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Su trazo limpio, casi aséptico, contrasta con la maculada cara oculta de los seres humanos que pueblan sus viñetas, ambientadas en una sociedad industrial, gélida y distópica que da cabida a psicópatas violadores y a niños con el cerebro al aire.
Tras publicar en 2010 la antología de parafilias sexuales Total OverFuck (Reino de Cordelia), Miguel Ángel Martín acaba de retomar en Motor Lab Monqi (Rey Lear) el personaje de Brian the Brain, un niño telépata y telequinésico que le da pie para esbozar una metáfora de la soledad, la marginación y el odio a lo diferente.
El ilustrador leonés vuelve a profundizar en dos de sus tres grandes temas: la ciencia y la tecnología. La pornografía, esta vez tratada de manera sutil, toca para después del verano. La editorial Reino de Cordelia le ha encargado una adaptación posmoderna de Los 120 días de Sodoma: el Marqués de Sade, en clave de látex.
Curiosamente, a usted lo descubrió Jesús Egido, un periodista ponferradino que ha terminado siendo su editor en Madrid.
Todavía estaba estudiando Derecho, aunque lo dejé poco después. Tendría unos 20 o 21 años.
¿Le iban bien los estudios?
Sí. Tenía alguna pendiente, pero iba aprobando, alguna asignatura con notable y tal. Iba bien, aunque no era una carrera brillante. Yo quería ser fiscal. Bueno, fiscal y dibujante de cómics. Luego, claro, la ingenuidad mía... El principal problema es que la Universidad me decepcionó mucho. Aunque me gustaba el Derecho, me aburría en las clases. No era lo que yo esperaba.
Total, que hice una exposición con planchas de cómics muy grandes en un pub de León que se llamaba Dulcinea. Egido pasó por allí de casualidad, lo vio y me hizo una entrevista para el Diario de León. También entrevistó a Toño Benavides, que exponía en otro bar, y nos conocimos los tres. Luego nos dio la oportunidad de hacer ilustraciones en el Diario de León y, cuando se fundó La Crónica de León en 1985, empecé a hacer tiras, chistes, ilustraciones, caricaturas... Así hasta ahora.
Javier Zabala, Doyaque, Silvia Prada, Ernesto Rodera, Toño Benavides, Luis F. Sanz o el fallecido Tino Gatagán. ¿Qué tiene León para que de allí hayan salido tantos ilustradores?
Bueno, no lo sé. En los ochenta hubo una pequeña movida, salvando las distancias, como la madrileña. Hice muchos carteles para grupos de rock locales y otros foráneos como Radio Futura, Glutamato Ye-Ye o Seres Vacíos. Los conciertos tenían lugar en el pub Garabatos, donde Toño y yo hacíamos las exposiciones.
¿Trascendió entonces algunas de las bandas leonesas anunciadas en sus carteles?
El primero fue el de Los Patógenos, que se pegó por toda la ciudad. Luego también hice cubiertas para el mejor y más famoso grupo de allí, Los Cardiacos, que me gustan mucho.
La carrera de Derecho se torció, pero terminó fiscalizando la realidad de otra manera.
Sí, efectivamente [risas]. Estudiándola, analizándola y riéndome de ella, que es básicamente lo que trato de hacer con los cómics: que la gente se lo pase bien leyendo lo que dibujo.
Y lo de fiscal, ¿por qué?
Me gustaba.
¿Para trincar a los malos?
No, ese no era el plan. Es que a mí el Derecho Penal me gustaba mucho.
Pues la fiscal italiana no dudó en ir a por su editor en el país trasalpino cuando se atrevió a publicar Psychopathia Sexualis, un cómic que fue secuestrado por inducción al suicidio, al homicidio y a la pedofilia.
Sí, pero encantado, porque nos reportó una gran publicidad gratuita. Gracias a aquello, soy muy apreciado en Italia y la conozco entera [risas].
Y en España, que también es un país católico y conservador en ciertos aspectos, ¿nunca ha tenido problemas?
Legalmente, no. He tenido pequeñas censuras aquí o allá: librerías que no quieren vender mis cómics, gente que me ha criticado y despreciado por los contenidos, que me ha insultado o que me ha rechazado dibujos y exposiciones... Ese tipo de cosas sí, pero una censura abierta y oficial como la de la Fiscalía de Cremona, no.
