madrid
Actualizado:Esos zapatos de la foto que parece que van a tirarse al Danubio simbolizan el exterminio. Hungría había tendido la mano a Alemania y Hitler le tomó el brazo. Con la ocupación nazi, el país se internó en la geografía del Holocausto. Casi medio millón de judíos fueron gaseados en Auschwitz, aunque algunos terminaron bajo las aguas. Ataban a los miembros de una familia, le pegaban un tiro al primero y, arrastrados por el peso, caían todos al río. Antes, le quitaban el calzado.
Arcadi Espada (Barcelona, 1957) ha buceado en la gesta de Ángel Sanz Briz, un Schindler franquista que ejerció de secretario en la embajada española en Budapest. Según el periodista catalán, salvó la vida a miles de judíos por orden de su Gobierno, aunque la excepcionalidad del zaragozano fue reconocida por la comunidad hebrea, consciente de su involucración personal. El Caudillo buscaba así procurarse los favores de los aliados, cuya victoria en la II Guerra Mundial era inminente.
Por las páginas de En nombre de Franco (Espasa) también transitan desde una amante de Josep Pla, Aly Herscovitz, hasta un impostor italiano, Giorgio Perlasca, quien suplantó la identidad del Ángel de Budapest para atribuirse la salvación de judíos. O sea, el preciado salvoconducto que amparó a la dictadura.
Ángel Sanz Briz, un nombre de pila que le viene al pelo.
Sí, supongo. Eso es lo que dice la tele.
Ni su familia sabía que tenía un ángel en casa.
Más o menos. Tenía una vaga idea de quién era porque no habló demasiado del asunto.
¿Hay muchos franquistas buenos?
Claro. Seguramente, más que malos (risas). En Budapest se concentraron cuatro que lo eran: Zoltan Farkas, Elisabeth Tourné, Giorgio Perlasca y el propio Sanz Briz.
Más allá de el Ángel de Budapest, ¿cuántos Schindler españoles existieron?
Eso requeriría un estudio global. Yo me he centrado en Budapest porque allí la matanza de hebreos fue rápida y espantosa. Los nazis asesinaron en tres semanas a medio millón de personas, que fueron llevadas a Auschwitz. Como la guerra ya estaba perdida para los alemanes, Hungría fue el último lugar donde los diplomáticos neutrales pudieron intervenir, pues aún había judíos por salvar.
Usted no es un hombre de muchas palabras, ¿cierto?
En esta vida es muy importante economizar, algo a lo que nos ha llevado esta crisis extraordinaria. Todo está tan saturado de palabras, hablamos tanto y hacemos libros tan largos que hay que contenerse.
¿En nombre de qué o quién le gustaría salvar vidas?
Preferiría no verme en la tesitura de tener que hacerlo, porque es algo incómodo y soy una persona que tiende a la comodidad. Si tuviese que salvar a alguien, lo haría en mi nombre porque así no le debería nada a nadie.
La culpa se la llevan los caudillos, pero ¿qué porción de responsabilidad corresponde a los acaudillados, o sea, al pueblo?
No creo demasiado en estas ideas del pueblo y tal. La gente ha de tener una responsabilidad individual, y a veces no la tiene.
La ciudadanía, en ocasiones, se ha tapado los ojos.
No se sabe muy bien. En cuanto a las causas del nazismo, ¿hablamos de un pueblo entero sometido o de unos bandidos que secuestraron a una nación? Si Hitler no hubiera existido, no habría habido nazismo. En el fondo, hemos tendido a despreciar las causas individuales por culpa de una historiografía de corte marxista, que tiene sus virtudes y sus limitaciones. Las personas son muy decisivas en los hechos que desencadenan. Las personas cuentan, y Hitler contó.
¿Ve en Franco a un líder a la altura de Mussolini o Hitler?
Duró más que ellos.
¿Fue un oportunista que dio la espalda al Führer y se procuró el indulto de los aliados salvando la vida de tantos judíos húngaros?
En 1944, Franco ve perdida la guerra y toma una serie de medidas para adaptarse al orden que viene, dictado por los aliados. Como teme que su victoria signifique la caída del régimen, deduzco que organiza muchos planes para contrarrestar esta posibilidad. Uno fue ganarse a la opinión pública estadounidense. Al mandar los judíos en The New York Times y en Hollywood, el pacto —por decirlo de alguna manera— consistió en lo siguiente: Yo salvo a los judíos de Budapest, pero vosotros tenéis que conseguir que la sociedad norteamericana no se movilice en contra de mi régimen.
Traducido: no convertir la Guerra Civil española en un icono cinematográfico. Es más, fue necesario más de medio siglo para que la lucha fratricida fuese abordada con profusión en la gran pantalla.
La primera y prácticamente única película que Hollywood hizo en esa época fue Por quién doblan las campanas, basada en un texto de Ernest Hemingway e interpretada por Gary Cooper e Ingrid Bergman. Preocupó mucho al régimen, porque creo una corriente de opinión favorable a la intervención de Estados Unidos en España, pero a partir de ella ya no se rodó ninguna otra.
