Escrito a modo de cuaderno de bitácora, de apuntes de un subsuelo marino al que magistralmente se encargó de honrar en vida y obra, en Fuerade la literatura (publicado por Siruela esta semana) Joseph Conrad (1857-1924) lanza al mar de las letras universales un aviso para navegantes, presentándonos su pasión por una serie de asuntos propios que pueden resumirse en dos palabras: la aventura y el propio término palabra.
Así, entre la aventura y la palabra, es decir, entre el viaje auténtico en el que se pone en juego la honestidad con uno mismo y el afilado instrumento capaz de desencadenar emociones y pensamientos a partes iguales, el autor de El agente secreto tiende un puente de mando y de tránsito al que podríamos bautizar con el nombre de libro, objeto inanimado más cercano al ser humano por 'la precariedad con la que se aferra a la vida'. Siguiendo la estela de las consideraciones conradianas, observamos por un lado que si el mar es para él límpida metáfora de las aguas que bajan turbias de la vida 'Ninfa huidiza cuyo abrazo significa la muerte', por otro lado el libro es detallada metáfora del inconfundible barco: 'Símbolo moral cuyos méritos e inocencia son sagrados'.
¿Autobiografía disfrazada de reflexionario? ¿Memorias camufladas de diario íntimo? ¿Relevamiento catastral de la preciosista tarea de escribir?
En efecto, así pueden leerse estos textos reunidos procedentes de sus misceláneas Notas de vida y letras y Últimos ensayos, según apunta Martínez Lange en su informativo prólogo, que nos muestran cómo dentro de Conrad se dan cita el alma inflamada del capitán de barco y el espíritu sencillo del más humilde de los grumetes, que a pesar de sus disímiles posiciones comparten, sin embargo, una máxima aspiración: sentir la satisfacción del trabajo bien hecho.
Ya nos hable de la impresión cargada de indiferencia que le produjo la noticia del asesinato del archiduque Francisco Fernando, ya de su preocupación por la desaparición de la poesía a manos de la ciencia; bien nos escriba sosteniendo que la búsqueda de la felicidad por medios legales o ilegales es el único tema que legítimamente le cabe desarrollar al narrador, bien lo haga afirmando que la característica principal de los británicos no es el espíritu de aventura sino el de servicio, lo que en realidad subyace a tan incisivo monólogo interior probablemente, la mejor manera de definir este libro es la relación que el hombre Conrad mantiene con el Conrad escritor, es el vínculo por él establecido entre su literatura y su vida, que nunca coinciden.
Porque en este sentidoJoseph Conrad parece hacer suya aquella idea nietzscheana que afirmaba 'una cosa soy yo, otra cosa son mis escritos', revelándonos aquí y ahora sus secretos mejor guardados al respecto, tarea para la cual traza las coordenadas de un mapa cuyos principales sostenes son la responsabilidad consecuente y la sincera humildad ante la libertad de imaginación.
Pero aún nos queda por degustar la cereza del postre para que este tratado adquiera su mejor sabor: la respuesta que ofrece JosephConrad a su obsesiva preocupación por el estilo. Fuera de la literatura, veíamos, está la vida, y para retratar fielmente a tan esquiva modelo es menester contar con las herramientas adecuadas, armas de fabricación casera cuyo modelo no es otro que el aviso, 'que no es literatura', aunque sí probado depositario de una fuerza de prosa que 'a nadie se le ocurriría jamás cuestionar'. En él, fondo y forma, contenido y continente se dan la mano satisfechos, y lo hacen para conjurar juntos una duda atroz que se cierne sobre el logro de la literatura universal, incapaz de guardar fidelidad a un ideal tan noble como el que consigue el aviso para navegantes: el ideal de la exactitud perfecta.
Ideal que, por fortuna, siempre ha vivido dentro y fuera de Joseph Conrad.
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