Su estilo es limpio, casi aséptico...
De línea clara, digamos.
Pero de trazo ideológico grueso y temática sucia, ¿no?
Esa mezcla hace que mis cómics tengan tanta personalidad. La gracia está en la combinación de un dibujo limpio, naif e incluso ingenuo con unos contenidos un tanto escabrosos, ácidos y retorcidos.
¿Fue para tanto lo de Italia?
Yo creo que no, porque para mí Psychopathia Sexualis –el que más fama me ha dado por, entre comillas, escandaloso– es de humor. Yo me considero sobre todo un humorista, aunque no de chiste a lo Mortadelo y Filemón, naturalmente. Ya se ve que la portada no estaba hecha en serio. En el prólogo, Jesús Egido se reía de los temas y les llamaba cerdetes a la gente que dibujaba y leía esas cosas. Claro, ese prólogo no salió en Italia y metieron otro muy sesudo, sin sentido del humor, pero seguía habiendo chistes sobrados. No lo entendieron, vamos.
Luis Alberto de Cuenca comentaba que el Marqués de Sade era un moralista y, de alguna manera, usted también. ¿Se considera así?
No, aunque él tiene sus motivos para decirlo, porque es un tío muy culto. Yo me considero un humorista. Sade no tiene sentido del humor y en mi obra, naturalmente, sí lo hay.
¿Inmoral o amoral?
Prefiero considerarme amoral, pero bueno, no lo sé. De hecho, cuando una parte de la gente cree que en Psychopathia Sexualis y en todos los cómics duros hago apología de la violencia y otra piensa que la estoy denunciando, quiere decir que hay varios puntos de vista... Muchas veces, cuando una persona opina sobre un producto ambiguo como el mío está, más que retratándome a mí, retratándose a él mismo. Si te hacen algún tipo de crítica es porque, a lo mejor, están viendo una cosa suya y te la están achacando a ti.
Como el reprimido que en realidad lo desea, pero no lo practica o lo hace a oscuras.
Efectivamente. Uno de los cumplidos más bonitos que me han dicho fue en Italia, cuando un chico se plantó con todos mis cómics para que se los firmara y me dijo: "Gracias por darme qué pensar sin decirme lo que tengo que hacer". La gente percibe que no le estoy dando un sermón. En cambio, eso es lo que propone Sade: haz esto o lo otro, aunque sea lo contrario de la moral convencional.
¿Ilustrador, comiquero, dibujante, viñetista, autor de cómics...?
La palabra técnica, exacta y justa en español es historieta. Con lo cual, historietista, dibujante de historietas, dibujante de cómic, comiquero... No me importa, todo me parece bien. Menos novelista gráfico, que me resulta muy pedante [carcajadas].
Su exito en Italia se produjo más en un ambiente contracultural que en el propio mundo del cómic, ¿no?
Sí, porque mi editor se movía mucho en los centros sociales, aunque en el mundo del cómic también tengo un respeto. Mi lector prototipo, allí, no es sólo un lector de cómics, sino que también le gusta la música y se interesa por la tecnología y los temas que toco. Yo flipé, pero es gente muy formada.
Cuando fueron denunciados, Milo Manara les apoyó.
Mandó una carta estupenda, en contra de la censura y apoyando la calidad del cómic. Un gran tipo, la verdad. También nos apoyó Aldo Busi, un escritor muy conocido y polémico, de los pocos gays abiertos que hacen apología de ello. Un tipo muy elegante y culto que publicó, creo que en La Repubblica, un artículo en el que llamó al pueblo italiano poco menos que tonto por secuestrar estas cosas. Y eso que no es un lector de cómics... También nos mandó un fax de apoyo Oliviero Toscani, el polémico fotógrafo que trabajaba para Benetton.
¿Cree que Toscani ha metido el dedo en la llaga para llamar la atención?
En nuestro caso, no necesitaba ninguna publicidad, pues la tenía toda.
Me refiero a las campañas publicitarias. ¿Le parece un artista interesante?