Queda claro que Franco no fue un santo, pues la decisión de evitar la muerte de hebreos tuvo un carácter estratégico.
Cuando hablamos, entre comillas, de los malos, no podemos descartar que también les movieran sentimientos humanitarios. En el fondo, salvar la vida de la gente tampoco está mal. A ello hay que añadir una estrategia, documentada por Javier Martínez de Bedoya, una de las figuras del libro.
En vez de un daño colateral fue un bien colateral. Vamos, que no era tan malo...
Ah, no sé, me da igual. Mi interés por él se ciñe a esta historia. Hablo de Franco como si hablara de Aníbal. ¡A mí qué me importa! Trabajo sobre la realidad de la manera más fría y objetiva que puedo. Llegué a esta historia, empecé a rascar y vi que estaba llena de mentiras. Una de ellas era que Sanz Briz hubiera actuado por su cuenta, pero luego deduje que cumplía las órdenes del Gobierno de Franco. ¿Que se llamaba Franco? ¡Como si se hubiese llamado Aníbal!
En fin, que le ha salido un guion de cine. ¿A qué actor ve encarnando a Sanz Briz?
Alguien de treinta y pico años, finito y un poco atildado. En su juventud, hubiese sido ideal José Coronado.
¿Y una actriz para dar vida a su bella amante, la baronesa hebrea Podmaniczky?
No le he visto la cara ni sé si fue su amante. Perlasca, en el colmo del delirio, atribuye su marcha de Budapest a ese romance. En realidad, sólo me interesa porque afecta a una zona candente de la leyenda malévola que el italiano extiende sobre Sanz Briz.
Además de los supuestos amoríos del diplomático con la baronesa, en el libro también planea la relación de Josep Pla con su amante Aly Herscovitz, el hilo del que tiró para llegar a esta madeja.
Esa cosa sentimental que le gusta a la gente.
A usted, en cambio, le excita la mentira.
Me pone, me pone.
Y, al contrario, ¿la verdad aplaca sus ánimos?
Claro, pero perseguirla me excita. Hay una pulsión casi erótica en la búsqueda de la verdad. Cuando uno cree haberla alcanzado, siente como una satisfacción poscoital.
Multiorgásmica, ¿no?
Bueno, ya lo complicamos mucho (risas).
Me imagino que, a medida que avanza una investigación, los sucesivos descubrimientos provocan un clímax detrás de otro.
Pero eso no me gusta demasiado, porque es un poco feminoide.
Los judíos en Hungría eran despojados hasta de su calzado, ese valioso objeto en tiempos de penuria y frío. Aquí y ahora, ha vuelto a cobrar importancia el oro. ¿Llegaremos algún día al valor zapato?
No. Comparar la vida en nuestras sociedades con el Budapest de 1944 es una inmoralidad. No hay ninguna metáfora posible.
Los nazis húngaros murieron matando.
Hasta el último momento. Es una cosa espantosa. Dos días antes de que entraran los rusos, iban a los hospitales y a los asilos buscando a judíos y los asesinaban allí mismo. Por su crueldad y empecinamiento, se encontraban entre las peores bestias de Europa.
La prosa de su ensayo desprende cierto aroma a literatura de viajes.
El género me gusta mucho. En el fondo, mis libros son un viaje. Aunque no te muevas, la investigación es una travesía. Hay muchas concomitancias entre investigar y viajar. Y, cuando investigas viajando, ya es la hostia de felicidad.
Le aburre la ficción...
No me interesa ya demasiado.
Prefiere el periodismo narrativo.
Esa idea de que sólo lo ficcional puede estar bien escrito es estúpida. Uno tiene la misma obligación estilística escribiendo hechos que ficciones.
Al escribir desde la subjetividad, ¿dónde termina la realidad y arranca la leyenda? ¿Qué frontera no debe cruzarse?
Cuando se escribe sobre hechos, hay un problema insoluble. A veces no sabes algo y te enfrentas a una pared. Hay autores que narran historias basadas en hechos reales, perforando la pared con el berbiquí de la ficción. Yo no puedo hacerlo: en todo caso, la escalo.
Usted usa la primera persona. ¿Qué peligros encierra el yo? ¿Cuándo justifica su uso en periodismo?
El único peligro es que el yo sea imbécil.
¿Es más veraz la biografia de un vivo o la de un muerto?
Normalmente, la de un vivo. La muerte es una pérdida de información extraordinaria que no puede ser recuperada fácilmente.
Las lagunas de Carrillo.
Si no fueron desentrañadas en vida, difícilmente van a serlo en muerte.
¿Ha sentido más la muerte de Margaret Thatcher o la de Sara Montiel?
Más allá de la gente próxima, todas las muertes me conmueven por igual. Me parece tan desastrosa, que soy incapaz de distinguir entre Sara Montiel y Margaret Thatcher.
Pero no todos los abuelos son buenos.
Claro que no, sobre todo para determinados nietos.
¿Le asistió a José Luis Sampedro la lucidez al final de sus días?
