Atención, el justiciero ha llegado a la ciudad: el viernes se estrena, con dos años de retraso, Sicko, documental de Michael Moore (Flint, 1954) sobre el sistema sanitario estadounidense. El sistema, según Moore, está muy malito, pero ¿qué hay del estado de salud artística del cineasta?
Todo empezó cuando el director colgó un mensaje en su web: 'Si desea que yo sepa cómo le han tratado los hospitales (o de qué modo le han arruinado tratando de pagar sus facturas demenciales), si usted ha sufrido un atropello por parte de este sistema enfermo, codicioso y mugriento que le ha causado gran pena y dolor, hágamelo saber'.
Una semana después 25.000 personas habían respondido a la llamada del justiciero. Y las compañías de seguros sanitarios se echaron a temblar. Como cuenta una de las personas que respondió a la llamada, 'disponer de alguien como Michael que escuche y exponga un problema que se ven obligados a afrontar millones de estadounidenses cada día nos da una dignidad que llevamos años sin disfrutar'.
Dos cosas quedan claras. Moore es algo más que un cineasta. Y lo del sistema sanitario de EEUU, el más caro e ineficaz de Occidente, no tiene nombre. Pero, ay, existen muchas maneras de denunciar. Y Moore cada vez dispara con munición más gruesa. Repasemos su historia.
Hijo de unos obreros de la General Motors, el cineasta vio cómo la empresa cerraba todas la fábricas del pueblo (Flint) para trasladar el negocio a países con mano de obra barata.
Así nació su primer filme, Roger and me (1989), que contaba la desintegración del tejido social de un pueblo cuya reconversión consistió en sustituir industria y trabajo por concursos de belleza y parques temáticos. El resultado, digno de una antología de Los Simpson, fue una jugosa combinación de denuncia y sátira política desatada.
Luego vino su consagración con Bowling for Columbine, archiconocida historia sobre la venta de armas en EEUU. Pero los problemas gordos de salud (artística) llegaron con Fahrenheit 9/11 (2004), un panfleto antiBush en el que el director, metidísimo ya en su papel de justiciero del siglo XXI, entraba de lleno, tras varios amagos anteriores, en terreno demagógico. El éxito, eso sí, fue arrollador. Es el documental más visto de todos los tiempos. Costó seis millones de dólares. Recaudó 222.
Ahora bien, Sicko pasará a la Historia sobre todo por alcanzar cotas tendenciosas estratosféricas: testimonios de pacientes llorando desconsolados en el hombro de Michael, bochornosas apologías del sistema de salud europeo (según Moore, ajeno a cualquier tentación mercantilista; Esperanza Aguirre se lo va a pasar bomba viendo esto) y una apoteósica traca final con Moore operando en Cuba a un grupo de voluntarios del 11-S abandonados por el sistema estadounidense.
Con todo, pese a que el director parece haber cambiado definitivamente la sátira política por el moralismo solemne, Sicko también cuenta con la habitual demolición cómica sobre la connivencia entre políticos y grandes corporaciones.
Resumiendo: Moore es como un abogado guerrillero que, enfrentado a un lobby poderoso, le dice a su cliente lo siguiente: o jugamos sucio o nos comen con patatas. Todo vale contra el mal, aun a riesgo de sustituir el cine político por el sentimentalismo de baja estofa. Diagnóstico: demagogia aguda. Pronóstico reservado.
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