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La vida se (es)fuma como un cigarrillo

La escritora francesa Florence Delay publica ‘MIs ceniceros', una metáfora de la brevedad vital y una oda al pitillo

PAULA CORROTO

'Los objetos guardan las circunstancias mejor que la mente'. Con esta frase tan proustiana -recuerden ese sabor de la magdalena-, la escritora francesa Florence Delay (París, 1941) explica su pasión por los cigarrillos, los ceniceros y porqué les ha dedicado su último libro, un recorrido por sus experiencias vitales a partir de estas piezas llenas de ceniza. 'Son los compañeros que me cuentan cosas de mi vida. Yo no tengo memoria. Prefiero olvidar antes que recordar', explica la escritora.

Florence Delay, académica de la lengua francesa actriz ocasional, responde al teléfono desde su casa parisina. Habla un español correcto, estudiado durante décadas después de traducir a autores del Siglo de Oro como Calderón de la Barca y Lope de Vega. El libro Mis ceniceros, que en unos días publicará Demipage en castellano, alude también a un viejo concepto de la cultura española: la tragedia de la brevedad vital. 'Este libro es una metáfora sobre el humo, que para mí es igual a la dispersión. El libro trata de esa llama que se enciende y se apaga como metáfora de la vida breve del ser humano', apunta citando como referentes la obra del compositor Manuel de Falla y la novela del escritor Juan Carlos Onetti.

El estilo literario de Delay es complejo. Sus frases son cortas. Los recuerdos se construyen a partir de flashes, de fragmentos. De hecho, en la traducción del libro al español han trabajado hasta cinco personas. Pero es una estructura que tiene su razón de ser: 'Esta estética está tomada de Ramón Gómez de la Serna. El párrafo es la forma literaria del cigarrillo. Empieza y acaba. Y cada frase es independiente'.

'Este libro es una metáfora sobre el humo, que para mí es igual a la dispersión'

'Todo lo que apaga y se enciende de nuevo es apasionante', escribe Delay en su libro. Hay una muy visible llamada a la sensualidad entre las líneas del relato. El cigarrillo adquiere una imagen sensual que para Delay procede, sin duda, del acto de fumar relacionado con el de escribir. 'Yo escribo desde que tenía 20 años y necesito encender el cigarrillo para encender la frase. Y puedo dejar de fumar, pero no cuando trabajo, porque el pitillo me conduce a la intimidad', aclara Delay.

En el libro, la autora recorre aquellos retratos de personajes que han logrado la trascendencia gracias a tener un cigarrillo entre sus dedos. Es el caso de Humphrey Bogart, André Malraux o Jean Paul Sartre. Ella no se explica bien por qué ahora, mediante photoshop, se acaba de un plumazo con este objeto. De ahí que también ponga en duda las leyes antitabaco que ya funcionan en bastantes países de la Unión Europea. 'Desde luego, fumar es un error y un peligro, pero entre el error y la prohibición hay un margen bastante amplio. Más que prohibir, habría que enseñar a que cada uno sea dueño de sí mismo', reflexiona.

A la transgresión que suscita Mis ceniceros por sus odas a un artículo perseguido ahora por la ley en los espacios públicos, se suma la pasión que la escritora también demuestra por la tauromaquia. Delay llegó al mundo de los toros gracias a los textos de José Bergamín. 'Me hicieron pensar en la música callada del torero', sostiene. Por eso también se le escapa el debate que hay en nuestro país sobre la fiesta taurina: 'Los toros están en toda la cultura española. Acabar con ellos es suprimir la historia de la pintura y la literatura española'.

Florence Delay cierra la conversación hablando de su amor por los escritores españoles. Por Lorca y Calderón. 'No puedo vivir sin ellos'. Tampoco sin el pitillo.

Florence Delay es académica de la lengua francesa desde el año 2000. Ocupa el sillón décimo –en Francia los académicos se clasifican por números y no por letras como en España– y fue precedida por el filósofo y escritor Jean Guitton. Su presencia es, sin embargo, toda una anomalía en la ‘docta casa’ francesa: sólo cuatro mujeres de un total de 40 miembros poseen en la actualidad un sillón en la institución.

“Es cierto, no somos muchas. Y la primera mujer que entró, la escritora Margarite Yourcenar, lo hizo hace 25 años”, señala Delay. La Francia de las revueltas de mayo del 68, de la independencia, la libertad sexual y de la Revolución también tiene sus lastres en los centros de poder. “Es lógico, ya que fue una institución sólo de hombres durante casi siempre. Las cosas cambian, pero despacio”, manifiesta la escritora.

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