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Puta, marimacho, gorda, fea… estas son sólo algunas de las lindezas que desde sus tribunas maceradas en humo de pipa y ranciedad dedicaron nuestros ilustres académicos a la inefable Emilia Pardo Bazán. La gallega fue declarada culpable por sus señorías, como lo oyen, culpable de ser mujer, escribir y —tremenda osadía se viene— querer ser reconocida por ello. Hasta en tres ocasiones fue rechazada su candidatura para ingresar en la Real Academia de la Lengua, hasta en tres ocasiones recibió un portazo como respuesta por parte de los Clarín, los Zorrilla o los Valera, este último, por cierto, en un alarde de agudeza machirula denegó su ingreso porque "su trasero no cabría en un sillón de la RAE".
¿Amedrentó esto a la autora de Los Pazos de Ulloa? ¿Disuadió su anhelo de significación? ¿Se arredró acaso? Si dudan es que no conocen a la Pardo Bazán. “Ella era como le daba la gana”, despacha Noelia Adánez, responsable del texto de Emilia, y que cuenta con la dirección de Anna R. Costa y la interpretación de Pilar Gómez. Una obra que da inicio a la trilogía Mujeres que se atreven con la que el Teatro del Barrio rinde tributo y reivindica la figura de mujeres relevantes que lucharon porque la sociedad les reconociera como iguales.
“No me explico de dónde sacaba la fuerza moral para enfrentarse a todos ellos”
“Emilia les trataba de tú a tú y nunca les degradó, cuando le insultaban no contestaba, recogía el improperio y lo rebatía poniendo en valor precisamente lo que para los hombres era un demérito”. Así, si le llamaban fea, tiempo le faltaba a la coruñesa para vestirse con todos los abalorios que tenía a su alcance, si desdeñaban su literatura por tierna, reivindicaba la delicadeza y el cariño como innegociable en su literatura. “No me termino de explicar de dónde sacaba la fuerza moral para enfrentarse a todos ellos”, confiesa Adánez.
Mujer poliédrica e inclasificable, Emilia era sensible, inoportuna, maniática, talentosa, estridente, ambiciosa… Era todo eso y mucho más. “Queríamos recuperar el personaje con sus contradicciones, no era una Rosalía de Castro, no era una mujer de la que te puedas apropiar desde el feminismo, no es el tipo de personaje que puedes contar desde un único lugar”. Para ello, para contarla en su complejidad, Adánez ha echado mano de montañas de artículos periodísticos, novelas, cuentos, correspondencias variadas —algunas un tanto subidas de tono— y, muy especialmente, de La luz en la batalla, completísima biografía a cargo de Eva Acosta.
“Comprometida con el progreso, a él se encomendó con el afán de lograr la tan ansiada igualdad”
“La potencia de Emilia es precisamente que desconcierta; estamos ante una feminista católica, separada del marido y con diversos amantes, pero al mismo tiempo con una sensibilidad carlista, con una poética política muy ultramontana, muy del Antiguo Régimen, así era ella”. Comprometida con el progreso, a él se encomendó con el afán de lograr la tan ansiada igualdad, esa que siempre le negaron y que le mantuvo en pie de guerra frente a una Academia recelosa de su vehemencia. “Era una liberal en lo filosófico político, creía en el concepto de progreso, sin embargo en sus últimos años estaba agobiada porque veía que el progreso se había traducido en inventos y maquinas, y no tanto en mejoras sociales”.
Con todo, Adánez se niega a verla como una adelantada a su tiempo, “Emilia se desarrolla en un contexto determinado y es ahí donde tiene sentido”, explica la dramaturga, para quien “sus angustias no son transportables al siglo XXI, si bien ahora le atribuimos un sentido, esto no deja de ser una aproximación a un personaje que nos interpela pero que reconstruimos desde el presente”. Y es en ese presente donde el carisma de Emilia cobra relevancia, a fin de cuentas, muchos de los nudos que recorren su vida siguen firmes hoy día.
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