Sí. En su momento hizo unas campañas que funcionaron muy bien y consiguieron el efecto que quería: que se hablara de ellas. Me parece estupendo, porque yo también soy un provocador, aunque más barato que él [risas]. Siempre que tenga un poco de gracia, no estoy en contra de la provocación. La gente, últimamente, está en contra de todo. Es bueno que exista, porque anima la vida. Luego hay provocaciones buenas y malas, listas y tontas, como todo.
Traducido al porno, Manara sería el Playboy y usted, el Pirate.
Sin duda [carcajadas].
Cuando trabaja, ¿qué música tiene de fondo?
Escucho música a todas horas. Cuando me levanto, lo primero que hago es poner on en el amplificador y, al acostarme, le doy al off. Cuando salgo la calle voy siempre con el iPod. ¿Trabajando? Depende de qué momentos. Ahora estoy preparando las ilustraciones para la edición de Los 120 días de Sodoma mientras escucho Whitehouse, Throbbing Gristle, Maurizio Bianchi y grupos rompedores del movimiento industrial de principios de los ochenta. Pero cuando dibujé Motor Lab Monqi escuché más bien música tecno más miminal, fría y como de hospital o laboratorio, tipo Emptyset, Pansonic y cosas así.
¿No le despista escuchar música pesada?
Todo lo contrario: me ambienta bien. Además, cuando estoy dibujando, me abstraigo tanto que casi no la oigo, pero noto el zumbido de fondo [risas].
Siempre ha dicho que su mayor influencia, por encima del cine o del propio cómic, es la música.
Sí. Y ahora más.
¿Por qué?
No lo sé. En los ochenta tuve tres encuentros que me cambiaron la forma de dibujar y los contenidos de mis cómics: Grupo salvaje, de Sam Peckinpah; Vinieron de dentro de..., de David Cronenberg; y la música electrónica de Whitehouse, SPK, Esplendor Geométrico, etcétera.
Y la alemana también, ¿no?
El krautrock, sobre todo. Can, Neu!, Kraftwerk y todos esos... Son mis discos de cabecera habitualmente. Pasado el tiempo, desde hace diez años, mis influencias básicas son la ciencia, la tecnología y la pornografía. Creo que son tres campos muy contemporáneos donde se están haciendo cosas nuevas continuamente. Son influencias muy básicas que pueden verse en mis tebeos, incluido Motor Lab Monqi.
¿Cómo se puede innovar en pornografía cuando teóricamente ya se ha visto todo desde muy cerca?
Nooo, no creas que se ha visto todo. Yo cada vez me sorprendo... Claro, veo cosas que se supone que a la gente le excitan, aunque a mí no todas me pongan, ni mucho menos. Yo creo que a las cerdadas la gente siempre le da una vuelta de tuerca más. También hay que tener en cuenta que muchas veces no son novedosas. Si te lees Psychopathia Sexualis (el libro de Krafft-Ebing publicado en 1886, no mi tebeo), verás algunas perversiones sexuales que el propio Sade había reflejado un siglo antes. A todas ellas se les ha ido dando con el paso del tiempo vueltas de rosca y ahora está habiendo más perversiones que nunca. Por ejemplo, si Sade hubiera conocido el plástico, el caucho o el látex, es posible que sus personajes estuvieran follando con máscaras de gas, que es lo que van a hacer en mi versión de Sade [risas]. Pero esos materiales no existían en aquella época.
¿Va a ilustrar a Sade de un modo contemporáneo, reinterpretándolo?
Sí, completamente. A petición mía, se ha encargado una traducción actualizada y moderna. Parece que la acción está sucediendo hoy, para que sea lo más neutra posible: en vez de coches de caballos salen taxis; en lugar de financieros hay banqueros, abogados del Estado, inspectores de Hacienda... Adapto su mundo al mío: un obispo, un duque, un banquero y un burgués que llevan máscaras de gas.
¿El obispo sigue siendo obispo?
Sí, porque la máscara de caucho lleva una mitra encima, con lo cual visualmente es muy impactante [risas].
¿No había dibujado ya ese personaje?
Sí, en la portada de un fanzine italiano.
¿Cuál es la parafilia que más le ha llamado la atención?
