Un paseo solitario trata de un chico que huye en busca de una sirena que le lleve hasta la ciudad del mar y su destellante jardín de algas. Es un libro sobre lo encantador que resulta plantearse vivir en otro mundo cuando hemos de afrontar la decisión de permanecer o no en el que conocemos, donde el dolor es visceral y la alegría, el amor y la compasión se encuentran en los lugares más insospechados.
Trata sobre un chico, atormentado durante años por los abusos recibidos en un centro de acogida, que está tratando de asumir esa terrible experiencia. Trata sobre el aislamiento en la ciudad cuando las cargas que pesan dentro de nosotros nos separan del borroso tumulto de gente y coches que chapotean en un movimiento siempre creciente alrededor de los contenedores en los que estamos encerrados.
Un paseo solitario brotó, como algo en ebullición, de los dos años de mi adolescencia pasados en un sitio llamado St. Andrews. Permítanme comenzar. Fue en un tiempo no muy lejano, yo tenía 13 años y enfermé de algo llamado desorden obsesivo-compulsivo. Alguien con desorden obsesivo-compulsivo desarrolla un abrumador sentido de la responsabilidad. Por ejemplo, cada vez que toca una puerta puede llegar a sentir que será el responsable del contagio de sida de otros chicos.
Mi desorden obsesivo-compulsivo comenzó cuando tenía 13 años. Yo creía que no podía mantener 'limpio' mi interior puesto que era responsable de algo 'atroz'. Mis rituales y tormentos se centraron en la comida y la bebida, que hacían que mi cuerpo perdiera lentamente la carne para dejar sólo la piel y los huesos. Mi peso y la deshidratación me hicieron ingresar de urgencia en un hospital para niños.
Después fui enviado por las autoridades sanitarias a un lugar al que enviaban a todos los casos difíciles de clasificar, una institución privada llamada St. Andrews, que acogía a toda clase de personas y estaba financiada en gran parte por impuestos públicos.
A simple vista, en St. Andrews nos encontramos con jardines bien cuidados y cursos de golf para médicos y pacientes de pago, que desembolsaban una gran cantidad de dinero para estar en el edificio nuevo como en un hotel, con servicio de habitaciones, televisión y teléfono privado.
Ahora, echemos un vistazo a los viejos edificios desvencijados de sucios ladrillos donde los pacientes provenientes del sistema público eran alojados. Las paredes cubiertas de grafittis, el olor acre de la habitación de aislamiento, las gruesas puertas de las celdas de aislamiento sensorial, sin luz.
Para los pacientes del sistema público, St. Andrews ponía en práctica un régimen llamado Pin Down, basado en los trabajos de B. F. Skinner. Fundamentado en las teorías de Pavlov, que trabajaba en el condicionamiento de perros a través de un sistema de descargas eléctricas y recompensas, Skinner desarrolló la teoría del 'refuerzo negativo'. Este 'tratamiento' emplea un lenguaje complicado para explicar un principio simple: si se castiga el 'mal' comportamiento y se premia el 'bueno' puedes controlar las 'malas' conductas de los seres humanos degenerados.
Y St. Andrews puso en práctica de modo entusiasta esta teoría. La cura de los chicos psicóticos, depresivos y de tendencia autolesiva dependía de que auxiliares de enfermería no cualificados decidieran si 'el chico psicótico número uno' se estaba comportando bien o lo hacía inapropiadamente.
Si se estaba 'comportando bien', entonces le daban un cigarrillo. Si se estaba 'portando mal', suponía un fallo que le privaba del cigarrillo, y si volvía a cometer otro fallo en el mismo día era recluido en la habitación de aislamiento durante 24 horas (cualquier queja sobre la falta de cigarrillos se convertía instantáneamente en el segundo fallo, lo que provocaba la presencia de un equipo de hombres que sedaban al chico para llevarlo al aislamiento).
Si la supresión de los cigarrillos y las 24 horas en la habitación de aislamiento no interrumpían el sufrimiento de un chico con esquizofrenia paranoide con muestras de paranoia y conducta difícil, los enfermeros, esos creyentes en el poder de la rectificación para curar niños, lo remediaban con tres días de 'refuerzo negativo' en una celda de aislamiento.
Muchos de los recuerdos de Wil en Un paseo solitario están basados en los míos propios. Para el momento en que abandoné St. Andrews estaba completamente incapacitado por mi desorden obsesivo-compulsivo, que estaba totalmente fuera de control. No podía tocar nada, ni siquiera tener ningún objeto cerca de mí, aunque fuera algo envuelto con el más inofensivo y delicado de los envoltorios. Un paseo solitario fue mi intento inicial para empezar a trabajar con todo lo que me había pasado.
Y hubo una vez en la que dejé St. Andrews. Fue un tiempo terrible, donde no tuve acceso a ningún tratamiento para mi severo desorden obsesivo-compulsivo, y sus convulsas consecuencias se dejaron sin tratar. Hubo un procedimiento legal, y las autoridades sanitarias ordenaron que se revisara la normativa sobre tratamiento de pacientes con desorden obsesivo-compulsivo. Existía toda una serie de medidas intensivas probadas para el tratamiento del desorden obsesivo-compulsivo. Había tratamiento para el estrés postraumático. Hubo rápidos progresos. Hubo final feliz.
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