Este artículo se publicó hace 7 años.
Amor veterano en el cine“¿Bailamos o prefieres que nos demos el morro?”
Brendan Gleeson y Diane Keaton protagonizan una historia de amor otoñal en Una cita en el parque. La combinación talento y veteranía ha hecho grandes muchos romances de madurez, desde En el estanque dorado, pasando por El hijo de la novia, hasta Amor y Los puentes de Madison.
Madrid--Actualizado a
Harry Hallowes vivió casi veinte años en una choza destartalada en medio del parque de Hampstead Heath, seis kilómetros al Norte de Londres, codeándose con algunas de las mansiones más caras de la ciudad. La tierra que ocupaba, valorada en unos 3,5 millones de libras, pasó de millonario en millonario, pero Hallowes consiguió permanecer allí hasta su muerte. El 'vagabundo más rico de Inglaterra' es ahora en Una cita en el parque un personaje de ficción, Donald Horner, interpretado por el infalible Brendan Gleeson, que vive una inesperada y plácida historia de amor con una de sus vecinas.
El irlandés, 62 años, y la americana Diane Keaton, 71, una pareja cuando menos improbable (no me refiero a la diferencia de edad), revalidan en esta comedia romántica de Joel Hopkins el valor del talento y de la veteranía.
En la película, ella, Emily Walters, es una viuda que un día ve desde la ventana del ático de su casa cómo unos matones agreden a un hombre que vive en una especie de cabaña. A la mañana siguiente, se acerca para preguntar si está bien. La relación fluye entre ellos de forma tranquila, con pausas para escucharse, sin violines ni remilgos, y la sensibilidad de estos intérpretes enriquece la historia.
Viejos y maravillosos
“¿Bailamos o prefieres que nos demos el morro?” preguntaba Norman a Ethel. Viejos y maravillosos Katharine Hepburn y Henry Fonda en En el estanque dorado (Mark Rydell, 1981), donde transmitían una ternura, un amor suave, que envolvía su eterno enamoramiento con una emoción impagable en el cine. Ellos, como ahora Gleeson y Keaton y como antes otros, fueron reflejo perfecto de una verdad, por muy tópica y manida que resulte, la de que el amor no tiene edad.
Katharine Hepburn y Henry Fonda fueron reflejo perfecto de una verdad, la de que el amor no tiene edad
Norma Leandro y Federico Luppi tenían 60 años cuando protagonizaron Sol de otoño (Eduardo Mignogna, 1996). La actriz ganó merecidísimamente la Concha de Plata en San Sebastián con su interpretación de Clara Goldstein (a Luppi le arrebató el premio el inmenso Michael Caine), una mujer de una vitalidad contagiosa, enérgica y decidida que poco a poco se enamoraba de Raúl Ferraro, un hombre comedido que, igual que al personaje de Norma Leandro, cautivaba a toda la audiencia.
Siempre a tu lado
Soberbios en aquella película, estos dos enormes intérpretes argentinos hicieron entonces realidad la fantasía del amor en el cine. Delicadeza, afecto, también pasión, que Norma Aleandro consiguió repetir en El hijo de la novia (Juan José Campanella, 2001), acompañada en esta ocasión por Héctor Alterio, otro grande. Él era Nino Belvedere, un hombre enamorado, que decidía cumplir el sueño de su mujer, Norma Belvedere, de casarse por la iglesia. Ella, una mujer con Alzheimer, en el universo propio de recuerdos arrinconados y nuevas sensaciones, volvía a la inocencia y al encanto casi adolescentes y se emocionaba y jugaba como una jovencita.
- De mí no te libras, voy a estar siempre a tu lado. Siempre.
- ¡Qué pesado!
Sonrisas y lágrimas (las primeras ácidas y feroces, las segundas un poco amargas), estaban también en Ginger y Fred (1986), donde Marcello Mastroianni deslumbró, brilló tanto o más que el maestro italiano Federico Fellini interpretando a Pippo Botticella. Bailarín famoso por su imitación, junto a Amelia Bonetti (Giulietta Masina), de Ginger Rogers y Fred Astaire, cumplidos ya los sesenta se reencontraba con su pareja años después en un programa de televisión. Las arremetidas casi crueles de Fellini a la televisión no ensombrecían la triste historia de amor de los personajes.
Amores divertidos, serenos y agridulces
'Ginger y Fred' (1986): Las arremetidas casi crueles de Fellini a la televisión no ensombrecían la triste historia de amor
China Zorrilla y Manuel Alexandre en 2005 y hace tres años Shirley Maclaine y Christopher Plummer protagonizaron una hermosa y divertida historia de amor otoñal, Elsa & Fred, en la que la vejez y el enamoramiento, con su entusiasmo y su inconsciencia, convivían muy felizmente. Más agridulce, pero aún romántica, era la atmósfera que rodeaba a Nick y Meg (Lindsay Duncan y Jim Broadbent) en Le Week-end, película de Roger Mitchell con guion de Hanif Kureishi que apostaba por el amor también en las parejas maduras, tal vez desganadas por el paso del tiempo, pero construidas sobre unos poderosos cimientos. Y sereno, honesto y hermoso era el enamoramiento de Wendy y Darwan, fabulosos Patricia Clarkson y Ben Kingsley, en Aprendiendo a conducir (Isabel Coixet, 2014).
"Tengo 63 años y estoy enamorado"
“Verás, superar el infarto fue sencillo, en cambio perderte fue un infierno, ahora por primera vez entiendo todo, tengo 63 años y estoy enamorado, por primera vez en mi vida y tenía que decírtelo”. Antológico Jack Nicholson, con 66 años, en Cuando menos te lo esperas, una comedia romántica en la que la directora y guionista Nancy Meyers metía el dedo en el ojo de la obsesión masculina por la juventud y en la que, otra vez, Diane Keaton era una mujer adulta encantadora, inteligente, atractiva.
'Cuando menos te lo esperas' (2003): “Superar el infarto fue sencillo, en cambio perderte fue un infierno"
El perturbador Michael Haneke nos hizo llorar a lágrima viva, nos dejó sin respiración con una de las historia de amor más auténticas de los últimos años, Amor, protagonizada por los veteranísimos Emmanuelle Riva y Jean-Louis Trintignant. Monumental. Desgarradora. Amor dolía.
También dolía, aunque de una forma completamente distinta, esa escena tristísima con Clint Eastwood (Robert Kincaid) calado hasta los huesos de lluvia y de angustia, mirando a Francesca, el amor de su vida –prodigiosa Meryl Streep-, en Los puentes de Madison.
Ya nos habíamos enamorado cuando Francesa invita a Robert a cenar (“Si quiere cenar conmigo cuando las luciérnagas estén volando, venga esta noche cuando haya acabado, a cualquier hora”), y más de dos horas después estábamos irremediablemente entregados a ese amor, enloquecidos por él y gravemente heridos. “Empezaré a culpar el quererte por lo mucho que duele”.
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