La séptima parte de la Historia de la Literatura española, escrita por Domingo Ródenas y Jordi Gracia, y dirigida por José Carlos Mainer, publicada por la editorial Crítica levantará ampollas. Las primeras dolerán a quienes mantengan la ilusión de construir un relato sobre los fenómenos literarios al margen de los acontecimientos sociales que se entrecruzan desde la derrota de abril de 1939. Los dos autores avisan desde el primer capítulo titulado Bajo el plomo de la posguerra que no caerán en la 'tentación de uniformizar esa vida literaria'.
'La asfixiante coacción del fascismo nacionalcatólico redujo al mínimo los márgenes de actuación pública porque estuvieron estrechamente vigilados y regulados por un fortísimo aparato de control ideológico ejecutado (y avalado) desde los medios culturales, académicos y periodísticos', escriben para aclarar las terribles condiciones en las que tuvo que trabajar la creación literaria y el desarrollo intelectual.
Las otras ampollas picarán a todos aquellos autores y lectores que se hayan olvidado de la tradición de este país en los últimos 70 años, donde la expansión de las libertades políticas y civiles experimentó un crecimiento sin comparación. 'La España del siglo XXI es lo más parecido al sueño cumplido de una larguísima trayectoria de esfuerzos para manumitir a la sociedad española de las fuerzas del tradicionalismo, del integrismo religioso, de las tentaciones militaristas', apuntan en la introducción de Derrota y restitución de la modernidad. 1939-2010, a la venta el próximo 24 de marzo.
Gracia y Ródenas arrancan en la posguerra para retratar la pérdida de la voluntad de modernidad de España: 'Vivía en una autarquía destructiva, exhibía unas nostalgias imperialistas sonrojantes, disimulaba su miedo levantando la voz', y a pesar de eso, cuatro generaciones de escritores más tarde, se demostraba que 'la ceguera ideológica o política de los intelectuales de la victoria' no era indefinida.
'Ni el fascismo ni la bandería política del catolicismo habían captado en los años treinta las simpatías de los grandes', explican para citar a fieles a la República, como Unamuno (que rectificó su inicial adhesión al Golpe frente a Millán Astray), Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado o Valle Inclán ('Que no llegó a vivir una sublevación que hubiese repudiado'). En la obra se señalan los esfuerzos que hizo la propaganda fascista por completar su equipo de intelectuales, que contó con Gregorio Marañón, Menéndez Pidal, Pío Baroja, Pérez de Ayala, Azorín ('Que mostró su querencia por la protección del poder contra los riesgos'), Eugenio d'Ors (de 'inmediata integración como líder ideológico de la falange') y Ortega, que 'había analizado con lucidez el fenómeno fascista sin ceder a su vértigo'. Todos estos autores 'identificaron en el franquismo la garantía de continuidad del orden burgués frente al temor a una revolución anarquista o comunista'.
El grupo de autores falangistas vivió las 'dificultades de conciencia'
Los autores del manual señalan que el exilio cultural no se resignó a deshacerse de su pasado. 'La derrota arrasaba décadas de aproximación a los usos intelectuales y culturales de la Europa contemporánea', por lo que la cultura española volvía a separarse de la modernidad en aras del tradicionalismo católico 'integrista' y del 'nacionalismo hispánico más claustrofóbico'. Los escritores en el exilio expresaron su compromiso con la República y, como aseguran Ródenas y Gracia, la imagen que 'galvanizó' fue que 'la verdadera España había dejado de resistir en la península', para convertirse en una 'dispersa diáspora de creadores y profesores refugiados, desterrados'. La 'nómina del espanto' es amplia: Francisco Ayala, Rafael Alberti, María Teresa León, Ramón J. Sender, Pedro Salinas, María Zambrano, Juan Ramón Jiménez, Américo Castro, Jorge Guillén, Benjamín Jarnés, Rosa Chacel, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre, Arturo Barea, Claudio Guillén, Juan Goytisolo, Joan Ferraté o Mercè Rodoreda, entre tantos.
Durante la década de los cuarenta las limitaciones económicas y estructurales condicionaron la edición con cortes de luz, carestía de papel, censura pero nada se detuvo, incluso aumentó para satisfacer la venta en quiosco. Todos los géneros tuvieron gran actividad, 'incluidas las crónicas más o menos autobiográficas sobre la guerra civil o la experiencia de la División Azul, que fue otro subgénero prolífico desde 1942'. Los autores ponen luz sobre José Janés y José Manuel Lara. El primero regresó de un 'brevísimo exilio' y se convirtió en 'el gran editor literario de la posguerra', gracias a encontrar el modo 'de sortear el mal nombre de su catalanismo evidente anterior a 1939'. Ya en 1949, 'un capitán de la Legión que había entrado en Barcelona con el ejército franquista, José Manuel Lara, fundaría la editorial Planeta', con Somerset Maugham como autor estrella.
