MADRID
“Soy de una generación perdida”. Valérie Lemercier, comediante francesa de 54 años, monologuista, directora, guionista, popular actriz de cine, ha decidido llevar a la gran pantalla las consecuencias de la crisis en su propia generación y, de paso, retratar la forma en que la sociedad infantiliza a las mujeres intentando así debilitarlas. Lo hace en la comedia Los 50 son los nuevos 30.
Una científica se queda sin trabajo, se separa de su pareja y no le queda más remedio que volver a casa de sus padres. Estos, que jamás han creído que su ‘niña’ se haya dedicado a una investigación científica seria, la ponen una tienda de cigarrillos electrónicos, pensando que eso se parece a lo que siempre ha hecho. En su nueva vida, ella conoce a un hombre que vive ‘casi’ su misma situación. En su primera cita deambulan por la calle sin tener un lugar para su intimidad. Bastante hilarante si no fuera porque realmente ocurre y en la vida real se puede convertir en drama.
Con Patrick Tinsit y Denis Podalydès en el reparto, la directora y actriz retrata a su propia generación provocando situaciones en el límite que, aunque no siempre remate con éxito, son una efectiva metáfora de la sociedad capitalista que impone el dinero para acceder a la vida adulta y que hace de menos a las mujeres, a las que considera menos capaces emocional e intelectualmente.
Una científica de 50 años, en paro, separada de su marido y que tiene que volver a casa de sus padres, que la ponen un negocio de cigarrillos electrónicos. De extremo a extremo.
Es que sus padres nunca han entendido lo que ella hacía en la ciencia y piensan que lo de los cigarrillos se parece. Leí en un periódico que con 15.000 euros se podía abrir una tienda de esto, es una franquicia. Sus padres piensan que es un poco lo mismo y me parecía divertido, además, que ella volviera a fumar.
¿No será que la sociedad cuando piensa en mujeres científicas las ve solo en laboratorios analíticos?
Claro, pero además con esta mujer también quería mostrar a una persona que se ha pasado muchos años mirando por el microscopio células madre, con menos tiempo para sus hijas y su pareja. El exterior tiene una imagen equivocada de ella y ella no ve demasiado lo que pasa en el exterior. Le interesa mucho su trabajo, lo vive, y es posible que no se dé del todo cuenta de lo que pasa alrededor. Y quería una mujer que no estuviera preocupada por su aspecto físico, que pareciera la eterna universitaria. Estoy segura de que hay científicas que van a la moda, pero las que yo conozco son un poco transparentes.
¿Usted cree que los 50 son los nuevos 30?
Un poco sí. Pero en realidad yo he hecho esta película porque me interesa mi generación. Por un lado, es el público mayoritario del cine hoy. Por otro lado, quería hacer una comedia social. Esta es una generación perdida, que no está conectada del todo en un sentido informático, son los que se compran los aparatos electrónicos y los ordenadores junto con los adolescentes. Es una generación que se ha quedado un poco al margen. Y a mí me gusta contar historias de gente que al margen.
No es el único personaje en esa situación, el hombre al que conoce vive una parecida. ¿Vivimos en un sistema en que solo el dinero nos permite llevar una vida de adultos?
Efectivamente. No hay más que ver hoy cómo los jóvenes tienen que alquilarse pisos entre cinco o seis, no pueden empezar solos una vida independiente. Hemos llegado a eso, si no tienes dinero, no puedes llevar la vida de un adulto.
Y, además, es mujer…
Sí. A ella sus padres no le devuelven su dormitorio cuando vuelve a vivir con ellos. Sin embargo, a él, le dejan el dormitorio grande y los padres se van a otra habitación. A él le respetan su vida privada, a ella la tratan como a una niña.
¿La sociedad todavía infantiliza a las mujeres?
Sí, esta sociedad nos infantiliza. Te dicen: ‘Hola, señora’ y, de pronto, te empiezan a tutear: ‘Aquí tienes, toma tu talón’. En esta sociedad hay algo muy dudoso con las mujeres.
En el cine también y especialmente con la comedia, ¿todavía se sospecha de mujeres que hacen comedia?
Mucho. Y lo más divertido que he visto últimamente son obras con guiones escritos por mujeres. Aunque haya sido un territorio masculino, nosotras tenemos un gran sentido de la ironía y del humor. Nos importan más los detalles y eso nos hace poderosas y fuertes. Las películas ‘de cojones’, perdón pero en Francia las llamamos así, que solo tratan un tema, siempre el mismo tema, no conmueven nada. El humor tiene que pasar ya a otro nivel. Es una herramienta genial en cualquier época. Reír de lo más grave, hace que todo se derrumbe.
Una curiosidad, ¿ese niño ‘becario’ de la película?
Es que en Francia eso es una obligación. Por ley, todos los niños de tercer curso, de 12 o 13 años, tienen que hacer tres días de práctica como becarios en una empresa. En mi película Palacio Real tenía una niña becaria. Se pasaba el día mirando el teléfono móvil, solo levantó la cabeza una vez para decir: ‘Pues Caherine Deneuve no lo hace tan bien’. Me parece una situación muy divertida.
¿Como mujer ha encontrado limitaciones en el teatro y el cine en Francia?
En mi caso, siempre he tenido suerte, de momento nadie me ha prohibido hacer lo que quería. Es verdad que me gusta ser yo la responsable, así que, también en el teatro, me dedico a fabricar mis propias cosas, me ocupo incluso del sonido. En teatro hago un espectáculo en solitario. En cine, como interpretar es una cosa que no me cuesta, interpreto los papeles que yo misma escribo. En cuanto a la situación general, bueno, ahora hay bastantes mujeres en el cine en Francia.
Esta es su primera comedia romántica…
Sí, pero no se parece nada a las americanas. En EE.UU. para hacer una comedia tienes que llevar un gorro, tener 25 años, vender flores, o que nieve o llueva un poco, tienes que llevar un paraguas grande, ir siempre con una taza de Starbucks en la mano y, por supuesto, tienes al eterno amigo no demasiado guapo. En mi película, el humor surge de ver a esta mujer sentada entre su padre y su madre, porque es una situación… Rodando, me di cuenta de que era una situación que me ahogaba, hubo un día en que no pude ni rodar. Es una pesadilla estar cenando en el salón con tus padres en camisón y pijama.
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