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Algo gánster » Los chicos más malos del bajo Chicago

A.J. RODRÍGUEZ

Hablar del género gánster o mafia es hacerlo de machotes con mucho pelo en pecho. Rudos fuera de la ley que van a masacrar la sesera a quien se pase de la raya. Tipos hiperviriles que caminan cojeando como cualquier hijo de vecino. Del Bronx, claro. La prole de De Niro, Dick Tracy, Tarantino. Los hijos del Western llegan a la ciudad a beberse todas las destilerías de Chicago. A consumar con indolentes rubitas, que se tronchan de la risa cuando introducen fajos de cien pavos en sus escotes. ¿Soeces? Sí, ¿y?

Básicamente, Los canallas (Ediciones Barataria), de Eugene Izzi (Chicago, 1953), es un ejemplo rotundo de artesanía narrativa. El autor cumple con todos los lugares comunes del género, y aún así, alcanza la categoría de rabiosamente entretenido. ¿Supone acaso una revolución partir del esquema del bueno (aunque interpreten el código civil a su aire) y muy, muy, muy malos? Claro que no. Sin embargo, el tándem que forman Jimbo, clásico poli misántropo dispuesto a lo que sea para capturar al malo, y GiGi Parnel, que abandona la prisión con algún que otro ajuste de cuentas pendiente, no deja de ser una recreación simbólica del inconsciente macho. A partir de ahí, interprétenlo a gusto. Es decir: a) Como una ironía cachonda de los viejos valores. O b) Como todo aquello que usted siempre quiso hacer, y que debido a los buenos modales, sencillamente no pudo. Consejo al oído: si le asfixian las vacaciones en familia, compre a Izzi. Relax, tómelo con calma.

Catálogo de fetiches mafia

Qué duda cabe, una de las principales audacias conseguidas por Izzi descansa en el vértigo de sus primeras páginas, las más eficaces del ejemplar. Estructurado inicialmente en capítulos breves y ágiles que ponen a funcionar el engranaje textual (luego, cuando el ritmo llegue a velocidad de crucero, vendrán los capítulos más largos), la bofetada tiene lugar con un registro lumpen de éxito, no sobreactuado: el alto porcentaje de accidentes en quienes tratan de reflejar las capas marginales de la sociedad imitando mal a los realistas sucios. Y quien diga que poner a decir tacos a un mafioso grosero no precisa talento, miente.

El resto corre a cuenta del whisky, las putas, el Cadillac, 'el flamante Mercury Cougar', las comparativas jocosas ('Me miraba con la actitud de Geraldo Rivera ante un minorista de crack'), el respeto a los peces gordos y una hemorragia de nombres severos (Barboza, Bitsy, Franchetti, la dóberman Sparky...), que introducen al lector en un caos a la altura del mismísimo Dashiel Hammet.

Eso es: Eugene Izzy también constituye la reencarnación del autor de El halcón maltés, como demuestra su historial de arrestos y su muerte en extrañas circunstancias en el año 1996.

LOS CANALLAS





 

 

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