Cuenta Legs McNeil (Connecticut, 1956) que, por encima de todo, lo que le gustan son las historias. Dolorosas, sórdidas, a veces humorísticas o excitantes, las historias reflejadas en las mil entrevistas que componen El otro Hollywood se suceden sin ningún escrutinio moral por parte de los autores. El volumen, publicado este año en España, rescata las primeras tres décadas del sector a través de las voces de las estrellas y los directores, y del mundo de mafiosos, traficantes, managers y agentes del FBI que han rodeado Pornolandia.
A McNeil y sus colaboradores, la periodista Jennifer Osborne y el experto en crimen organizado Peter Pavia, les llevó siete años reunir y editar los testimonios, informes policiales, sentencias y recortes de prensa que completan la documentación. 'En ese tiempo llegué a llevarme bien tanto con los mafiosos como con los polis', relata McNeil. Fue Pavia quien le puso en contacto con Bill Kelly, agente del FBI que habló por primera vez en público sobre su empeño contra la pornografía. Y a través de Kelly llegó el contacto con los demás agentes federales y sus viejos conocidos del hampa.
'Ya los primeros actores tenían vidas pornográficas: todos se tiraban a todos'
'Se trata de contar su punto de vista, no el tuyo', recomienda McNeil para no colmar con juicios morales peripecias tan tortuosas como la de Pat Livingston, agente del FBI poco a poco absorbido por su personalidad de infiltrado en la mafia y, hoy en día, jugador de golf profesional. 'De otro modo, hubiera sido imposible contar la historia', conjetura.
Así se muestran los primeros pasos de un sector que heredó, con una pequeña ayuda de la mafia, la infraestructura de exhibición de los teatrillos de variedades picantes, hasta la masacre de Wonderland Av., protagonizada por la cocaína y el superdotado Mr. 35 centímetros Holmes. Fuera quedan, a la espera de segunda parte, la irrupción de Internet y el actual declive de las grandes distribuidoras.
Otro peligro era ser visto como un extraño por una escena acostumbrada a escuchar sermones. A McNeil le avalaban su amistad con la ex-actriz Sharon Mitchell y la autoría del guión de Still Insatiable (1999), el regreso de una de las primeras grandes estrellas del género, Marilyn Chambers. Al fin y al cabo, el ambiente del Village neoyorquino en el que se fueron abriendo paso los primeras estrellas del porno desde finales de los sesenta no era tan distinto al que vivió y retrató McNeil en su clásico Por favor, mátame. Una historia oral del punk.
'Prefiero que el lector se pregunte qué haría en esas circunstancias'
'Los primeros actores y actrices llevaban vidas bastante pornográficas, todos se tiraban a todos. Hacerlo con una cámara no era para tanto y estaban contentos por cobrar 100 dólares al día', bromea sobre los años de experimentación vital y sexual que acompañaron a la explosión del género.
Como hippies se retratan a sí mismas en el libro Nina Hartley, la propia Chambers, la todoterreno Georgina Spelvin y el semental pionero Eric Edwards. Dos décadas después, los malogrados hermanos Mit-chell, directores de otro de los primeros clásicos, Detrás de la puerta verde (1972), todavía prestaban su propio teatro a actos contra la guerra del Golfo. El otro Hollywood muestra a esta gente yendo de fiesta con representantes de la mafia que, en efecto, controló el negocio hasta la llegada de las grandes compañías en los noventa. Para McNeil, esto sólo es otra muestra de la ambivalencia humana. 'Por eso prefiero que el lector juzgue por sí mismo, que se haga la pregunta de hasta dónde sería capaz de llegar en esas circunstancias'. Preguntado por cuáles eran sus objetivos cuando empezó a definir el proyecto, McNeil habla de su necesidad de sacar a la luz una historia nunca contada.
'Una vez que el rock dejó de ser peligroso, se hacía necesario buscar en otra parte'
A finales de los noventa, a la escena todavía le dolía la huida de la megaestrella Traci Lords para hacer cameos en el cine serio. El vídeo del roquero Tommy Lee y la actriz Pamela Anderson había convertido el porno en un fenómeno que trascendió el circuito a través de su distribución en Internet. 'Esos eran buenos temas de enganche y yo sentía que debía ir hasta el final, llenar todos los huecos para comunicar esta historia llena de humor y sexo'. Y entonces surge de nuevo el autor de Por favor, mátame. 'Me fijé en que nuestra cultura dejó de inspirarse en el rock&roll y empezó a inspirarse en el porno. Una vez que el rock dejó de ser peligroso, se hacía necesario buscar en otra parte'.
Es probable que solo McNeil consiga hacer profesar un tierno, nada libidinoso, puritanísimo, amor hacia las pornoestrellas, quién sabe si por una ingeniosa transcripción de las entrevistas o el desparpajo de sus personajes. Ítem más: en ‘El otro Hollywood’, el combo lúdico de sexo duro y cocaína por un tubo se transforma en una (dura y cachonda –simpática–) realidad que siempre supera la ficción. Aplausos. A. J. R.
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