No lo sé. Las que más me gustan son las que tratan temas de caucho y látex, con personajes vestidos casi como alienígenas y en las que muchas veces no hay un sexo en el sentido convencional. No hay penetraciones ni pollas, sino que están haciendo cerdadas con líquidos, excrementos, etcétera.
Me refiero a...
No he visto películas snuff de verdad y lo demás no me ha impactado.
¿Cree que existen?
No. Creo que son una leyenda urbana, oficialmente no existen y tampoco conozco a nadie que las haya visto. Por película snuff entiendo que secuestren a una persona, la violen y la maten para que alguien se excite. No considero snuff las burradas grabadas durante una guerra en las que unos soldados fuerzan a una mujer, la asesinan y la graban en vídeo. La guerra trastorna a la gente. Hemos visto a paletos y paletas del interior de Estados Unidos, individuos corrientes, que de repente en la batalla hacen cosas que no harían ni de coña en la vida normal.
¿De dónde viene su vena fetichista?
Para mí no es fetichismo. Me molan esos trajes, pero no me la ponen dura. Me gustan por los ambientes extraños que tienen, como de hospitales. Me fascinan, porque es como si fuesen una película surrealista.
¿Buñuel o Cronenberg?
Buñuel, sin duda, porque es mucho más sofisticado y retorcido. Cronenberg me mola, pero últimamente hace cine mainstream y no me interesa nada.
Por lo que ya ha comentado, antes Peckinpah que Ford.
Sí. Ford es un clásico, pero con las películas de Peckinpah me identifico. Mis favoritas, antes de entrar en decadencia, son Grupo salvaje, Pat Garrett and Billy The Kid y Quiero la cabeza de Alfredo García. Pero los personajes de Peckinpah no me gustan por su violencia (que también, al igual que por sus montajes rápidos y sofisticados) sino porque son espíritus libres, gente sin ataduras, promiscuos, que follan con putas y no atracan para comprar una granja y casarse... Ese tipo de rollo me parece fascinante.
¿El cómic para usted supone una evasión o una válvula de escape, como el ejecutivo que se viste de colegiala y le gusta que le zumben?
No necesito soltar cosas porque tampoco soy un reprimido, sino una de esas personas afortunadas que van a su bola. Un poco como los personajes de Peckinpah, pero sin matar a nadie. Vivo cómo quiero, dónde quiero y de lo que me gusta hacer. No tengo prácticamente ninguna atadura. En ese sentido, es una válvula de escape, pero también una forma de dirigirme a los demás y de transmitirles cosas que me interesan y que me gustan.
Ha tocado temáticas muy distintas. Cuando ilustró La casa de Lúculo...
Grande Camba, como sabes. ¡Gallego!
Un visionario, como refleja en Un año en el otro mundo. Uno de los primeros distópicos, con permiso de H.G. Wells y algún que otro futurista, que llegó a adelantarse a Orwell, Huxley y Bradbury.
Tengo muchas ganas de leerlo. Un periodista con sentido lúdico. En La casa de Lúculo hay muchísimo humor, no chistes, que es lo que me gusta. Hablando del vegetarianismo, hay una frase brillante: "La única aportación del vegetarianismo a la gastronomía ha sido limitarla" [carcajada]. ¡La monda! En la época era un avanzado, porque estaba probando comidas exóticas de todo el mundo por Europa: comida china, sopa de tortuga... ¡La hostia! Una persona abierta. Un grande.
¿Ha comido y le gustan los insectos, tan presentes en su obra?
No he probando tantos como me gustaría, pero sí. Cuando estuve en Bucheon, una ciudad dormitorio de Seúl, como decir aquí Alcorcón, probé beondegi: larvas de gusano de seda fritas. Me habían invitado a un festival internacional de cómics y las compré en el puesto que tenía una señora. Sabían así como a almendras amargas, aunque no me terminé el cucurucho entero, porque me empaché. Pero estaban buenas...
Japón sería un buen mercado para su obra, ¿no?
Hice cosas para una compañía de discos de música electrónica e industrial. Y algunos fans me han comprado obra, desde cómics en español hasta tazas, pero es un público muy pequeño.
¿Cómo no se han traducido sus cómics al japonés?
