Tendrá fama de reacio a las entrevistas, pero no a las amistades. En el hall del hotel en el que se aloja horas antes de recibir un Homenaje a toda la vida dedicada al cine, Mario Camus (Santander, 1935) interrumpe una y otra vez la entrevista para saludar a mayores (Alvaro de Luna) y jóvenes (Manuela Velasco). Cualquiera diría que, con tantas amistades, vive lejos del mundanal ruido en el pueblecito montañés de Ruiloba.
¿Cuando le dan un premio honorífico te invitan a retirarte?
Para mí el premio es más una carga que otra cosa, pero hay que ser agradecido. De todos modos no lo considero honorífico, creo que es la Medalla al Mérito del Trabajo. Desde ese punto de vista no es tan siniestro: es sólo un homenaje a un viejo que lleva mucho tiempo en el oficio.
En el Festival se ha juntado gente muy joven con mitos como usted o Borau. ¿Cómo valora su trabajo con respecto al de los jóvenes?
Nosotros –Patino, Picazo, Borau–, hemos sido siempre muy fieles a una escuela, nacida en Italia con el cinema nuovo y que llegó a su máximo esplendor durante el neorrealismo. Es un realismo muy combativo, a veces demasiado serio… estamos muy metidos en eso y somos muy fieles con eso. ¡Claro que entiendo que haya gente que no sea tan pesada!
¿Siente la presión de no poder volver a dirigir?
Cuando trabajas en España, con una industria tan precaria, siempre tienes la sensación de que eres sustituible, de que va a venir otro y te va a quitar la silla. Claro, esto no es EE UU. No se hacen muchas películas así que, si un anciano como yo hace una, eso significa que un joven piensa que él no la podrá hacer. Existe entre la profesión una especie de “odio virtual”, como lo denominó Cioran.
¿Le ve solución al eterno mal del cine español?
No. La jodimos en 1941, por una ley absurda por la que permitimos a los norteamericanos estrenar películas dobladas. A partir de ahí, la guerra ya está perdida.
Paco Rabal, Landa, Concha Velasco, