Este artículo se publicó hace 8 años.
"Hemos construido una sociedad en la que los ordenadores tienen más trabajo que las personas"
La india Anupama Kundoo es un referente en una corriente de la arquitectura antigua pero de moda en el actual contexto de crisis que trata de ser sostenible, de bajo coste y comprometida con la sociedad y con el medio ambiente
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MADRID.- Auroville nació como una utopía hace más de cuatro décadas. Experimentalmente diseñada en el sur de la India en plena época hippy por el arquitecto Roger Anger con la meta de ser “una ciudad universal, donde hombres y mujeres de todos los países sean capaces de vivir en paz y en armonía”. Una fantasía de ciudad de la felicidad, sostenible y respetuosa con la Madre Tierra. Un puente entre el pasado y el futuro que Anupama Kundoo (Pune, 1967) ha ayudado a tejer desde hace casi dos décadas con sus propias manos, literalmente, y con una receta de cocina ancestral.
Dos primorosos ejemplos lo certifican. El primero, la residencia que se construyó en las afueras de la quimérica urbe con unos ingredientes y espacios ensalzados mundialmente. El diario Financial Times lo calificó como “un mundo perfectamente adaptado al clima y a la cultura, lejos de los rascacielos especuladores”. Más tarde, edificó el Orfanato Volontariat de Pondicherry con una antiquísima técnica que consiste, muy básicamente, en cocer una casa de barro, utilizando ladrillos y mortero del mismo material. Tras cuatro jornadas horneándose, el edificio produce además otros materiales. Apenas sin costes de producción. Toda una obra maestra de la arquitectura sostenible. Éste es el término que se ha acuñado para acompañar a Kundoo cada vez que se la menciona en cientos de reportajes o conferencias. “La arquitecta sostenible”, “La arquitecta de la austeridad”, proclaman.
Está claro que parece alguien con un perfil muy adecuado a este contexto económico y social, aunque sus ideas proceden de tiempos mucho más antiguos. Ella, sin embargo, no se da tanto protagonismo. No porta una aureola imaginaria de quien se sabe importante en lo suyo. “Es algo que ya se hacía muchísimos años atrás. Sólo que ahora está de moda”, explica apoyada en uno de los brazos del holgado sofá en el que se recuesta, con motivo del VI Congreso de Mentes Brillantes organizado por El Ser Creativo. Cuando comenzó, hace un cuarto de siglo, el problema medioambiental y el de la falta de recursos ya existían, sólo que pocos estaban concienciados con ello. “Entonces ya sabíamos que iba a producirse una enorme crisis medioambiental por la manera en que construimos edificios y ciudades”.
Influenciada por el francés Anger, siguió el camino de éste y se instaló en 1990 en Auroville. Desde luego, nacer y criarse en el segundo país más poblado del mundo, cuyos apellidos son las palabras desigualdad y pobreza, tuvo mucho que ver con el concepto que hoy va pregonando. “Tuve la oportunidad de crecer allí, donde las diferencias entre ricos y pobres son extremas y los recursos están muy agotados”. Llama poderosamente la atención cómo habla de una “oportunidad”. Pero tiene una explicación: “Estas dificultades que he visto y vivido me ayudan a anticiparme a muchas situaciones complicadas. Como en la India tenemos una gran crisis de recursos, hay que ser listo para sobrevivir. Crecemos sin muchas cosas, así que las inventas; eres creativo. Allí, si tu teléfono no funciona, alguien sabe cómo arreglártelo, no vas a Apple. La gente no dice: ‘Vale, mi impresora no funciona; la tiro a la basura’. La abren y ven cómo la pueden reutilizar”.
Ése es uno de sus mantras. Dar un nuevo uso a objetos olvidados, que ya nadie quiere. Ruedas de bicicleta, botellas o aparatos. Todo forma parte de su plan de austeridad de materiales. Una lista interminable que abarca hasta los libros. “Muchos de los que se producen acaban destruidos. Cuando era niña, significaban progreso y respeto”. Construyó en Barcelona estructuras de árboles con libros, como una metáfora perfecta del mundo en el que vivimos: “Cortamos árboles para fabricarlos y ahora no los queremos”.
Kundoo, que reside en Madrid desde hace un año y medio para dar clase en la Universidad Camilo José Cela, hila en inglés su coherente discurso, lleno de sentido común, sin alzar el tono. Mirando fijamente con sus penetrantes ojos marrones, escoltados por una larga melena negra con rizos, un piercing dorado en la nariz y unos brillantes pendientes con motivos hindúes que cuelgan de sus orejas.
Sus principios podrían ahuyentar a más de un liberal o de un magnate. “El asunto no va de si yo rechazo a alguien o viceversa. Habitualmente, en una película eligen los actores por ser los mejores para el papel, y en la arquitectura sucede igual. Pero no hay que temer no encontrar el novio o el cliente perfecto. Esa persona anda por ahí; sólo hay que relajarse y esperar. Normalmente, quien se me acerca sabe qué tipo de trabajo hago y lo que ofrezco. No me gusta hacer proyectos sólo por dinero, por pura supervivencia”.
Incluso podría hacer evaporarse a cualquier ayuntamiento que sólo pretenda un rascacielos con el que triunfar en Google Imágenes. Es su carácter. Huye de la publicidad porque sí. No experimenta con materiales fuera de lo común por llamar la atención. No es el típico arquitecto estrella. “Muchos creen que es así. Pero no, estoy interesada en la parte no material de la casa, que es la que las personas usarán. Investigo cómo hallar la armonía en eso sin que resulte caro. Me gustaría no tener que reutilizar, pero cada persona gasta muchos recursos y genera mucha basura”.
Se halla centrada ahora en tratar de producir ferrocemento de manera artesanal, siguiendo así su ideal de construir ligada a la naturaleza y de muy bajo coste. Una tradición en constante evolución que no considera que haya que denostar únicamente por su condición de antigua. “Si la vida, o algunas cosas, no son mejores que antes, entonces tenemos que mirar atrás, para comprobar si lo que hacemos ahora es progreso o degeneración”. Una visión que mucho tiene que ver con las nuevas tecnologías. Entiende que hemos ido progresivamente de la mano de ellas hasta un punto en que casi tenemos completa dependencia. “Su desarrollo no debería hacer que nosotros dejáramos de pensar. Mucha gente cree que las máquinas harán todo por ellos y se ha vuelto pasiva; ha dejado de pensar, sólo ve la televisión. Las nuevas tecnologías hacen que estemos como drogados y tenemos que despertar. El futuro será mejor si actuamos como seres humanos”.
Su fórmula para ello es más artesanal que cualquier material que pueda usar: la educación. Pero una idea diferente de educación, en la que desaparezca la manida titulitis. “Para muchos basta con eso, pero para mí ser educado e inteligente significa ser capaz de poder ayudar a la sociedad, independientemente de lo que estudies. Hoy muchos no saben hacer nada bien sin ordenador. Estamos construyendo una sociedad en la que los ordenadores tienen más trabajos que nosotros. Mi desafío es alumbrar una juventud que no dependa de ellos, que tenga el poder de enfrentarse a cualquier problema. Me gustaría que mis hijos pudieran conseguirlo”. Ésa es su utopía.
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