Una pareja de fans que me compraba originales y otras muchas cosas estuvo a punto de viajar a España para montar una editorial independiente y publicar obras underground internacionales en Japón. Ellos querían empezar con mis cómics, pero no sé por qué luego dejaron el proyecto. Fue una oportunidad que se perdió. Durante años, me mandaron cajas llenas de regalos japoneses: comestibles extrañísimos, dulces (entre comillas, porque aquello no sabía a nada), muñecas japonesas, piezas de juguete para montar...
¿Cómo han funcionado las ediciones en inglés?
Se tradujeron historietas para ser publicadas en fanzines y revistas underground estadounidenses. Pero no llegaron a editar parte de ellas porque decían que, si lo hacían, podrían tener un problema grave. No es como en España: allí, con una imagen de un niño en actitud sexual, sea dibujada o filmada, puedes ir a la puta cárcel. Tengo muchos fans americanos que lo compran por correo. Aquí llegó a imprimirse una edición en inglés destinada a la exportación, pero los distribuidores estadounidenses no se atrevieron a venderla.
¿Alguna influencia más allá de sus escritores de cabecera: Alvin Toffler, J.G. Ballard, William Burroughs...?
Me interesan mucho sociólogos, sociobiólogos o psicólogos evolutivos como Edward Wilson, Steven Pinker, Geoffrey Miller o Matt Ridley, que han escrito teorías muy interesantes sobre cómo es la naturaleza humana en comparación con la de los animales. A algunos los he conocido por el programa de Punset, que hace entrevistas patéticas a gente muy interesante, porque es un pésimo entrevistador. A veces me pone malo: Tío, deja hablar al jambo y para de decir tonterías. Me revienta su forma de hablar, que se tire el rollo y que pregunte bobadas. Ha hecho entrevistas a gente muy buena, pero también a charlatanes del tres al cuarto.
Pese a ser superlativo en ciertos contenidos, formalmente, para usted –como para la Bauhaus– menos es más.
Me encanta esa frase. La asumo.
¿Color o blanco y negro?
Las dos cosas. Hice Motor Lab Monqi en blanco y negro porque si no tardaría mucho tiempo en dibujar un tebeo largo como éste y resultaría carísimo.
¿Colorea siempre a mano?
Todo a mano, excepto que tenga que hacer algún cartel, tarjeta o postal en el que puedo meter un color de fondo con Photoshop. Tardo menos así que con ordenador. Lo hago todo a mano porque me organizan bastantes exposiciones y vendo muchos originales, con lo cual me interesa tenerlos. Ahora también estoy vendiendo online a través de Vidas de Papel, que tiene en catálogo dibujos, serigrafías e ilustraciones realizadas ex profeso para esa web. Por ejemplo, los bocetos de personajes de Brian the Brain y las ilustraciones que estoy dibujando ahora del Marqués de Sade.
¿Usted es un autor de culto o maldito?
Quizás una mezcla de ambas cosas, porque un secuestro te convierte en un maldito. Muchos temas que trato son de culto y otros, también malditos, porque están prohibidos.
¿Hay algo que no se haya atrevido a dibujar?
No, pero que no se me haya ocurrido es otra cosa... Si se me ocurre, lo dibujo [risas].
¿Resulta positiva la censura en algún caso? ¿Cuándo?
En el mío, porque me ha promocionado y dado publicidad. Es mala cuando te encarcelan y te fusilan, claro, como al Marqués de Sade: treinta años en la puta cárcel, eh.
Se inició en la música con Pink Floyd. ¿Cuál ha sido su último descubrimiento?
Sigo comprando música, incluso de artistas contemporáneos y jóvenes, pero no encuentro cosas rompedoras como había en los setenta, en los ochenta e incluso, aunque menos, en los noventa. Hoy todo es un poco refrito... El cantante de The Wedding Present decía hace poco que los músicos de ahora están regurgitando la música de los setenta y de los ochenta. Tiene razón: la han asimilado, digerido y expulsado, pero no es algo realmente novedoso, aunque es verdad que lo están haciendo bien y hay pequeñas vueltas de tuerca. Pero ten en cuenta que la música que más me interesa es la experimental y la que busca otras vías de expresión. Y ahí...
¿Hay algo que le plazca que se emita por radiofórmula?
