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MOSCÚ.- El protagonista de Los disparos del cazador de Rafael Chirbes describe la vida de una persona como alguien que, a medio camino, trata de arrancarse la piel para dejar paso a otra nueva, sólo para descubrir que no puede y que los jirones le quedan colgando, golpeándole las piernas mientras trata de seguir adelante. Lo que vale para las personas podría decirse que también vale para los países.
El pasado 24 de junio, el Consejo Municipal de Moscú (Mosgorduma) aprobó la convocatoria, para el próximo 13 de septiembre, de un referendo para restaurar la estatua de Félix Dzerzhinski en su emplazamiento original, frente a la sede de los servicios secretos en la plaza Lubianka. La iniciativa, que para llevarse a cabo necesita recoger 146.000 firmas, parte del grupo comunista, que también presentó propuestas para otros dos referendos sobre los problemas del sistema educativo y de salud de la capital que, sin embargo, no fueron aprobados. Según declaró al periódico Gazeta el presidente del grupo parlamentario del Partido Comunista de la Federación Rusa (KPRF), la celebración del referendo es incluso más importante que su resultado final, pues abre la vía a nuevas formas de participación ciudadana.
“¿Considera necesario restaurar la estatua de Félix Dzerzhinski en la plaza Lubianka?”. A esta pregunta deberán probablemente responder los moscovitas dentro de un par meses. El KPRF ya ha comenzado la campaña en su página web con el lema “¡Una voluntad de hierro, una Rusia más fuerte!”. A pesar de que los politólogos dudan de que el KPRF sea capaz de recoger, con el verano de por medio, las firmas necesarias para la convocatoria de la consulta, la luz verde de la Mosgorduma ha desatado un nuevo debate sobre el siempre espinoso asunto de la memoria histórica en Rusia.
Del creador de la Cheka...
La figura de Félix Dzerzhinski (1877-1926) siempre ha estado rodeada de polémica en Rusia. De origen polaco y aristocrático, estuvo vinculado a varias organizaciones y partidos socialistas hasta que en 1917 se afilió al Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia-bolchevique (POSDR-b) tras su liberación de la prisión de Butyrka, a la que llegó tras pasar por varias cárceles zaristas en las que cumplió una dura condena impuesta en 1912. Su capacidad organizativa durante los años de clandestinidad hizo que el Consejo de Comisarios del Pueblo eligiese en 1917 a Dzerzhinski para organizar el Comité de Emergencia —más conocido por su acrónimo, Cheka—, posteriormente objeto de sucesivas restructuraciones a lo largo de su historia.
Cheka —cuyo nombre completo era Comité de Emergencia de toda Rusia para la Lucha contra la Contrarrevolución y el Sabotaje— se inspiraba en los principios del Comité de Salud Pública de la I República francesa, cuyo cometido era proteger las conquistas sociales de la revolución de cualquier intento de restauración conservadora, recurriendo a métodos expeditivos si así lo consideraba necesario. No se trataba de un organismo independiente: su actividad estaba supeditada al Consejo de Comisarios y particularmente a los Comisariados de Justicia y Asuntos internos. Para formar parte de él había que cumplir la divisa acuñada por el propio Dzerzhinski: “Un chequista debe tener el corazón ardiente, la cabeza fría y las manos limpias”.
No obstante, el fracaso de la revolución en Europa, la guerra civil en Rusia y la intervención aliada contra el Gobierno soviético condujeron a la decisión de ampliar el poder de este organismo y, con él, alimentar buena parte de sus defectos posteriores. En sus memorias, Victor Serge ofrece un buen resumen de este cambio cuando escribe que “el Partido se esforzó por que la encabezasen hombres incorruptibles como el antiguo preso Dzerzhinski, un idealista sincero, despiadado pero caballeroso, con el perfil demacrado de un inquisidor: frente alta, nariz huesuda, perilla despeinada y una expresión de cansancio y austeridad. Pero el partido tenía pocos hombres de esta madera y muchas Chekas. Creo que la formación de las Chekas fue uno de los peores y más impermisibles errores que los líderes bolcheviques cometieron en 1918, cuando las conspiraciones, los bloqueos y las intervenciones les hicieron perder la cabeza”.
El problema para los rusos hoy es que por una parte está Felix Dzerzhinski, el personaje histórico, y Félix Dzerzhinski, el símbolo de los extensos servicios secretos, por la otra. En condición de tal, su estatua —una obra de Yevgueni Vuchetich, instalada en la plaza Lubianka en 1958— fue derribada por un grupo de manifestantes el 22 de agosto de 1991, un día después de que finalizase el fracasado golpe de Estado contra Mijaíl Gorbachov. Posteriormente, el monumento fue trasladado al llamado Muzeon, en Park Kultury, donde se formó un improvisado cementerio de desmanteladas estatuas soviéticas. En el año 2014 la estatua fue renovada y se retiraron las pintadas que los manifestantes escribieron en el pedestal veintitrés años atrás.
