Fue una pequeña historia que dio nombre a un parque nacional. En 1948, un equipo de la revista National Geographic partió hacia un lugar del que les habían hablado como el hermano pequeño del Parque Nacional de Yellowstone. La carretera desde Cannonville transitaba entre formaciones erosionadas, rocas coloreadas en infinitos rojos, amarillos, rosas, blancos y marrones, que sobre el azul del cielo componía un motivo espectacular suficiente para escribir en el número de septiembre de 1949 un artículo sobre la zona y esas curiosas chimeneas de más de 50 metros de altura, que surgían de la nada, conocidas como 'pipas de arena'.
El panorama debió cumplir con creces lo que los reporteros se esperaban para poder montar un reportaje con fotografías de colores capaces de comerse al lector. Fue el lugar perfecto para llevar hasta las últimas posibilidades una película fotográfica que se había empezado a investigar en una planta entera de un hotel de Nueva York. El poderoso color de aquellas vistas no sólo levantó el número de la revista, sino la atención del Gobierno estadounidense, que decidió designar Parque Natural de Kodachrome a la zona, en honor a la película que contribuyó a dar a conocer la magia mineral de las chimeneas rocosas.
Sólo en EEUU la devoción por un producto puede llevar a ponerle nombre a las cosas y a las canciones. Porque sólo allí el fervor por la mercancía consigue que Paul Simon escriba una canción, en la que el estribillo cante: 'Kodachrome nos das todos esos bonitos y brillantes colores/ Nos das los verdes de los veranos/ Te hace creer que todo el mundo es un día iluminado, ¡oh sí!/ Tengo una cámara Nikon/ Adoro tomar una fotografía/ Así que, Mamá, no me quites mi Kodachrome'.
Sólo allí, del entusiasmo se pasa al odio si el producto no es rentable: 74 años después del nacimiento de Kodachrome, esta película para diapositiva ya no supone ni el 1 % de las ventas de películas fotográficas de la marca Kodak, que la ha retirado del mercado. Comercializaba como la del grano más fino, la más nítida, la de los colores más naturales, la película ideal para fotografías de viajes, naturaleza y aire libre, la más perdurable y fácil de archivar, no podía sobrevivir entre los intereses digitales de la marca decana, cuyos ingresos proceden en un 70% del mercado digital y que cerró 2008 con un beneficio de 287 millones de euros y planes de despido de entre 3.500 y 4.500 de puestos de trabajo.
Lo cierto es que desde hacía muchos años sólo existía un laboratorio en el mundo que revelaba este tipo de diapositivas, el Dwaynes Photo Parsons, en Kansas (EEUU), lo que tampoco ayudaba a que el aficionado se decantara por esta película en vez de otras. En la página web del laboratorio lamentan la extinción del material que durante tantos años les ha dado de comer y anuncian que mantendrán el complicado proceso de revelado en funcionamiento hasta diciembre de 2010. Mientras, seguirán vendiendo los últimos rollos de la película.
Para buscar alguno de los últimos ejemplares de Kodachrome en España hay que pasarse por Fotocasión, en pleno corazón del Rastro madrileño. Allí todavía mantienen sus reservas de cartuchos de Polaroid, que fue la primera marca en sufrir el golpe de lo digital en el uso popular de la fotografía. 'Ahora se venden más que antes. Quizá si se hubiese promocionado mejor años atrás, no tendrían por qué haber cerrado'. Sin embargo, pedir Kodachrome es inútil: 'No tenemos ni uno desde hace cuatro años', justo cuando se cerró el último laboratorio de la película en Europa, situado en Lausana (Suiza).
'Además, era un producto que se compraba con el precio del revelado ya incluido, y al parecer, esa intención no podía tener una regulación legal en la Comunidad Europea, porque lo pagabas aunque se te estropease la película', explica un dependiente. Algunos de los clientes de la tienda que lo utilizaban hace 20 años recuerdan precisamente aquel ritual del revelado: el rollo se metía en un sobre de papel amarillo que se vendía con la película, escribías la dirección del laboratorio, sello y a esperar.
