La anécdota no hace más que incidir en la burla: de caminata por la cordillera del Taunus (Alemania) un pájaro soltó lo que le sobraba sobre el blanco chaleco de uno de sus compañeros de travesía. '¿Ve usted?', dijo el filósofo pesimista Arthur Schopenhauer burlándose. 'Llevo razón con mi teoría de que vivimos en el peor de los mundos imaginables'. 'Al contrario -contestó el damnificado- a mí me parece que el mundo es todavía soportable. ¡Imagínese que fueran las vacas las que pudieran volar!'.
Su madre le escribe con desaire una carta el 13 de diciembre de 1807, cuando Arthur tiene 19 años de edad: 'Durante los días que tengan lugar mis reuniones puedes quedarte a cenar conmigo, con tal de que te abstengas de tus penosas disputas, que se me hacen molestas, así como todas tus quejas sobre este estúpido mundo y la miseria humana, porque todo ello me hace pasar mala noche o tener malos sueños, y a mí me gusta dormir bien'.
En otra carta, por si no le había quedado claro al joven cenizo, Johanna le insiste sobre sus participaciones en el salón del té entre los amigos de su madre, a los que aleccionaba sobre la verdadera situación del mundo: 'Nadie está dispuesto a soportar un comportamiento como el tuyo y debes cambiar o te hundirás. Te hundirás y te pisotearán en el suelo', franca y directa, cruel y exagerada. No soportaba que los invitados acabaran enfrentándose a él.
A los 150 años de su fallecimiento, la mala sombra con la que Schopenhauer laceró la sociedad en la que vivía sigue lastrando prejuicios. 'El pesimismo de Schopenhauer se concibe como siempre de manera desproporcionadamente exagerada y mueve directamente a la risa o a algún otro tipo de rechazo', escribe el publicista y sociólogo Volker Spierling (Frankfurt, 1947) en el libro Arthur Schopenhauer (que ahora publica Herder Editorial al hilo de la efeméride).
En 1833 se retira a las montañas de Fráncfort, a un buen refugio de eremita, alejándose de la frustración de su carrera académica en Berlín, donde los grandes aparatos teóricos de Hegel machacan su proyección y le defenestran, algo que nunca logrará superar. De hecho, en el inédito al castellano Senilia. Reflexiones de un anciano (Herder) aprovecha para atacar a todos los que le señalaron y se mofaron de su pesimismo metafísico.
El propio traductor de la obra, Roberto Bernet, apunta que es una vieja herida incurable. 'El libro se compone de comentarios, de los apuntes que dejó escritos en cuadernos. Senilia era un proyecto de libro y como tal estaba simplemente esbozado. De ahí que la traducción haya sido complicada porque hay frases recortadas, sin terminar o inconexas', explica Bernet quien destaca las reflexiones del filósofo sobre la decadencia en el uso del lenguaje. Tampoco deja pasar otros aspectos antipáticos como 'su alto desprecio por la mujer, era un misógino terrible y eso queda patente en Senilia.
En Fráncfort, retirado del mundanal y violento ruido, Schopenhauer escribe la mayor parte de sus obras. Su aspecto exterior resulta llamativamente extraño, con ropas pasadas de moda, siempre acompañado de su caniche y confirmando que se siente un extraño entre extraños en su época, que también le resulta ajena: 'Mi época y yo discordamos mutuamente', dijo.
Sin embargo, la imagen del filósofo pesimista nunca dejó ver los árboles. 'Sí da soluciones a grandes problemas. No es un pesimista nihilista como los estoicistas. Schopenhauer está en contra del hombre sin ilusión y acabado por dentro, ajenos a sus posibilidades de desmontar su destino', aclara Manuel Suances, profesor en la UNED de filosofía y autor del libro Arthur Schopenhauer: religión y metafísica de la voluntad, que aprovecha para reeditar. 'Él no quiere reprimir lo que nos da placer, él propone entenderlo para compensarlo, como planteaban los epicúreos. ¡El deseo es el motor de la vida, cómo vamos a apagarlo! ¡Habrá que aprender a utilizarlo!', añade.
Es la crítica al deseo insatisfecho lo que más acerca a Schopenhauer al consumismo desatado del momento. Raúl Gabás, catedrático de filosofía en la Universidad Autónoma de Barcelona y experto en filosofía alemana del siglo XX, busca lazos con el genio alemán: 'Dice que el que desea sufre, imagínate. Deseamos lo que no tenemos y piensa que a base de agitar el deseo el hombre no puede ser feliz. Eso en nuestra sociedad de consumo... Quiere apagarnos el deseo para librarnos del mal', añade.
