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La indignación activa

BALTASAR GARZÓN

Admiraba el escritor José Saramago desde hace muchos años, pero no le conocí hasta 1999, en un curso de verano de El Escorial dirigido por mí. Saramago habló ese día sobre la vida y el compromiso político de la juventud. Y satinó su intervención con sus clásicas teorías escépticas sobre el futuro del mundo. Veías a todos los jóvenes cautivados por su discurso, como él lo hacía: deslavazado en apariencia, pero con la fuerza suficiente para llevarles al final a donde quería: a escuchar el mensaje de esperanza en un hombre que ya entonces contaba con 77 años.

Era un hombre embarcado en la denuncia permanente

En uno de los últimos textos que escribió se refirió a la situación por la que estoy pasando. Hablaba sobre la incredulidad que le generaba todo el proceso, que va más allá de mi caso personal: pone en juego la memoria histórica del país y la impunidad del franquismo. Un ejemplo más del compromiso militante de José Saramago, de su indignación activa tanto por injusticias como por el abandono a su suerte de las víctimas.

Si le pedías que se implicara en una causa reivindicativa lo hacía sin dudarlo un instante. En el año 2007 escribí con Vicente Romero un libro El alma de los verdugos sobre la intensa represión de la dictadura militar en Argentina. José aceptó escribir el prólogo, y lo hizo a su manera.

Se trataba de un prólogo breve pero durísimo contra los dictadores que impulsaron la represión, pero también de un recuerdo sentido a las víctimas del régimen militar. Era un texto de denuncia pura y dura. Muy suyo. Porque el autor se dejaba llevar por el principio de la indignación activa. Era un hombre embarcado en la denuncia permanente. Un maestro en este sentido.

Era un referente ético indispensable en una sociedad sin referentes morales

Textos como este convirtieron a José Saramago en uno de los referentes éticos indispensables de una sociedad en la hay una grave ausencia de liderazgos morales. Una sociedad en la que se echa de menos la coherencia y el desarrollo ético de una actividad, no solo literaria, sino también política y social. Una sociedad en la que no sobran precisamente las personas decididas a ayudar a los más desfavorecidos y a apoyar las causas más necesarias.

Con su muerte se va uno de los escasos intelectuales comprometidos, uno de los más preclaros, por su coherencia y su capacidad para unir acción social, literaria y política. Siempre fue una persona fiel a sus principios. Hoy día, cuando se echan tanto en falta referentes de todo orden, su presencia pública era un lujo.

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