Tony Judt, considerado uno de los historiadores más lúcidos y que mejor ha contado la Europa de posguerra, murió en Nueva York a los 62 años a consecuencia de la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) que le fue detectada en 2008.
Catedrático de historia en la Universidad de Nueva York, en la que ingresó en 1987 tras pasar por la de California y Oxford, Judt es el autor de Posguerra (Taurus, 2006); obra que abarca el devenir europeo tras la Segunda Guerra Mundial y que tiene, según la necrológica hecha por el diario The New York Times, 'el ritmo de una novela de misterio y el alcance de una enciclopedia'.
Nacido el 2 de enero de 1948 en Londres, de padres judíos, se unió a una organización juvenil sionista de izquierdas y pasó varios veranos trabajando en los kibutz de Israel. Tras ser voluntario en la Guerra de los Seis Días perdió su fe en el sionismo llegó a decir que un Estado judío era 'un anacronismo' y se mostró partidario de acabar el conflicto palestino-israelí con la creación de un único Estado para ambos pueblos. Esa posición le originó problemas con los líderes del judaísmo estadounidense, que lo censuraron en conferencias y publicaciones.
Judt era descrito como un historiador 'con una especial habilidad para ver el pasado en el presente'
Después de la Guerra de los Seis Días y tras graduarse en Historia en Cambridge, se fue a estudiar a la Escuela Normal Superior de París para regresar a la Universidad británica y obtener el doctorado en 1972 con una disertación sobre el resurgimiento del Partido Socialista francés tras la Primera Guerra Mundial. Ese escrito fue seguido por varias obras, que culminaron en la década de 1990 en un par de ensayos en los que sometió a una feroz crítica a intelectuales como Jean Paul Sartre y en los que aplaudió a liberales como Raymond Aron y Albert Camus por haberse atrevido a criticar la Unión Soviética y las revoluciones en el Tercer Mundo.
Sin embargo, 'socialdemócrata universal' confeso, en sus últimos años ha dado muchos argumentos para el rearme del progresismo europeo al mostrar la necesidad de una izquierda antiautoritaria que defienda el papel de lo público y del Estado, características que llevaron, precisamente, la prosperidad a Europa tras la II Guerra Mundial.
Judt, descrito como un historiador 'con una especial habilidad para ver el pasado en el presente', trabajó hasta el último momento a pesar de quedar completamente paralizado por la ELA, enfermedad que definió como 'encarcelamiento progresivo sin posibilidad de libertad condicional'.
En un intercambio de correos electrónicos con Público en enero de este año, el historiador mostró que era muy consciente del poco tiempo de vida que le quedaba: 'La esperanza de vida normal es de entre uno y tres años tras el diagnóstico. A mí me la diagnosticaron en septiembre de 2008'.
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