Este artículo se publicó hace 9 años.
La edad de la marginación. La adolescencia en el cine
Se cumplen veinte años de Kids, película emblemática sobre la adolescencia. Larry Clark, con un guion de Harmony Korine, firmó uno de los retratos más controvertidos y atinados sobre ese periodo de la vida que tanto fascina al cine
-Actualizado a
MADRID.- Las emociones se disparan, los huesos crecen, las hormonas enloquecen, el egocentrismo alcanza cotas impensables y… es la época del acné. Todo cambia. Todo es una tragedia. Como bien dice el escritor americano Harlan Coben, “la adolescencia es una guerra. Nadie sale ileso”. Pero de ese insufrible enfrentamiento con uno mismo, con el propio cuerpo, con los padres y con el resto del universo salen cada año unas cuantas películas interesantes. Esta semana le toca el turno a Nosotros y yo, nuevo experimento del cineasta francés Michel Gondry, pero, sobre todo, se cumplen los primeros veinte años de Kids, una de las películas emblemáticas sobre la adolescencia.
El trayecto en un autobús público desde que suena el timbre que señala el final de la última clase del curso hasta su destino en el Bronx es el tiempo que necesita Gondry para retratar a los nuevos adolescentes. Media hora inicial más cerca de la comedia, un desarrollo que se va poniendo del lado del drama y unos debutantes que se interpretan a ellos mismos son las características de Nosotros y yo, una película rodada casi toda ella dentro el autobús.
Se ven, a pesar de la intención de frescura y naturalidad, algunas pequeñas costuras en la película. Muchos menos filtros, por no decir ninguno, había en Kids, película bandera de la adolescencia, resultado de la reunión de un guionista entonces jovencísimo, Harmony Korine, y un director veterano, 30 años mayor, Larry Clark.
“La película era un retrato crudo de unos jóvenes descontentos a lo largo de un día. Había sexo (sin protección en el tiempo del sida), drogas, violencia y skate”, explica el primero, que recuerda en un reportaje reciente en The Guardian la gran polémica que se ocasionó con el estreno del filme en Cannes. “Sería imposible hacer esta película ahora”.
“Pornografía infantil disfrazada de documental con mensaje”, sentenció el Washington Post de la época. El tiempo no ha dado la razón al periódico, al contrario, ha convertido en título de culto aquella película protagonizada por una pandilla de adolescentes, muchos de ellos actores conocidos hoy, con la que el director consiguió su propósito: “Quería que el público sintiera que estaban espiando un mundo al que no tenía la oportunidad de entrar en absoluto”.
“Muchas cosas de las que hablábamos en la película, eran cosas de las que hablábamos en la vida real”, recuerda uno de sus protagonistas, Leo Fitzpatrick, a quien acompañaron en aquel reparto Chloe Sevigny, Rosario Dawson, Justin Pierce, John Abrahams…
Marginales —es su naturaleza—, confundidos y en plena ebullición, los adolescentes atraen a algunos cineastas como el queso a los ratones. Algunas de las películas más interesantes sobre ellos son las que se desarrollan en barrios conflictivos, pobres o en zonas de guerra. Uno de los primeros fue William Wyler con Calle sin salida (1937), donde seguía los pasos de unos jóvenes delincuentes del East End de Nueva York. Francis Ford Coppola rodó el mismo año (1983) dos películas sobre pandilleros —Rebeldes y La ley de la calle—, ambas inspiradas en novelas de S.E. Hinton y ambas protagonizadas por Matt Dillon. El cineasta descubrió en estas producciones algunas de los grandes nombres del cine de hoy, desde Nicolas Cage y Chris Penn hasta el mismísimo Tom Cruise.
En España, al cine también le han interesado los adolescentes conflictivos. Ahí quedan títulos como Deprisa, deprisa, una de las obras maestras de Carlos Saura (1981), El pico (Eloy de la Iglesia, 1983), Perros callejeros (José Antonio de la Loma, 1977), Barrio (Fernando León, 1998) o 7 vírgenes (Alberto Rodríguez, 2005), por mencionar solo algunas.
Ken Loach retrató los problemas de la adolescencia y su inevitable tránsito hacia la madurez en Felices dieciséis (2002), historia de un chico de clase baja que decidía asumir las responsabilidades familiares. Fernando Meirelles se inspiró en la siniestra realidad para rodar la inolvidable Ciudad de Dios (2002), adolescentes atrapados en la pobreza y en el universo del crimen organizado de las favelas de Río. En 2006, Shane Meadows mostraba algunos de los peligros a los que se enfrentan los adolescentes, en este caso, a la manipulación, con This is England, con la historia de un chico, hijo de un soldado muerto en las Malvinas, que cae en las redes de un skinhead.
El adolescente que intenta huir de los problemas, el Antoine Donel de François Truffaut (Los 400 golpes), los que buscan consuelo en los de su especie (Rebelde sin causa, de Nicholas Ray), los que son empujados a la delincuencia y a la auténtica marginalidad (Los olvidados, de Buñuel), los que descubren en esa edad la amistad auténtica, pero también la traición (Adiós, muchachos, de Louis Malle)… son dibujos que se han hecho de los adolescentes desde otros puntos de vista.
Así, la lista de películas de adolescentes que sufren, eso sí, apasionadamente, es larguísima. Y en ella, la intensidad crece cuando la historia se refieren al primer amor o, mucho mejor, al descubrimiento de la sexualidad... o a ambas. Jeff Nichols se acerca magníficamente a la sensación trágica de la adolescencia absorta en el amor y a su pasión por la aventura con Mud, un auténtico clásico moderno. Las ventajas de ser un marginado o Memorias de un zombi adolescente son también instantáneas, entre otras cosas, de ese primer enamoramiento. Aunque, seguramente, el cineasta que retrató con más arte y más valientemente ese momento fue, de nuevo, Louis Malle con su maravillosa El soplo al corazón (una película, que como Kids, seguramente sería imposible rodar ahora).
No se puede repasar, ni siquiera superficialmente, la forma en que el cine trata a los adolescentes sin recordar algunos títulos del cine americano comercial. Películas hoy míticas, como Grease, Regreso al futuro, Los Goonies o American Graffiti, son clásicos ya de este subgénero. Aventureros y con las hormonas más disparadas que nunca, los personajes de estas películas eran adolescentes entrañables, que contagiaban energía. Mucho más dignos, sin duda, que sus ‘congéneres’ de hoy, los insoportablemente ñoños y pusilánimes protagonistas de la saga Crepúsculo, diseñados por los grandes estudios para hacer caja.
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