A finales de los setenta Miguel Trillo (1953) tenía tres pares de zapatos distintos, uno para ir a conciertos de rocabilis, otro para ir con los heavys y el tercer par era el que le abría las puertas a los corazones de los mods con sus corbatas, sus chupas y sus chapas. El fotógrafo se camuflaba para colarse sin levantar recelos entre sus retratados, hablaba con ellos de la música que escuchaban, de las fotografías que había hecho a algunos de sus grupos favoritos y encontraba la complicidad para una pose natural. Para entonces se cocía en España la toma de la libertad, surgía una generación dispuesta a destacar sus gustos ante los de la mayoría y todo aquello sucedía en torno a la música y a la ropa de los adolescentes.
Desde entonces esa ha sido su obsesión, retratos a personas de entre 15 y 23 años de edad, desde Barcelona a Dubai. Pero Trillo no es el fotógrafo viajero que se siente atraído por lo exótico, por lo distinto, por la civilización a punto de desaparecer. A Trillo, esté donde esté, lo que le gusta es hacer la misma foto una y otra vez, no le importa que sean colombianos, marroquíes, londinenses o filipinos, él fotografía a las tribus urbanas, a los raperos y los breakers, a los punks y góticos, los skaters y surferos, los b-boys y b-girls, todos. Tan distintos, taniguales.
Esa ha sido su obsesión, retratos a personas de entre 15 y 23 años
'Siempre he fotografiado al mismo joven, en épocas distintas. Es una forma de negar el tiempo que ha pasado entre las generaciones. He fotografiado a rockers de los años ochenta y noventa que se vestían como los jóvenes de los cincuenta. Ellos mismos te decían que no querían saber nada de la música actual. Para ellos el tiempo no había pasado', dice el fotógrafo para el que las tribus urbanas niegan el tiempo, aunque él se dedique con sus fotografías a recordarles el presente en el que viven. Incluso niegan el espacio, porque 'ya no existen las fronteras' y sus retratos juegan a relatar cómo es la aldea globalizada.
Le gusta su lema y lo rescata en cuanto puede para remarcar ese compromiso con el trabajo de más de tres décadas: 'Insisto, luego existo'. Esta obstinación le ha dejado de lado estos 30 años y sin una revisión notable que haya situado a este profesor de Literatura donde se merece, entre los grandes nombres de la historia de la fotografía española. Pero por fin se rinde homenaje a su carrera con una retrospectiva, que para en el centro de arte Canal de Isabel II de la Comunidad de Madrid, bajo el título Identidades.
Conoció a los personajes de la Movida cuando tenían 16 años
Junto con Pérez Mínguez, Ouka Leele y Alberto García Alix, Miguel Trillo ha sido el otro fotógrafo de la Movida (inexplicablemente olvidado). Estuvo en todos los conciertos, desde el primero de Kaka de Luxe en la Facultad de Caminos, en el año 1978, y conoció a sus personajes cuando ellos tenían apenas 16 años: 'Mi fuerte ha sido haberles cogido cuando todavía eran embriones'. Pero reconoce que no le interesa revisitar aquel momento que se ha llenado de nostalgia, porque lo que sigue buscando es el deseo de libertad. El comisario de la exposición, José Lebrero, incide en este aspecto al asegurar que a Miguel Trillo le interesa captar aquello que a los jóvenes les hace diferentes e independientes.
En aquellas fechas Trillo fotografiaba en blanco y negro y experimentaba con el surrealismo. En seguida se olvidó de lo que estaba más allá de la realidad, porque es un fotógrafo que necesita el parlamento, la palabra con sus sujetos. Antes llevaba dos cámaras a los conciertos: una la cargaba en color y estaba destinada a las fotos del escenario, la otra, cargada en blanco y negro, para el público.
