El cineasta Pablo Trapero agita y moviliza a la opinión pública con cada una de sus películas, provoca debates y polémicas nacionales y, en muchas ocasiones, incluso origina cambios legislativos. Ahora, con su largometraje más reciente, Elefante blanco, ha vuelto a hacerlo. El filme, que se estrenará en España el 13 de julio, acaba de ser declarado 'de interés social y cultural' por la ciudad de Buenos Aires a petición de una de sus diputadas.
Protagonizado por Ricardo Darín, Martina Gusman y Jérémie Renier, en él se cuenta una historia de fe y compromiso desde el interior de una villa, un poblado chabolista, bonaerense. Y, a un mes más o menos de su estreno allí y tras el intenso debate creado en los medios de comunicación, las autoridades ya han puesto en marcha el Plan Nacional de Abordaje Integral (Plan Ahí) para realizar tareas sociales en estos barrios pobres.
Muy recientemente, el Gobierno argentino envió a cientos de soldados a estas zonas, los ministros se dejaron ver y fotografiar en la villa que aparece en la película, el ministro de Defensa, Arturo Puricelli, escuchó las quejas de los habitantes de uno de estos poblados (cloacas, asfaltados, iluminación, inundaciones...) y posteriormente mandó maquinaria del Ejército para comenzar algunas obras. Por su parte, la ministra de Seguridad, Nilda Garré, ordenó la instalación de puestos móviles de atención sanitaria en otra de las villas y recorrió junto al responsable de Trabajo, Carlos Tomada, el barrio del filme. Allí mismo, el Ministerio del Interior está ya tramitando documentos de identidad...
Elefante blanco, además, ha conseguido que esa realidad de miseria, exclusión y marginación a la que no quiere mirar la inmensa mayoría de ciudadanos, se contemple por fin. La película ha atraído ya a 700.000 espectadores, se ha colocado en el número uno del año entre las producciones argentinas y en el quinto puesto del total. 'Es una inmensa alegría saber que la gente quiere ver lo que cuenta la película', dice Trapero, que repite este milagro casi desde su ópera prima.
En 1999, con Mundo grúa, una muy modesta producción propia en la que contaba una historia de desempleo con un actor no profesional, convocó a 100.000 espectadores y consiguió una enorme repercusión en los medios de comunicación. 'Mis películas salen rápido de la sección de Espectáculos para irse al cuerpo central de los diarios', reconoce y añade: 'Me di cuenta muy pronto de lo que el cine podía hacer en la sociedad, lo que no sabía es que yo podía hacerlo'.
Dos años después estrenó El bonaerense, retrato de la corrupción policial en Buenos Aires. Hoy la película se muestra en las escuelas de Policía en todo el país. Con Leonera, donde contaba la realidad de las mujeres que crían a sus hijos en las cárceles del país, se consiguió aprobar una ley para permitir la prisión domiciliaria a las madres. En 2010, Trapero se metió, con Carancho, con los accidentes de tráfico, los abogados que sacan partido de ellos, las víctimas... y, una vez más, desencadenó un cambio legislativo del que nació la Ley Anti-Carancho, que establece un régimen de protección para las víctimas frente al abuso de los abogados.
'No sé por qué pasa esto', confiesa el director y guionista, que, sin embargo, apunta lo que él cree que es una explicación: 'Primero, yo conservo la mirada de espectador y trato de pensar en quién va a ir a ver mis películas. Luego, presento personajes frontales, no me gusta como director ponerme por encima de los personajes ni de la historia. Y, por último, procuro que la gente no salga 100% conforme de los cines. Pero no sé'.
Políticos, responsables de instituciones, personajes públicos de diferentes territorios le reclaman, 'me piden opinión, la mirada del artista, pero yo trato de mantenerme al margen. El cine es una lucha política, pero las películas hacen su trabajo en las salas', dice el cineasta, a quien también se le acercan muy a menudo ciudadanos de todo tipo contándole historias propias y problemas. 'Me sorprende, porque yo soy un director, no tengo una cara como Ricardo Darín y, sin embargo, la gente me reconoce en el supermercado. Se me acercan y me cuentan y me gusta que pase eso, porque eso confirma que el cine tiene esa fuerzas'.
Pablo Trapero es un hombre comprometido con el cine como los personajes de su nueva película lo están con los habitantes de la villa en la que trabajan. Un lugar donde el cineasta ubica una historia de fe, 'no solo religiosa', de amor y de amistad. Dos sacerdotes y una asistente social se enfrentan a los poderes políticos y policiales, a la jerarquía eclesiástica y a las mafias para ayudar a las personas que viven allí.
'No sé cuántas villas hay en Buenos Aires y no se puede saber cuántos habitantes hay en ellas porque no están censados', explica Trapero, que ha trabajado con las personas de Ciudad Oculta, donde rodó, incorporándolas al equipo del filme y también como figurantes y actores. Coproducida por España (Morena Films) y Argentina (Matanza Cine y Patagonik), la película muestra una realidad que, como dice el director, 'todo el mundo conoce, pero nadie quiere mirar. Pero, resulta que por el filtro de la ficción la gente se anima a ver más y eso es un gran poder de la ficción y ofrece la posibilidad de reflexionar la realidad de una forma distinta'.
La entrada del actor en Ciudad Oculta fue uno de los momentos más delicados del rodaje de Elefante blanco. 'Teníamos miedo de provocar una situación un poco estridente', dice Trapero. Los habitantes de la villa, sin embargo, acogieron con entusiasmo al equipo de la película, 'todos sentían la necesidad de que se reflejara su realidad'. Una realidad que ha calado hondo en el popular intérprete argentino, quien reconoce que personalmente esta experiencia le ha enseñado mucho.
'Me han enseñado mucho esas personas. Nosotros creemos que todos los problemas son económicos y no es verdad. Y tengo que decir que tenemos la suficiente hipocresía para no mirar su realidad, pero tampoco estamos muy dispuestos a ayudar', dice Darín que, como buen argentino, muestra cierta incontinencia verbal y se va calentando y calentando.
Y el discurso que comienza con una reflexión sobre el compromiso y sobre lo aprendido con Elefante blanco se va transformando en una encendida disertación acerca de los males de estos tiempos. 'Si fuéramos una especie respetable del Planeta, deberíamos primero cuidarle y, por supuesto, cuidarnos unos a otros y a nosotros mismos. No lo hacemos, pero, además, hemos aceptado este sistema como único y nos olvidamos de que los países están gobernados por empresas y de que la riqueza se acumula, cada vez más para una minoría y menos para la mayoría'.
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