Con ustedes, el sumo pontífice de la interpretación: su excelencia Michel Piccoli (Paris, 1925), el actor en activo de mayor prestigio del cine europeo, que a lo largo de más de siete décadas se ha puesto en las manos de los creadores más audaces del siglo XX. La lista es impresionante e inabarcable: desde Melville, a Godard, Resnais, Demy, Ferreri, Hitchcock o Berlanga y, cómo no, Luis Buñuel, de quien fue estrecho colaborador en seis de sus películas.
Precisamente Buñuel, y quizás también Berlanga ambos ateos acérrimos y a la vez profundamente fascinados por la parafernalia católica hubieran reído a carcajadas viendo a su amigo encarnar a los 85 años al mismísimo papa de la iglesia católica, sobre todo sabiendo que se trata de uno recién elegido que, llegado el momento de salir al balcón del Vaticano a saludar a los fieles, entra en pánico.
'Buñuel era un hombre muy moral y esta película de Nani lo es también'
'Buñuel no era anticatólico, sino antirreligioso', recuerda Piccoli en una conversación con Público en Cannes, donde presentó Habemus Papam, el último filme del siempre afilado (aunque esta vez no tanto) Nanni Moretti, que inauguró ayer la 56ª edición de la Seminci de Valladolid, y que llegará a las salas con esta sátira el próximo 4 de noviembre.
'Buñuel nació en una familia muy católica, y eso le dio carta para odiar aún más las religiones. Pero Luis era ante todo un hombre de muy moral y esta película de Nanni lo es también', apunta el actor, que asegura no referirse precisamente a la moral católica. 'Como se muestra en la película, los valores religiosos no son necesariamente los que nos permiten vivir mejor. Muchas veces es todo lo contrario. Las religiones pueden darnos fuerza para vivir, pero no para ser más honestos, como ha demostrado Sarkozy, que suele visitar con bastante asiduidad al papa', apunta sardónico.
Sobre Berlusconi, bestia negra de Moretti (y de buena parte de la sociedad italiana), Piccoli tiene peor opinión que sobre los últimos papas, sea Juan Pablo II ('no confío en el estrellato de los papas') o Rat-zinger ('cuya mala imagen es un reflejo de los prejuicios que seguimos teniendo sobre todo lo que sea alemán'): 'Puedo entender el sufrimiento que sienten muchas personas al tener como jefe de Gobierno a esta persona, que algunos consideran un tipo gracioso, pero que, en mi opinión, es un auténtico gángster'. Tajante.
'Las religiones pueden dar fuerza para vivir, pero no para ser honestos'
El Vaticano que retrata Nanni Moretti no esconde en los armarios escándalos de pederastia ni de finanzas. Es más parecido a un patio de colegio (con partido de voleibol incluido). Los cardenales copian y hacen trampas cuando llega la hora de encerrarse a cal y canto en el cónclave cardenalicio. De puertas adentro, ni dios quiere salir elegido y el más pringado, el que nunca destacó, es llamado a filas para sostener el gran marrón: ser el cabeza de la Iglesia católica.
Michel Piccoli es ese elegido de nombre Melville, guiño más que probable al escritor estadounidense que creó el personaje de Bartleby y su célebre coletilla 'preferiría no hacerlo'. Después del primer brote de pánico, el papa entra de cabeza a una crisis depresiva en toda regla y es entonces cuando acude en su ayuda un psicoanalista, encarnado por Moretti, que no logra evitar que su excelencia huya despavorido del Vaticano para refugiarse en las calles de Roma, donde tratará de encontrarse con su antigua vocación: ser actor de teatro e interpretar a Chéjov. 'Este papa ha estado sufriendo durante toda su vida, porque renunció a convertirse en actor, que era su verdadero sueño. Cuando, después de ir escalando la jerarquía católica, se encuentra en lo más alto, se da cuenta de que no tiene la fuerza en sí mismo para aceptar ese rol', explica Piccoli.
¿Le ha pasado algo similar a él desde que debutó en el cine en 1945? 'No suelo tener miedo', indica. 'Sólo en los ensayos de teatro, pero el pánico se me quita nada más tener enfrente al público'. Lo que sí comparte con el papa de Moretti es la tentación que tiene todo actor: el miedo a ser apreciado por el resto de los mortales. 'El peligro de los actores es que se pueden convertir en personas prentenciosas y desarrollar una actitud según la cual cada una de sus palabras son tomadas como las de un profeta', asegura. 'Para convertirte en actor, y para serlo a lo largo de toda una vida, tienes que aprender a tener control sobre ti mismo, algo que se aplica también a los sacerdotes', apunta. 'Eso de escuchadme porque estoy diciendo cosas maravillosas e importantes es lo que hacen los curas. Como los actores, necesitan pasión en su trabajo y guían a muchas personas', asume Piccoli, 'pero yo, ante alguien que me dice cómo tengo queactuar, respondo: que te den'.
Después de encarnar a la máxima autoridad de la Iglesia católica, provocando centenares de titulares del tipo 'Habemus Papa Piccoli', el actor afirma que le hace gracia y le honra que le llamen el papa del cine, 'sobre todo porque ha sido un placer llevarme la contraria a mí mismo a estas alturas: no sólo soy capaz de hacer papeles desagradables, también puedo encarnar a este papa bueno, discreto y perdido como cualquier ser humano', concluye.
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