No escucho la radio y la radiofórmula nunca me ha gustado. Hace años, la única que escuché con bastante asiduidad fue Radio 3, que me gustaba mucho.
¿Algún grupo entonces que le agrade y pueda encontrarse en el Carrefour?
Lo dudo. Si está allí, ya no me gusta [risas]. No, es una broma. Ojalá que la música que me agrada estuviese en el Carrefour, porque eso querría decir que los gustos han cambiado, cosa que no va a pasar. También soy consciente de que los míos son minoritarios y no pretendo ni siquiera que mis cómics estén algún día en un hipermercado. Ojalá estuvieran, porque mi editor bailaría... Me conformo con tener un público sofisticado y suficiente que me permita vivir de ello (un puñado de lectores aquí, otro en Francia, Italia, Inglaterra...) y poder seguir haciendo lo que me gusta sin tener que hacer concesiones. Imagínate que te plantean: Pon esto, que así igual se vende más. Bueno, y si no se vende más, ¿que?
Su fachada podría hacerle parecer una persona convencional, pero la profesión va por dentro...
No sé cómo tomarme eso [carcajadas]. Nadie quiere ser convencional... Desde luego, no tengo ninguna intención de tener una apariencia exterior extravagante. Una vez, una poetisa escribió en su blog: "¿Cómo es posible que un tío con una pinta tan neutra pueda dibujar esto?" [carcajadas]. Me encantó eso de un aspecto tan neutro... ¿Neutro de qué?
Cuando usted empezó a dibujar, tenía influencias gráficas de Calonge. ¿Cómo fue llevando el trazo a su terreno y creando su propio estilo?
Fue muy fácil. Fui a El Víbora con mis historietas de influencia calongiana y me dijeron que me parecía mucho a él. Cuando vi que ése era un motivo para no publicar, volví a León y estuve unos meses trabajando para tratar de eliminar todas las influencias que tenía de Calonge. Entonces, a mediados de los ochenta, empezó a surgir el estilo que tengo ahora, que ha ido evolucionando.
¿Le cuesta hacer caricaturas o retratos?
Lo he intentado y no soy bueno, aunque de vez en cuando hago interpretaciones. Las he hecho de Burroughs, de Madonna y de gente que me ha pagado por hacer retratos de ellos o de su familia.
¿Cree que el hombre nace ruin y violento?
Sí. Ruin y violento, entre otras muchas más cosas. Por naturaleza, somos agresivos, conflictivos y crueles, como lo son el resto de animales y mamíferos. Pero además somos cooperadores y solidarios. Nos fijamos más en lo malo de la naturaleza humana, porque impresiona e impacta. Ahora bien, lo bueno supera con creces a lo malo, si no nos habríamos extinguido. Tenemos un fifty-fifty como mínimo y hasta diría que un poco más de buenos que de malos. Me acabo de leer Los mejores ángeles de nuestra naturaleza, un libro muy interesante de Steven Pinker, que pone en evidencia que ahora hay menos violencia, guerras, crueldad y gente muriéndose de hambre que en el pasado.
¿Será un orgullo para usted compartir la autoría de las portadas de los discos de Whitehouse con Trevor Brown?
Un gran artista de culto, sí señor. Me gusta mucho su trabajo. Cuando estuve en Japón, no tuve tiempo para tomar un café con él y al final hablamos un par de minutos por teléfono gracias a Satoshi Morita, un amigo que organizaba conciertos de música electrónica. Llevó a gente como Esplendor Geométrico y a los propios Whitehouse. Trevor Brown, por cierto, vive allí porque se casó con una chica japonesa.
¿Duchamp o Warhol?
Los dos. Si me dices que escoja uno, Duchamp, pero creo que ambos han cambiado por completo el arte en el siglo XX. Duchamp lo hirió de muerte y Warhol lo remató. Todo lo que hay ahora son subproductos warholianos mezclados con Duchamp, con pequeñas vueltas de tuerca. Es arte contemporáneo, pero no vanguardista ni rompedor. Son los tiempos que corren...
¿De dónde viene su fijación por los psicópatas violadores?
