Los carteles empapelan todo Vallecas. 'Guapos y guapas no pagan' es el reclamo de la nueva discoteca latina del barrio, Mamá Pachanga. Irónicamente, la ubicación del garito coincide con el lugar de peregrinación de los jevis del Foro durante los fines de semana. A pesar del dispendio publicitario, todas las noches siguen cayendo roqueros despistados por la calle Sanz Raso, cercana al estadio del Rayo. Ignoran que su templo ha sido profanado.
Una vez dentro, algunos maldicen el sacrilegio como un Charlton Heston en la escena final de El planeta de los simios. Aunque todo siga en su sitio, ya nada es igual. Ni los clientes visten de negro, ni tocan guitarras imaginarias. Sólo las mujeres llevan el pelo largo. Una capa de pintura ha sepultado los murales que lucían las paredes de la sala dedicados a grupos como Barón Rojo o Lujuria. Ahora, en la pista de baile los cuerpos se contonean a ritmo de salsa y bachata. Ni rastro de heavy metal.
A muchos, la metamorfosis del antiguo Excalibur les ha pillado por sorpresa. 'Me dicen que les da pena, pero esos mismos llevaban años sin aparecer por aquí'. Habla el propietario, José Sinausía, de 52 años. En junio transformó radicalmente su negocio casi de la noche a la mañana. 'Lo tenía pensado desde hacía tiempo: voy a aprovechar el verano para probar. No era ningún secreto'.
La palabra crisis no aparece entre sus argumentos y desmiente un descenso de clientela. Aunque transmite cierto hartazgo. 'Se decía que ponía garrafón, y eso al final te cabrea. Ahora, en vez de copas, compran botellas enteras, y nadie se queja'.
Los hábitos también han cambiado. En el Mamá Pachanga, la gente no se acoda en la barra. Los nuevos clientes, la mayoría suraméricanos, acuden en grupo buscando una mesa, y de ahí, a la pista de baile. 'Me hace gracia, es como en las fiestas de pueblo, los hombres sacan a las chicas', afirma Pedro, uno de los camareros más veteranos. Por primera vez en veinte años, ha dejado de servir calimochos. Y recuerda que ésta no es la primera mutación que sufre la discoteca. 'Antes de ser el Excalibur, aquí se pinchaba música electrónica y disco. Era la época de la ruta del bakalao. Había colas para entrar'.
La discoteca Excalibur abrió sus puertas a finales de los años noventa. Como reconoce su dueño, aprovechó el cierre del emblemático Canciller para tomar su testigo. En Madrid, no hay otro sitio que sirva copas hasta el amanecer con los Judas Priest o Iron Maiden sonando a todo volumen. El Excalibur forma parte de la idiosincrasia de la música heavy de este país. Y no tan heavy. Allí han acabado la noche Fito Cabrales, de Fito y los Fitipaldis, o Carlos Tarque, de M-Clan. También artistas internacionales como la cantante estadounidense Ke$ha, habitual en las listas de éxitos de medio planeta.
Los chanantes de Muchachada Nui utilizaron la sala en uno de sus sketches. También ha sido escenario de rodaje de series e innumerables videoclips. Los legendarios Obús, originarios también de Vallecas, grabaron con un invitado de excepción, el oscarizado Javier Bardem, que desempolvó la chupa de cuero aprovechando un descanso del rodaje de Mar Adentro.
'Cuando era joven, Bardem fue ayudante del grupo en uno de sus conciertos', recuerda Sinausía. 'Es un tío muy enrollao', apostilla David Moreno Maki, el pincha de la discoteca durante los buenos tiempos. 'Estaba hasta arriba todos los fines de semana, era como regresar a los años ochenta. Algunos, cuando venían, no se creían que todavía existiera un sitio así. Pero estoy seguro que con el tiempo, el Excalibur volverá'.
El dueño no lo tiene tan claro. Admite que en septiembre volverá a programar conciertos de rock en sesión vespertina. Pero a media noche la música latina sustituirá a los guitarrazos. La mezcolanza no le parece descabellada. 'Hay jevis que siguen viniendo a ligar y acaban bailando reguetón'. Pedro, el camarero, lo confirma. 'El otro día llegó uno cagándose en nosotros. Al final, le tuvimos que sacar del local a la hora del cierre porque no se quería marchar'.
Excalibur, reconvertida en la discoteca latina Mamá Pachanga. FOTO: RAÚL CARNICERO
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