El resultado de un referendo como el que podría celebrarse en septiembre es impredecible. Según un sondeo del Centro de investigación de la opinión pública (VTsIOM) en diciembre de 2013, el 45% de los encuestados se mostraba a favor del retorno del monumento a la plaza Lubianka, mientras que el 25% se oponía. Pero Moscú Rojo, el órgano del Partido Comunista en la capital, elevaba recientemente ese porcentaje hasta un 58% de los residentes en Moscú y un 45% de los rusos en todo el país a favor de que el monumento a Dzerzhinski vuelva a su emplazamiento original. Los costes de la restauración de la estatua no están contemplados en el presupuesto municipal para 2016-2017.
… al fundador del Kiev de Rus
El recurrente debate sobre el restablecimiento del monumento a Dzerzhinski coincide con otro más nuevo, pero en el que se mezclan los mismos ingredientes. La construcción de una enorme estatua dedicada al príncipe Vladímir (958-1015) es el otro foco de la polémica político-cultural de estos últimos meses.
La iniciativa parte de una sociedad histórica, que planea erigir una estatua de 24 metros de altura de Vladímir sujetando una enorme cruz. En el momento de escribir estas líneas aún se desconoce el lugar donde se instalará finalmente el monumento. El lugar inicial era Vorobye Gori —las colinas próximas al estadio Luzhnikí— y la fecha, el 15 de julio, coincidiendo con el aniversario de los mil años de la muerte de Vladímir. Sin embargo, decenas de miles de moscovitas firmaron hace semanas una petición rechazando su instalación en aquel lugar, alegando que sus dimensiones alterarían el paisaje de la zona, relegando a un segundo plano al icónico edificio de la Universidad Estatal de Moscú (MGU).
Además de motivos estéticos, hay, por descontado, otros de tipo político. El monumento ha sido modelado por el escultor Salavat Sherbakov, autor, entre otras, de las esculturas en la capital dedicadas al zar Alejandro I y Piotr Stolipin —el primer ministro zarista que impulsó un amplio programa de reformas a comienzos de siglo XX—, por lo que se le considera copartícipe de la restauración ideológica de determinadas figuras del pensamiento conservador. “Puede que haya discusiones sobre el papel histórico de Iván el Terrible o Iósif Stalin o incluso Pedro el Grande, pero en el caso del príncipe Vladímir se trata sin duda de una figura positiva”, ha dicho Sherbakov a la prensa, “es como George Washington para los americanos, todos los países tienen sus figuras históricas y hay que respetarlas”.
Puede que, como dice Sherbakov, la de Vladímir sea una figura poco cuestionada, pero actualmente se la disputan por igual Rusia y Ucrania, lo que no facilita las cosas a la iniciativa. El presidente ucraniano, Petró Poroshenko, firmó recientemente un decreto por el cual en este año se conmemorará el aniversario de la muerte del “fundador del Rus-Ucrania”. Un retrato de Vladímir —en ucraniano: Volodimir— aparece en el reverso del billete de 1 grivna, la divisa nacional ucraniana, y el escudo del país no es sino una versión del sello de Vladímir.
Que tanto Kiev como Moscú reclamen para sí a Vladímir tiene lógica. Tras haber tomado la ciudad de Quersoneso, el príncipe Vladímir, señor del Kiev de Rus, se casó con Ana Porfirogéneta, hija del emperador de Bizancio. Para que esta unión fuese legal, Vladímir abandonó el paganismo eslavo, se hizo bautizar en Crimea y adoptó el cristianismo ortodoxo en el año 988, convirtiendo esta religión, que luego mandó a sus súbditos adoptar, en uno de los pilares de Rus. Muchos rusos consideran este hecho el comienzo del primer Estado ruso y exactamente lo mismo piensan no pocos ucranianos.
Sin embargo, numerosos historiadores cuestionan tanto la interpretación rusa como la ucraniana, puesto que el Kiev de Rus no puede considerarse, en ningún caso, como un Estado moderno. Borís Kagarlitsky va más allá al desafiar las interpretaciones de historiadores occidentalistas y eslavófilos al afirmar que “desde mediados del siglo XIX, los historiadores liberales han visto en la adopción del rito oriental del cristianismo una desdicha suprema para Rusia, puesto que en materia de religión significó que el país se estableció en oposición a Occidente”. Sin embargo, escribe Kagarlitsky, “la verdad es que en tiempos del príncipe Vladímir la escisión entre iglesias orientales y occidentales aún no era completa o definitiva”. “El efecto del bautismo, incluso si fue por el rito bizantino, no fue contraponer Rus a Europa occidental, sino, por el contrario, acercarlo”, ya que Bizancio actuaba como puente entre Occidente y Oriente, escribe Kagarlitsky en Empire Of The Periphery (Pluto Press, 2008). Para el marxista ruso, la consolidación del Kiev de Rus se debió, sobre todo, a la necesidad de establecer un mayor orden social en un territorio en el que se cruzaban múltiples rutas comerciales.
Sea como fuere, estos debates históricos, políticos y culturales nunca son fáciles en Rusia. De momento, el último se encuentra entre la cruz y la espada y la hoz y el martillo. Los jirones de piel siguen, como siempre, golpeándole las piernas, pero Rusia avanza.
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