En Derrota y restitución de la modernidad también se destacan los tintes religiosos que asumió la poesía, en una tensa y angustiosa relación de un grupo de autores que vivirá las 'dificultades de conciencia' de su adaptación no sólo a la nueva poesía sino a la 'nueva realidad intelectual y política' en los años cincuenta. Ahí aparecen Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco, quienes consolidaron 'la deriva intimista y apesadumbrada' de una poesía del franquismo. Estos años hablan de la rutina de la pobreza intelectual, de una 'inmovilidad autodestructiva', cuya religiosidad pública es 'falsa, impostada y esterilizadora'. En esta Historia se mencionan hombres 'entregados al ideal falangista', como Ridruejo y Laín Entralgo, Antonio Marichalar, Luis Rosales, Bergamín, Rafael Sánchez Mazas o Agustí de Foxá. Todos ellos relacionados con Escorial, el órgano literario de la falange.
'España vivía en una autarquía destructiva', cuentan los autores
De los orígenes de Destino se recuerda su compromiso ideológico falangista y cómo entre 1944 y 1960 se convierte en la 'plataforma natural para los nuevos novelistas españoles'. Gracia y Ródenas aclaran el nacimiento de las malas costumbres de los premios literarios en este país: fueron un instrumento para movilizar al lector de la novela, estimulada con nuevos nombres. 'Los premios literarios en España fueron desde entonces deudores de esa estrategia comercial, porque no premiaban la calidad contrastada de una obra ya publicada, como sucede en la mayoría de los premios literarios en Europa', explican. Lo que entonces pareció una estrategia ingeniosa 'contra una situación de emergencia' se ha vuelto un 'carácter anómalo'. El resultado fue Nada, un gran éxito comercial 'que se leyó fervientemente'. 'Su limpieza ideológica y política, el hecho de que el texto no estuviese contaminado de lenguaje de guerra no de experiencia de poder', explica el impacto de la novela para los autores.
'Faltan muchos años para que el marco jurídico sea democrático, pero la vida intelectual y literaria respira con otros pulmones, menos comprimidos, más oxigenados [] convirtiéndose ya en una paradójica literatura democrática sin democracia', apuntan los autores para inmortalizar los últimos años de los sesenta. Entonces 'varios vencedores publican obras que desactivan toda euforia de victoria; y eso vale para Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes, y desde luego para el Camilo José Cela de San Camilo 36. Pero llegan escritores con miradas 'llenas de coraje', lúcidas y 'ambiciosas con las exigencias del arte moderno', como Juan Benet, Juan Goytisolo, Pere Gimferrer o Juan Marsé. Así como la 'irrupción refrescante' de la obra literaria de los jóvenes latinoamericanos. 'En la literatura española ya nada será igual desde esa felicísima convergencia con las letras hispanoamericanas'.
En su interpretación y descripción, los dos críticos concluyen con las últimas noticias de la literatura española, en el que señalan 'la formidable proliferación de autores'. Dedican un especial análisis a los experimentos mestizos: 'La heterogeneidad de sus fuentes no significa que la tradición literaria haya desaparecido de sus horizontes creativos', simplemente 'se ha hecho añicos'. Fernández Mallo, Vicente Luis Mora, Eloy Fernández Porta o Jorge Carrión confirman que 'la novedad está mucho más clara en los textos teóricos que en las obras literarias'. Sus proyectos 'responden más a la vocación de experimentar que al hallazgo de un experimento consolidado'.
Crisis aguda
En una entrevista a Carlos Barral, en 1970, incluida en el manual, afirma que la novela española se encuentra en “crisis aguda” debido a la “literatura de urgencia, de emergencia” que se hizo a las puertas de la gran transformación del país.
Línea de ruptura
Juan Benet, Luis Martín-Santos y Rafael Sánchez Ferlosio están a la cabeza de una línea de ruptura narrativa peninsular. Sus modelos “desafiaban las convenciones de la progresía cultural del momento, aun cuando el declive de la estética social se hubiese ido combinando con la emergencia de nombres jóvenes”, explican Gracia y Ródenas.
Conexión latina
Entre 1968 y 1970 coexisten con ‘Coronación’ del chileno José Donoso, los cuentos de Cortázar en ‘Ceremonias’ y ‘Conversación en La Catedral’, de Mario Vargas Llosa.
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