El profesor de Filosofía del Derecho Jorge Urdanoz Ganuza presenta estos días 'Veinte destellos de ilustración electoral', un libro-taller de manipulación electoral en el que se le enseñan al lector las tácticas habituales mediante las cuales los políticos manipulan las leyes electorales. Es también un libro de teoría democrática, ya que se recuerdan los principios básicos del ideal democrático, se detalla hasta qué punto se encuentran lesionados en España y se explica por qué la ciudadanía muestra unos niveles de desafección tan elevados hacia nuestros representantes.
Se habla mucho de regenerar la política pero muy pocos de sus protagonistas entienden que una de las claves reside en la necesidad de reformar la ley electoral.
A mí me parece que es la pieza fundamental que deberíamos reformar porque el sistema electoral es responsable del sentimiento de ausencia de representación que ha invadido a la gente, ya que no recoge con justicia las preferencias de la gente. A mi juicio, existen dos grandes problemas; el primero es que el sistema electoral desapodera a la gente, impone el bipartidismo y no da alternativas a la ciudadanía española, por tanto genera un duopolio representativo. El segundo problema es que la falta o la ausencia de democracia interna en los partidos hace que los militantes tampoco puedan controlar las cúpulas.
¿Hasta qué punto el fraude electoral ha tenido que ver en la desafección política actual?
Yo creo que ha tenido una importancia constatable o primordial, pues ha provocado que los políticos se desconecten de la realidad y de lo que la gente realmente quiere. Lo hemos visto desde el 2011 y el 15M, es decir, con un sistema electoral verdaderamente representativo en el que los partidos compitieran en igualdad de condiciones se controlarían entre ellos y por lo tanto la gente estaría mucho mejor representada. Dado que esto no ha ocurrido cada cuatro años porque no hay unas elecciones verdaderamente representativas, se ha ido acumulando el malestar y en vez de regenerar el sistema cada cuatro años, han tenido que pasar 35 para dar un vuelco al sistema político. Ahora, en lugar de ir a las urnas, tenemos que ir a las plazas y decir que ya está bien porque votar no acaba de representarnos adecuadamente.
El bipartidismo es responsable de ese sistema electoral fraudulento
El bipartidismo jamás ha querido tocar una ley electoral que claramente le beneficia y que perjudica a cualquier otro partido, es decir, deja espacio a los partidos nacionalistas periféricos pero a escala nacional o estatal no deja espacio a una alternativa. La gran culpa que tiene el bipartidismo es la de haberse aprovechado de este sistema electoral generado en la Transición mediante un pacto con el último gobierno franquista y no haberlo querido reformar en la creencia de que las cosas seguirían siempre igual. No ha sido así, y cuando hay un malestar que ninguno de los partidos ha sabido encauzar pues ocurre lo que ocurre.
¿De qué forma la profesionalización de la política fomenta que se haya perpetuado este sistema electoral injusto?
Este sistema electoral aísla a los partidos y a las cúpulas de la ciudadanía, la ciudadanía no puede controlar a los dos grandes partidos y solo puede elegir entre uno u otro, pero nada más. Además, como son sistemas muy cerrados a su propia militancia las cúpulas se eligen por congresos y por métodos de cooptación que no tienen nada de democráticos, los propios militantes tampoco pueden controlar a las cúpulas. De tal forma que la vida interna del partido se vuelve algo cerrado al exterior, los políticos viven en una especie de submundo político e institucional que no tiene nada que ver con el mundo real.
¿Tenemos el voto más desigual de Europa?
No solo el voto más desigual de Europa, sino que es uno de los más desiguales del mundo. En el ranking de desigualdad de voto estamos el 16 por la cola, sólo nos ganan un puñado de países, que en su mayoría son países africanos, recién llegados a la democracia. Es una autentica vergüenza lo que ocurre en España
Reflexiona en un reciente artículo sobre el desamparado que desde su punto de vista sufren los ciudadanos de centro-derecha y derecha de nuestro país, ya que solo tienen la opción de votar al PP. Algo muy parecido ocurre con los ciudadanos de izquierda, que solo pueden votar al PSOE o dejar que gane el PP.