No. Nunca fue un hombre demasiado lúcido.
¿Estuvo, pues, sobrevalorado?
Sin duda. Fue un novelista agradable y un profesor correcto, pero las ideas de José Luis Sampedro no son más que refritos convencionales.
¿Cree que lo políticamente correcto es un discurso de izquierdas?
Más o menos, es el discurso dominante, pero...
A ver, la calle vota a la derecha o a las derechas, pero quienes tienen buena prensa son personajes progresistas. ¿Va por ahí la cosa?
Eso está bien visto y, además, es muy comparable a la evidencia de que los franquistas ganaron la guerra, pero perdieron la historia, porque la escribieron los otros. Estas contradicciones pasan.
Querrá decir "reescribir"...
No, la historia canónica es una historia escrita por la izquierda. Éste libro, por ejemplo, ha tenido que luchar contra eso.
Más allá de la económica, ¿hay otra crisis precedente o paralela de carácter moral? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Hablar de las crisis morales de una manera tan génerica me resulta complicado. Los sociólogos van de muchos en muchos y los periodistas, de uno en uno. Cuando oigo estas grandes palabras, me pregunto: ¿qué crisis moral? Aunque es verdad que hay algunos rasgos. Por ejemplo, en España la gente tiene poco aprecio por el trabajo —los que trabajan, claro— y el mérito apenas cuenta.
Una infanta no puede ser imputada, pero sí guillotinada. Palabra de Arcadi.
Una infanta, infanta... no ésta. La monarquía no puede entrar en un juzgado, porque es como si entrara Blancanieves.
¿En qué terminará todo esto? ¿Algún imputado célebre terminará siendo condenado o, más difícil todavía, dará con sus huesos en la cárcel?
Pregunta: ¿en qué terminará todo esto? Respuesta: no terminará.
¿Son los políticos un reflejo de la sociedad española o corremos el riesgo de que el pueblo —palabra que a usted no le gusta— se vea reflejado en ellos?
Los políticos no es que sean un reflejo de la sociedad española sino que son la sociedad española. Hay asesinos, criminales, gente honrada (la mayoría, por cierto) y santas pascuas.
Julia Otero es gallega, aunque no sé si en el sentido peyorativo del término.
Eso hay que preguntárselo a Rosa Díez.
Pongamos por caso que mañana me voy a vivir a Cataluña. ¿Algún consejo?
No, una felicitación, porque se vive estupendamente bien y se come maravillosamente. Un sitio perfecto. Estoy seguro de que es muchísimo mejor que Burundi.
Ya que habla de mesa y mantel, toca cena insalvable: ¿con Pilar Rahola o con Javier Bauluz?
Con cualquiera de los dos, o sea, con el que quisiera. Los problemas que pude tener con ambos son respecto a los textos y las fotografías.
Yo no me enfado nunca ni soy rencoroso. Discuto mucho y polemizo, pero no con la gente sino con sus obras y con lo que me parece que hacen mal. Me veo en la obligación de criticarlo.
¿Las ocho diferencias entre Ciutadans y UPyD?
Ninguna. ¿Qué diferencia va a haber? Son el mismo partido.
¿Qué fue de Albert Rivera, a quien apoyó durante la gestación de Ciutadans?
Es, no fue. Albert Rivera representa la única oposición real que hay en Cataluña y también es un hombre que ha aprendido mucho. Hizo cosas bien y he escrito a su favor; y algunas mal y he escrito en su contra. Nada más.
¿Cuándo siente que desea o debe salir de El País? ¿Dónde se ha encontrado mejor?
Siempre he estado a gusto en todos los diarios donde he trabajado. Me fui porque me ofrecieron algo mejor en El Mundo. Es evidente que uno no es el mismo a lo largo de los años y que las visiones de las cosas van cambiando, pero no por mudarse a otro periódico. Si ahora viniera El País y me ofreciera algo mejor, me iría a escribir allí.
Sería bueno tomarle la temperatura al periodismo español, pero no hay quien encuentre el termómetro.
Está en esa situación de crisis que definió tan bien Gramsci: "Lo nuevo que no termina de nacer y lo viejo que no termina de morir". Sólo tiene un problema, que es económico. Debe encontrar su modelo para sobrevivir en la superficie digital. No creo que la idea del periódico esté arruinada. El periodista sigue teniendo sentido. Evidentemente, la masa social no puede hacer información, pues no es su cometido.
Y, desde el punto de vista técnico, nunca fue tan excitante y fácil hacer periodismo. Pero toda esta maravilla ha coincidido con un gravísimo problema: la tecnología ha invalidado el modelo de negocio vigente y todavía no hemos encontrado otro.
Ahora que al fin Jabois se viene a Madrid, podría aprovechar y venirse usted también.
De hecho, estoy en Madrid desde hace mucho tiempo. Vivo en una ciudad rara que se llama MAD-BCN. Para mí, Madrid y Barcelona son barrios de una urbe mucho más global. Ahora bien, tengo mi negocio aquí porque es donde compran mis cosas. En Barcelona no compran prácticamente nada de lo que hago.
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