No es una fijación, sino que siento interés por ellos y por otras muchas cosas. En mis tebeos sólo hay psicópatas sexuales en Psychopathia Sexualis y en Snuff 2000. El resto son psicópatas normales y corrientes, como los que te encuentras en la calle o en la vida cotidiana. Mi interés surge porque artistas como Throbbing Gristle o Whitehouse se inspiraban en ellos para hacer su música.
Charles Manson ha envejecido un poco mal, ¿no?
Es que Charlie Manson siempre fue un pobre idiota y una persona muy ignorante. Fíjate qué gente tenía a su alrededor: burguesitos desnortados de familias desestructuradas. ¿Una persona con magnetismo? ¿Para quién? El problema de Manson no era él, sino los idiotas que le seguían. Pero me parece fantástico, porque hoy es un icono pop.
¿Tuvo que cortarse a la hora de abordar la ilustraciones de la sección de sexo de Soitu?
Nunca, jamás. Tampoco iba a provocar. Los autores de los textos eran sexólogos abiertos y sin prejuicios que explicaban los temas muy bien. Yo los ilustré de una forma también abierta, sin la intención de molestar a la gente sólo por molestar. Dibujé pollas, coños, sexo explícito, relaciones homosexuales, corridas... De todo, siempre que tuviese que ver con el artículo, y añadiendo una pizca de humor. También es verdad que una polla mía en erección es casi un cuadro de Warhol: tampoco da mucho asco [carcajadas]. En los artículos que hablaban sobre la iglesia católica y la pederastia, saqué a curas vestidos de fucsia, tipo Fellini, con guantes y máscaras de fetish. No hubo ningún problema.
¿Cree que la sociedad es más pacata ahora que hace tres décadas?
Comparado con los cuarenta años del rey de la caspa, por supuesto que no. Fue un período de puta mierda. Comparado con los ochenta, sí. Somos más pacatos, y no sólo en España sino en general. La invasión del concepto de lo políticamente correcto, que es fascismo puro y duro, ha quitado espontaneidad y libertad para opinar y expresarse. Si no niegas el holocausto en público, eres un delincuente. Hombre, tú podrás negar o afirmar que hubo holocausto, que la tierra es plana, que dios existe o lo que te salga de los cojones. Aquí la gente se ofende por todo últimamente. En los ochenta no era así, había un poco de relax. No se trata de ofender a nadie, pero sí de que haya espontaneidad para hacer un chiste, aunque pueda ser machista, racista y clasista. Eso no te convierte en un hijo de puta, ni mucho menos.
¿La distopía ya está aquí?
En buena parte, sí. Muchas de las cosas que toco en mis cómics no me las estoy inventando, sino que las saco de la prensa convencional, de la televisión, de lo que leo y de lo que veo. La sociedad es siempre un producto de la naturaleza humana, que va variando según la cultura y los tiempos. Esta época, en cuanto a la represión, empieza a parecerse a la victoriana, no respecto al sexo sino a la forma de expresarse. Me parece atroz que se le quite espontaneidad a la gente.
A Brian the Brain le sobran los dedos de una mano para contar a sus amigos. ¿No sé si es asocial o...?
Es un chico que, por su carácter y su deformidad física, no es aceptado por los demás. No está integrado en un grupo porque le hacen el vacío o lo utilizan para reírse de él, algo muy típico.
Obviamente, usted no tiene el cerebro a la vista...
A lo mejor es porque no tengo [carcajadas].
¿Es un poco Brian?
Todos somos un poco Brian, supongo. Hay partes de mí en todos mis personajes. Tanto en Brian, que es el que mejor cae, como en los que son más hijoputas.
En la nueva entrega, Brian se hace adolescente y comienza a perder inteligencia. ¿Es una metáfora de algo?
No, no está planteado así, sino que es un recurso narrativo para contar otras historias. Es fundamental, en esta segunda parte de la trilogía, para explicar cómo va a acabar Brian en la tercera y última entrega. No lo voy a contar ahora, pero no muere, eh.
¿Como concibió al personaje?
Brian tiene un cerebro hiperdesarrollado, pero sin cráneo. Es un freak que no quiere ser freak. A diferencia de otros personajes del cómic underground que se empeñan en ser raros, él quiere ser normal.
¿Algún nuevo personaje o proyecto a la vista?
