Bebe sin cafeína y no para. Se mueve, gesticula y retuerce cada una de sus explicaciones hasta llevarlas a la lucidez del pirómano que sabe dónde prender. En general, Ángel González García (Burgos, 1948), profesor de la Facultad de Historia de la Complutense, premio Nacional de Ensayo, en 2001, por El resto. Una historia invisible del arte contemporáneo, es un hombre tranquilo, que prefiere guardar balas. Total, la pólvora de su munición no se moja nunca. Vuelve con una buena excusa, un dos por uno: Roma en cuatro pasos y Algunos avisos urgentes sobre decoración de interiores y coleccionismo, publicado por Ediciones Asimétricas.
La primera parte es una elegía y la segunda un panfleto contra lo que ha llamado 'bibelotización' de la experiencia artística, es decir, contra la compra y el amontonamiento de toda clase de 'baratijas artísticas'. En el fondo, el libro es una dulce entonación a favor de una vida menos abigarrada, una reivindicación de los encantos de no tener, movida por 'el furor acumulado durante años de observación intermitente y cansina de casas de gente rica en revistas populares, donde rara vez encontraba yo nada bueno, sólo quincalla del peor gusto', advierte en la introducción del volumen.
González avisa: este fomento del coleccionismo con que ahora se cree garantizar la supervivencia del arte es ridículo. 'El coleccionismo es un despropósito cuando no se trata de una iniciativa seria. Por ejemplo, la colección Carmen Thyssen: no sé si es un malentendido o una superchería, porque esa mujer no es coleccionista. Es una comerciante de arte', empieza fuerte. 'Por más reparo que yo ponga a los coleccionistas, creo que ellos alientan un cierto amor al arte. Pero ella se dedica a comprar obras de arte con el fin de revenderlas mucho más caras. Está empeñada en vendernos eso', explica el autor en referencia a la parte cedida de la colección Thyssen, que deberá resolver el nuevo Gobierno el próximo febrero.
'Carmen Thyssen no es una coleccionista: es una comerciante', dice González 'No tiene sentido que volvamos a tropezar con la misma piedra. Vio que su marido, que sí era un verdadero coleccionista, dio el pelotazo al vendernos esa colección tan desigual, de la que se libran 12 piezas, por una cantidad desmesurada [350 millones de dólares, en 1993]. ¡Y quiere volver a hacerlo!', explica el autor sin ambages. La propia ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, confirmó en una entrevista a este periódico el pasado enero, que la cuantía de alquiler ofrecida por el Ministerio 'no cumplía con las expectativas' de Cervera y que por eso no se cerró el acuerdo.
En ese sentido, dice que una de las pocas cosas positivas que ha traído esta crisis es que 'una operación especulativa de este calibre' no se ha podido hacer. 'Si el Estado quiere comprar obras de arte de calidad, que las compre directamente, pero no lo hagamos a través de esta pintoresca intermediaria, que, además, quiere vendérnosla en bloque. Esperemos que el PP no cometa el error de comprarla'.
'Me parece un escándalo que se cobre en los museos a los propietarios de ese patrimonio'
Para Ángel González, las obras de arte han sido 'secuestradas por los ricos y sus cómplices', por eso no entiende la necesidad del fomento del coleccionismo. Reconoce que le escandaliza que al frente de los patronatos de los dos museos estatales más importantes de este país estén presididos por 'un ricachón' y por 'el hombre de Goldman Sachs en España'. '¿A quién va a poner la derecha? A lo mejor ya están satisfechos... A mí esta gente no me representa, no representa a la gente sencilla. No entiendo por qué hay tantas mediaciones y tantos filtros, me parece un escándalo que se cobre en los museos al pueblo español, propietario de ese patrimonio. En la National Gallery entras y si llueve está lleno de vagabundos, que encuentran en esa casa de musas cobijo y amparo. Aquí sólo falta que nos hagan un tacto rectal', ironiza.
Pero hay una barrera mucho más grave, según el profesor, entre el ciudadano y el arte: la voluntad 'descabellada' de convertir los museos en lugares de conocimiento, 'algo que se está poniendo especialmente de relieve en el Reina Sofía'. 'El arte no tiene por qué transmitir conocimiento. Es un acontecimiento sensorial. El arte debe ayudar al trabajador que vuelve a casa hecho papilla por culpa de un ritmo de trabajo horrible, que el capitalismo impone a los pobres. Lo único verdaderamente revolucionario es reivindicar al arte como instrumento de regeneración corporal frente a los abusos impuestos por el capitalismo. El arte tiene un fuerte poder curativo de un cuerpo machacado por los ricos. El arte ha sido secuestrado por los ricos para que no tengamos ni siquiera ese consuelo'.
'El arte no tiene por qué transmitir conocimiento. Es un acontecimiento sensorial'
No extraña, por lo tanto, que el IVA cultural le parezca de lo más pintoresco: 'No sé por qué hay que dar a los ricos que se dedican a acaparar obras de arte facilidades fiscales, sinceramente, no lo entiendo. ¿Quién pide la Ley de Mecenazgo? Los ricos coleccionistas. Esto es una gigantesca patraña'. Es inevitable pensar entonces en el arte comprometido, en los artistas que denuncian la situación social de los más desfavorecidos y en quiénes compran esas obras de arte, que son los mismos 'responsables del estado ruinoso de los pobres'. 'Para mí ese es un arte esencialmente reaccionario, gente como Santiago Sierra. Estos artistas reactivan un arte que se agota en la propaganda, en la difusión y promoción de ideas que son siempre las ideas de los que mandan. Todo arte de ideas es un arte reaccionario, enemigo de la causa de los pobres', explica González que espera del arte más que una promesa de felicidad.
Para acabar, nueva ración de arte en crudo: el beneficio. 'El arte contemporáneo es uno de los peores negocios que se conocen', zanja. Pero siempre hay excepciones, claro: 'A Carmen Thyssen le ha venido muy bien, pero el 90% de las inversiones en arte son fallidas. Si quieres hacerte rico, no lo inviertas en arte porque lo perderás. Hay gente a la que le toca la lotería, que es lo que está esperando la buena de Tita, que le toque por segunda vez. Pero esto empieza a parecerse mucho a Fabra, al que le toca demasiado la lotería'.
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