En pequeñas circunscripciones solo caben dos partidos, es decir, en aproximadamente la mitad de las circunscripciones españolas jamás ha habido un tercer partido, quitando aquellas con partidos nacionalistas, pero ese sería otro escenario político. En el resto jamás ha habido un tercer partido estatal, es el caso, por ejemplo, de Izquierda Unida y más recientemente de UPyD, dos formaciones que poco pueden hacer ante un bipartidismo que se impone.
Los sondeos apuntan a un vuelco del tablero político con la irrupción de Podemos. ¿Qué valoración hace de ello, le parece esperanzador?
La irrupción de Podemos ha venido para quedarse, por lo menos hasta las elecciones de 2015. Desde mi punto de vista, la misión histórica ha de ser romper estas reglas del juego. El sistema ha sido incapaz de ir reformando las instituciones poco a poco e ir representando a la gente cada cuatro años mediante las urnas, por lo que la única salida es una patada en el tablero y una alternativa política que lo que hace es poner en juicio no a un partido u otro, sino todo el tablero. El surgimiento de Podemos o el hecho de que decidiéramos salir a las plazas a gritar que no nos representan indica que las urnas no nos están representando. Creo que Podemos va a tener un éxito arrollador en las siguientes elecciones y lo que están diciendo es que hay problemas de representación evidentes, y que los dos grandes partidos no nos van a sacar de este atasco.
¿Qué modelo propone?
El libro o el ensayo lo que plantea son tres cosas. Primero, el voto igual es irrenunciable, segundo, no se trata de reformar el sistema electoral, sino que se trata de reformar todo el modelo representativo, es decir, el congreso y el senado. No se puede tocar el sistema electoral del Senado sin tocar a la vez la configuración territorial de España porque está incrustada en las reglas del Congreso, por tanto hay que atar esas dos cosas. Lo que propongo es una cámara de representantes de la ciudadanía, que sería el Congreso, elegida mediante distrito único. Así como un sistema proporcional al estilo alemán, que es puramente proporcional y que garantiza el voto igual con una barrera del 4%, pero necesariamente además un Senado o algún tipo de institución que recoja la representación territorial en el que estén representadas las Comunidades Autonómicas. Por último, habría que irse a un nuevo pacto constitucional porque está visto que el que nos dimos a nosotros mismos en el 78 ha llegado a su fin.
¿Qué opina de ese latiguillo habitual consistente en decir que la corrupción es una cuestión de cultura política?
Estoy radicalmente en contra de esa lectura de que llevamos la corrupción en los genes o que es inherente a la cultura de los países mediterráneos. Esto se combate siempre mediante voluntad política e instituciones que desincentiven la corrupción, es decir, un político que alega que la corrupción es una especie de rasgo cultural de los españoles es un político derrotista, un político que no va a hacer nada por cambiar el actual estado de cosas. Lo que hay que hacer es luchar contra esa inercia y esa inercia está en las instituciones, es decir, tenemos un duopolio político que se traslada al terreno de la economía. Vivimos en un capitalismo castizo con grandes empresas que en realidad no son emprendedoras, sino que tienen todo hecho porque lo único que tienen que hacer es comprar al poder político y éste es, a su vez, un duopolio que no compite en libre competencia con terceras alternativas. Ese duopolio político unido a ese oligopolio económico se traslada a las instituciones y así es como se genera un magma en el que la corrupción está institucionalizada.
Debemos luchar contra ello y otros países nos marcan el modelo a seguir, como por ejemplo los países nórdicos, que disponen de unas instituciones muchísimo más razonables que las nuestras. Nuestras instituciones fueron pactadas con una dictadura durante la Transición, estuvo bien pero obviamente algún precio tuvimos que pagar y que seguimos pagando.
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