A la entrada, su enorme cámara Speed Graphic. Una herramienta tan pesada como manejable. Con ella flaseó a los espectadores en la oscuridad del cine, asaltó a las víctimas de los incendios mientras eran evacuados, entró en la ópera, fotografió ajustes de cuentas, asesinatos, robos, detenciones de mafiosos y travestis, borrachos, ricos y bailarinas destriptease.
La leyenda dice que siempre llegaba primero y sus fotografías lo confirman. Era el único fotoperiodista que tenía permiso para rastrear la emisora de la Policía neoyorquina en 1938 y vivía en un Chrevolet, que no paraba por la noche. De aquí para allá, Weegee siempre trabajando tras la cara más grotesca de la calle.Weegee entre sujetos sin maldad, sin pudor, sin reparos, entregados a la cámara. Weegeesin pretensiones artísticas: apunta, dispara y corre. No importa el encuadre, importa lo espontáneo, hablar con el azar y no traicionarle con reglas.
Los periódicos deseaban su descaro, su cinismo, su ingenuidad, su esperpento y sobre todo su rapidez y espontaneidad. Los motivos por los que Weegee gustó son los mismos por los que sorprende todavía hoy. Curiosamente, lo hemos visto todo o eso creíamos, pero nunca nada tan veraz. Nunca nada tan inesperado. Nada tan antiintelectual. Nada tan fulminante. Todo en la sala de la Fundación Telefónica de Madrid, en la exposición Weegees. New York, una selección de 280 fotografías, fechadas entre los años treinta y cuarenta, procedentes de la colección de Michel y Michèle Auer (compuesta por más de 40.000 fotos, 20.000 libros y 500 máquinas de fotografiar).
Tenía el gatillo rápido, quería triunfar y sabía que podía trabajar toda la noche en Manhattan con la más descarada desfachatez. Porque es el cómplice de todos ellos, porque no tiene nada que ver con las clases más favorecidas en aquellos años de la depresión. Porque su fotografía no es una traición a la miseria: es el retrato de los héroes sin sueños, en una civilización a medias. Obsesionados por borrar los restos de la Segunda Guerra Mundial. Él conoce los problemas de sus personajes y ellos todavía no sabían de los beneficios de la pose, de su mejor cara, del gesto ensayado. Weegee estaba en el paraíso y no lo sabía, en el último refugio de la pureza, donde la foto estaba en su estado más crudo.
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