La epidemia ornamental se subvenciona con dinero del Estado'. La frase del arquitecto austriaco Adolf Loos, autor de Ornamento y delito (Gustavo Gili), un artículo en el que denunciaba la relamida estética vienesa que a principios del siglo pasado se creyó libre de cualquier obligación funcional, es válida hoy para describir muchas ciudades españo-las que han querido tocar el cielo de la mano del arquitectos estrella.
El mejor ejemplo de ese gusto por la arquitectura icónica, que no atiende a razones presupuestarias ni al uso que los ciudadanos harán de sus edificios, es Santiago Calatrava (Benimamet, 1951). Los seis edificios de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, que en origen eran tres y tenían un presupuesto de 175 millones de euros, han costado ya más de 1.200 millones de euros, y la obra no está terminada. En Illes Balears, si la alternancia política no lo hubiera impedido, las curvas blancas de sus edificios habrían adornado también Palma. Ahora su proyectado Teatro de la Ópera planea sobre la cabeza del ex president balear, Jaume Matas (PP), acusado de malversación de fondos y en libertad bajo fianza de 1,6 millones de euros sólo por ese asunto. Mientras, Calatrava ha cobrado los 1,2 millones que costó el proyecto básico y que no se ejecutará. 'Queríamos tener un Calatrava', declaró el propio Matas para justificar su política.
Los sobrecostes se han convertido con Calatrava en marca de la casa
'Cuando se contratan este tipo de obras, cuya vocación es la excelencia icónica y no la excelencia funcional, se entra en un terreno peligroso para el control público', afirma a Público el crítico Llàtzer Moix, autor de Arquitectura milagrosa(Anagrama), un libro que hace un año adelantaba lo más importante de lo que ahora está llegando a los periódicos. Además de la Ciudad de las Artes, Calatrava ha construido dos puentes (el del Nou d'Octubre y el del Assut de l'Or) y el presidente de la Generalitat, Francisco Camps, declaró que esperaba 'impacientemente' nuevas propuestas de Calatrava. 'Tanta empatía ha dado pie a una situación poco menos que inédita: ya no es el cliente el que pide las obras, sino que es el arquitecto el que las propone y aquel, a su vez, las acepta encantado', añade Moix a este periódico.
En Bilbao, dos obras firmadas por Calatrava han provocado problemas derivados de esa arquitectura del espectáculo que no parece pensar en el ciudadano. La primera sería el puente Zubizuri, al que el Ayuntamiento tuvo que 'añadir' una pasarela para facilitar el tránsito de los peatones, una utilidad pública que el arquitecto cuestionó ante la Audiencia Provincial. Finalmente, el Ayuntamiento de la ciudad fue condenado a pagarle 30.000 euros: la pasarela violaba, según la sentencia, el derecho a la integridad intelectual de su obra. El Ayuntamiento ha tenido también que instalar además una lona para que los peatones no resbalen al pisar las losetas cuando la lluvia las moja. La zona de llegadas de la nueva terminal del aeropuerto de la ciudad, abierta a la calle y a las lluvias de la ciudad, también tuvo que ser modificada y recubierta con una cristalera. Que después de tantas 'correcciones' Calatrava haya firmado también la reforma del vestíbulo, inaugurada hace un mes, podría parecer extraño.
Moix: 'Ya no es el cliente el que pide la obra, es el arquitecto el que la propone'
La dificultad de materializar esos diseños acarrea además unos sobrecostes que, en el caso de Calatrava, se han convertido en marca de la casa. El proyecto de un intercambiador para la Zona Cero de Nueva York, cuyas obras siguen en suspenso, pasó de 2.000 millones de dólares a 3.200 antes de salir de su mesa. 'Es uno de los que proponen una obra más llamativa, pero sus costes no son precisamente los más baratos del mercado', dice Moix. 'Un monumento al ego creativo de Mr. Calatrava', decía el año pasado The New York Times.
'Calatrava define unas estructuras tan complejas que luego generan unos problemas difíciles de manejar', explica Joan Olmos, profesor de Urbanismo de la Universidad de Valencia. Que muchos de sus diseños desarrollan ideas que surgieron primero como esculturas complica tal materialización. Pero hay quien aprecia su valor artístico por encima del coste. 'Sus edificios se han convertido en monumentos en todas las ciudades en las que están', afirma el catedrático Manuel Blanco Lage, miembro del jurado que le dio el Premio Nacional de Arquitectura en 2005.
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