Hasta que se da cuenta de que lo interesante no está en el escenario, como él mismo apunta. En ese momento nace su interés por el anónimo, por el personaje que protagoniza la historia que no se conoce con su actitud, su ropa y su pose. Es en ese momento cuando aparecen esos maravillosos fondos en apariencia neutros, sobre los que empotra a todas sus criaturas. Hay paredes, rejas, cuartos de baño, grafitis, locales cerrados, ladrillo, telas, vallas de obra la ciudad y nada más que la ciudad. Él dice que es como un bodegón, como una naturaleza muerta. 'No sé qué elijo primero, si la persona o la pared', explica.
'No sé qué elijo primero, si la persona o la pared', señala Trillo
También dice que la música es la disciplina artística más cercana al cuerpo y al sexo, al deseo. 'Es la banda sonora de nuestras vidas, algo de lo que uno no se puede desprender. Nadie se puede quitar de encima la música', explica el fotógrafo que ha visto cómo se le negaba su categoría como fotógrafo por estar tan cercano a la música.
'Sólo hablo de una cosa: el placer del cuerpo vestido. Mi fotografía es el retrato de la historia de la diversión, el aprendizaje del placer', descubre Trillo entre las casi 120 fotografías que forman parte de la muestra. Se refiere al placer que produce poder decir 'así soy'. 'El joven siempre puede mentir con sus palabras, pero no con su ropa. Sus ropas le delatan, es mi mejor información para acercarme a ellos'.
'[En mi trabajo] sólo hablo de una cosa: el placer del cuerpo vestido'
No hay acontecimientos históricos, no hay acción, no hay fotografía de la filigrana ni del espectáculo, no hay fotoperiodismo, son imágenes planas, retratos neutros, pero radiantes de credibilidad, veracidad y naturalidad. Las instantáneas de Trillo son sencillamente instantes pasajeros de la vida. Pequeños fragmentos que él ha juntado para montar una ficción. 'En fotografía es muy difícil crear un mundo propio porque lo haces con trozos de realidades ajenas y así es como se crea una narración de ficción. Fíjate en esta exposición: cada disparo serán décimas de segundo, seguro que, si sumamos todo ese tiempo de todas estas fotos de 30 años, no llegamos ni al minuto mira si es falsa la fotografía', explica el Trillo más ingenioso a este periódico.
A todas luces Trillo debe ser una de las personas, por no llamarle científico o sociólogo porque él reniega de esos términos, que más conozca a la juventud de este país desde hace 30 años y destruye tópicos con solvencia: 'Lo que cambia es la sociedad, no los jóvenes. Las familias han cambiado, sus padres han cambiado y ellos también', dice el fotógrafo.
Todos sus jóvenes son personas muy especiales, les ha seleccionado por 'vibración'. Algo que le indica que son ellos y no otros. Un síntoma para descubrirlos: el escupitajo. 'Vamos a ver, no hay escuela de escupidores y los hay que lo hacen con una clase ¿dónde lo aprendieron?', remata con una pregunta a la que ya tiene respuesta: aquí hay mucho espejo, en el escupitajo, en los andares, en el cigarro y en el caminar, aunque todos estén quietos.
La movida
“Soy un fotodocumentalista. Me interesa más el teatro, porque los retratados representan su propia vida, su obra, con su obra y sus poses”, por eso es tan importante entender que la fotografía de Miguel Trillo es fruto de la llegada de la democracia.
Los pijos
Miguel Trillo no quiere ser un cazador, prefiere verse como un pescador, porque estos deben conocer el terreno que pisan para llegar hasta su presa, porque necesitan más tiempo, por la paciencia y porque hay que caminar mucho.
Los raperos
A finales de los ochenta y principios de los noventa, Trillo descubría grupos de hip-hop en la calle. Ellos le daban maquetas caseras y él se las acercaba a los sellos discográficos, así empezaron a grabar muchos grupos que conoció por entonces.
Las ‘b-girls’
El trabajo de Miguel Trillo, como a él le gusta explicar, niega el tiempo y el espacio, porque sus tribus se sienten vanguardia y no masa. No van con lo que les marca el tiempo en el que viven.
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