Hace cien años, Barcelona superaba ampliamente el medio millón de habitantes. La ciudad absorbía pueblos de las afueras, recibía inmigración y crecía urbanísticamente. La época de los atentados anarquistas quedaba atrás y la burguesía, dinámica y emprendedora, se abría al Mediterráneo y a Europa. 'Era la fuerza motriz indiscutible de Catalunya y la capital industrial de España', escribe Antoni Dalmau en Siete días de furia (Destino/Columna). Sin embargo, 'bajo aquella fachada rutilante se ocultaba un gran número de contradicciones de todo orden que acabaría estallando con una fuerza inusitada en los días de la Semana Trágica', sostiene Dalmau.
Las contradicciones se revelan en dos cuestiones clave: un anticlericalismo cada vez más radical y el rechazo a la llamada de reservistas para la guerra de Marruecos. Este conflicto fue el desencadenante de la Semana Trágica del 26 de julio al 2 de agosto de 1909, una rebelión espontánea del pueblo en el que muchos quisieron ver el inicio de la soñada revolución.
'El cambio de siglo, más allá de una animosidad popular más o menos latente y de larga duración contra el clero católico, significó la aparición en la política española de un activismo contrario al poder y a los privilegios económicos de la Iglesia', describe Dalmau.
Mientras en Catalunya aumentaba el número de órdenes religiosas, el pueblo empezaba a desconfiar de la Iglesia, propietaria de grandes riquezas y beneficiaria de importantes privilegios que chocaban con el voto de pobreza. La riqueza del clero regular el perteneciente a las órdenes religiosas, especialmente los jesuitas provocó su impopularidad, alimentada por el anarquismo latente.
Tras la pérdida de las colonias en 1898, el gobierno, presionado por empresarios e industriales, buscó una mayor presencia en el norte de Marruecos. Así, cuando estalló el conflicto, en la mañana del 9 de julio de 1909, el pueblo lo retrató como una guerra injusta y de ricos.
El reclutamiento confirmó la evidencia: 'Los hijos de los plutócratas, que tenían intereses económicos en Marruecos, podían librarse de la guerra a través de una notoria redención económica' [1.500 pesetas, cifra astronómica para las clases populares], considera el historiador David Martínez Fiol, en su libro La Setmana Tràgica (Pòrtic). Las familias de los reclutados, sin sustento económico, se quedaban en la más absoluta miseria.
Barcelona y otras poblaciones de Catalunya vivieron huelga general el lunes 26 de julio. Fue el inicio de una revuelta que, sin embargo, no acabó por convertirse en revolución. El gobierno de Maura se preocupó por convertir la insurrección en un levantamiento separatista de cara al resto de España para aislar a Barcelona. Mediante una represión durísima y arbitraria, que acabó en batalla campal, el gobierno acabó con las barricadas que se levantaron por la ciudad.
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