La manera es algo que no escapa a nadie: subir al monte a contemplar la naturaleza, recoger setas, extasiarse con una puesta de sol o escuchar al río pasar. Es decir, abandonarse a la contemplación para abandonar el deseo. 'En la contemplación hay tranquilidad. En la oferta de bienes de nuestra sociedad está el azote. ¿En una situación de mileurismo de qué nos sirve toda esa oferta de productos? Estamos condenados a perseguir metas que se nos escapan constantemente', habla Gabás de la existencia hipotecada.
La gran crítica que planteó al progreso es equiparable a la que se puede hacer hoy al capitalismo: 'En la ilustración nadie pensó mal del hombre. El marxismo también confió ingenuamente en que el hombre iba a ser bueno'. Schopenhauer, a pesar de ser contrario al marxismo, coincidía con él en la solidaridad, en que la riqueza de uno estaba en los otros, porque ellos ayudan a superar la soledad, la tristeza y el egoísmo.
'Con su estilo pesimista se negó a hacer un panegírico a favor de lo bien que estaban los hombres: fue un hondo conocedor de la miseria humana', explica para subrayar que lo que pudría al hombre de entonces es lo mismo que hace añicos al de hoy: la sed de poder y dominación. El querer ser más es una fuente fundamental de sufrimiento. A más deseo, más dolor.
En este aspecto, la dramaturga Angélica Liddell bebe directamente de Schopenhauer. Ha pasado su mejor verano en el Festival de Avignon representando dos espectáculos, La casa de la fuerza y El año de Ricardo. Al entrar en su página web nos recibe la siguiente cita: 'La vida es una cosa despreciable. He decidido pasarme la existencia pensando en ello', Schopenhauer, por supuesto. 'En cualquier sociedad donde se esgrime la frivolidad, la superficialidad y la estupidez como arma arrojadiza contra el pensamiento, la belleza y la conciencia del dolor, se necesita el pesimismo, los pesimistas son los que se cuestionan la realidad, los que detectan el malestar, los que buscan soluciones', resume la autora.
Así que el pesimismo permite comprender el conflicto de estar vivo y tratar de entender el mundo. 'Hacer del pesimismo virtud me parece una de las políticas más sensatas posibles, y desde luego se puede vivir felizmente al tiempo que se preconiza 'la impiedad del optimismo' (la expresión es suya) que nos rodea', declara el escritor Ricardo Menéndez Salmón, para quien mucha gente no sabe que es schopenhaueriana. 'La filosofía del viejo cascarrabias ha calado hondo en el mundo contemporáneo, sobre todo después del dolor universal procurado por la Gran Guerra. Yo diría que los dos filósofos de más éxito durante el pasado siglo fueron él y su discípulo más perspicuo: Nietzsche'.
A Schopenhauer hay que leerlo con la misma distancia con la que él escribió sobre la realidad y el dolor. Tan irónico como para reírse del mundo que se estetiza, tan sarcástico como para desmontar la sonrisa de una sociedad inexpresiva.
Arte
Para contener el deseo insatisfecho, el ser humano sólo tiene como herramienta la contemplación. 'El necio persigue los placeres de la vida y se ve engañado: el sabio evita el mal', escribe. Por eso, el arte es el camino para la sabiduría, la calma. El arte alivia la dolorosa existencia de vivir pendientes de nuestros deseos.
Deseo
La categoría que nos arrastra al dolor es el deseo. Deseamos lo que no tenemos, sufrimos porque nunca lo conseguiremos. La eterna insatisfacción. Toma la idea de Platón y añade que la agitación del deseo nunca hará feliz al hombre. Sólo el genio es capaz de sustraerse del deseo y separar la naturaleza para recrearla y superar los anhelos.
Moral
La moral como compasión. Piensa Schopenhauer que el mayor sufrimiento del hombre es luchar entre todos. La solidaridad y la compasión librará al ser humano de la caída, que es la existencia. Nuestra individualidad es nuestro cautiverio. La vida misma es dolor porque somos deseo y nunca lo satisfacemos.
Sufrimiento
El mundo es desorden, y maldad por completo: 'Toda vida es sufrimiento', según el propio Schopenhauer. Cualquier creencia en la posibilidad de mejorar el mundo de los hombres se apoya por completo en una ilusión. Lo cual no quiere decir que no haya que dejar de perseguirla. 'Los inagotables esfuerzos por alejar el dolor no sirven más que para cambiar su aspecto'.
Voluntad
La voluntad es la cosa en sí, la esencia del mundo. Voluntad significa ciega pulsión vital, empuje irracional, pero también fuente primordial de toda realidad, materia, dolor, culpa. La voluntad es voluntad de vida. La voluntad es la esencia del mundo.
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