'Cuando había laboratorio en Colmenar Viejo (Madrid) las tenías en casa en cuatro días. Pero los últimos que mandé, a Lausana, ya tardaban semanas', demasiado tiempo para un artículo pensado para el aficionado y las diapositivas familiares de la 'generación Baby Boom', como anunciaba Kodak. Eso sí, este cliente reconoce no haber vuelto a pasar por nada parecido cuando abría el buzón de su casa y encontraba el sobre de diapositivas. 'Podía olerlas desde el descansillo', dice.
Valentín Sama, óptico y profesor de fotografía en la Facultad de Bellas Artes de Madrid y en la escuela EFTI, hizo su primer Kodachrome en 1963, pagó un franqueo de 14 pesetas y recuerda que incluso había un lenguaje de signos establecido entre ambas partes: 'Si cortabas una esquina del sobre querías decir que no necesitabas los marcos de las diapositivas. Además, si había fotos con errores en la toma, ellos escribían unas líneas en el sobre para mejorar tu trabajo'.
Aquel mundo iluminado al que cantaba Paul Simon debía ser grabado y recordado una y otra vez, para que no dejara de irradiar alegría y buen rollo a pesar de la tormenta del Vietnam. Ese día soleado a perpetuidad fue inventado por dos químicos y amantes de la música, uno tocaba el piano y otro el violín. Ambos se llamaban Leopoldo, uno Mannes y otro Godowsky ('Man y God', 'Hombre y Dios', como les llegaron a llamar los empleados de Kodak). A la salida de la película Our Navy (Nuestra marina), en 1917, se lamentaron por la deficiente calidad del color, así que con 800 dólares de un préstamo persiguieron una solución para película de cine amateur en color tricapa.
En 1935 apareció la película Kodachrome para las cámaras de aficionados. Al año Kodak ya comercializaba la primera versión para cine de 8 mm (Super 8), más asequible para los aficionados más modestos, y la película cargada en chasis de película de 35 mm, para cámara fotográfica. El mundo familiar, que trataba de superar el Crack del 29 como podía, ya tenía a su alcance el medio para retratarse.
Y para tomar los acontecimientos de la sociedad en la que vivió, como Abraham Zapruder y la película de 8 mm que filmó del asesinato de John F. Kennedy, en Dallas, el 22 de noviembre de 1963. Su alta calidad, la finura del grano y esas excelencias, hicieron posible los análisis posteriores que reforzaron la teoría de la conspiración con varios tiradores disparando contra el presidente de los EEUU.
Los profesionales terminaron enamorándose de las excelencias de uno de los mejores y más cuidados inventos de la fotografía. Durante 50 años National Geographic sólo publicó imágenes hechas con Kodachrome. Life y Time, sin llegar a esa fidelidad, también dieron constancia de las excelencias.
Estos días han aparecido fotoperiodistas como el conocido Steve McCurry, capaz de las postales más elocuentes, ha dicho que en los inicios de su carrera trabajaba con esta película. De hecho, con ella hizo el famoso retrato de la niña afgana de ojos verdes. Curiosamente, 17 años más tarde cuando volvió a buscarla y la encontró mujer, ya se había pasado a la Ektachrome y al digital, tal y como recomiendan sus patrocinadores.
'Yo trabajé con ella para mis cosas, pero para publicar no servía por los tiempos de entrega' explica el editor gráfico y fotógrafo Chema Conesa 'Era una película perfecta para el aficionado porque tenía una formulación química insuperable'.
El también fotógrafo Juan Manuel Castro Prieto la recuerda como la mejor película que ha tenido nunca. 'Con ella hice mi primera gran fotografía, un retrato a mi abuelo Isidoro, en 1977'. Castro Prieto dice sentirse acorralado. Cada vez hay menos papeles para positivar, menos películas para trabajar. Y Valentín Sama cree que es el inicio de la extinción de una especie y el surgimiento de una nueva: 'La fotografía analógica será algo muy minoritario como lo es el grabado'.
Ese día soleado al que cantaba Simon acabó. El fin del Kodachrome podría ser el final del eslabón que nos unía a mundo sin beneficio pero con grandes inventos.
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