Estoy trabajando en cuatro guiones: Sade; la última parte de Brian the Brain; Bitch, la chica grafitera, que era el proyecto de una película que no se va a hacer nunca; y una historia protagonizada por gente mayor, de alta sociedad, que trata el tema de la vejez sofisticada, no de la que tiene alzheimer.
¿Esta a favor de la experimentación con animales?
Sí, sí, a favor de todo.
¿Y de la experimentación con humanos?
También, también. Con voluntarios, naturalmente. Ya hay cobayas humanas para experimentar con medicamentos y otras cosas. Recuerdo que estando en Boston, viajando en el metro que te lleva al Massachusetts Institute of Technology (MIT), vi anuncios en los que buscaban a cobayas humanas para hacer estudios sobre la depresión y la esquizofrenia.
¿Nucleares, sí, gracias?
Estoy a favor de la energía nuclear, aunque sé que tiene sus riesgos. También a favor de los transgénicos. Otra cosa es que me parezcan bien prácticas monopolísticas como las de Monsanto. Soy un persona que tiene pocos prejuicios y menos complejos. Y, por supuesto, no creo en religiones: ni ecologismo, ni ateísmo, ni monoteísmo... Yo me considero ateo, pero no ateísta, porque no tengo ningún interés en convencer a nadie de que sea ateo. No quiero convencer a nadie de nada, pero tampoco quiero que me impongan dioses, ni comportamientos, ni modelos de ser humano.
¿Ha visto Lost (Perdidos)?
No, porque no soy muy de series. Me gustan las autoconclusivas de terror y fantasía, tipo Historias de la cripta. Nada de Continuará...
¿Y los programas Historias para no dormir o Mis terrores favoritos, de Chicho Ibáñez Serrador?
Los veía de pequeño y me molaban, claro. Tampoco había otra cosa muy interesante en la televisión...
¿Siente interés por alguna tribu urbana?
Ninguna en especial, me parecen todas bien. Me gustan mucho los piercings, las intervenciones corporales y los tatuajes, aunque yo no los llevo y sé que aquí el concepto es un tanto superficial. Me hacen gracia los góticos cuando van puestos así como para foto, con unas vestimentas de rollito fetish con cuero, plástico, látex y tal. Todo lo que alegre la vida me parece bien.
¿Alguna filia materializada confesable?
Confesable, no [carcajadas]. Me voy a tirar el rollo para hacerme el interesante...
Sinan, el personaje de la niña amputada que usa prótesis de última generación, comenta en la última entrega de Brian the Brain que "ojalá que todas las guerras fueran frías".
La guerra puede tener su parte buena. La Guerra Fría supuso una competencia salvaje entre las dos superpotencias de la época. Todo eso produjo un desarrollo de la tecnología espacial acojonante, tanto en Occidente como en Rusia. Si todas las guerras fueran así y, en vez de matarse unos contra otros, compitiésemos por llegar más lejos y volar más alto, a lo mejor estaríamos ya colonizando Júpiter... Bueno, Júpiter no, porque es un planeta gaseoso y no se puede vivir. Pero tendríamos una tecnología que nos ayudaría a llevar una vida todavía más cómoda que la actual.
¿Cree que hay guerras justas o buenas?
Yo no creo que haya que medir si una guerra es justa o injusta. Una guerra se hace para ganarla y conseguir algún beneficio. Es una cuestión de fuerza y de dominio.
¿Se nos escapa algo de Motor Lab Monqi?
Bueno, hay un pequeño homenaje a un grupo argentino que me gusta mucho: Reynols. Su batería, Miguel Tomasín, tiene síndrome de Down y es un gran artista. Los otros dos miembros, Roberto Conlazo y Alan Courtis, dan clases en una escuela para discapacitados psíquicos y comentaban que Tomasín era un chico único, con talento artístico. El otro día me contaron, no sé si será verdad, que uno de ellos se había hecho una trepanación, aunque me suena a... Se le habrá ido un poco la olla. En mi cómic Surfing on the Third Wave también había un chico que se hacía una trepanación. Resulta que en los setenta, dentro de una moda no tanto salvaje como underground, se creía que al liberar la presión del cerebro tenías unas experiencias psicodélicas. Pero eso es malísimo para la cabeza [carcajadas].
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