¿Te ha resultado interesante esta noticia?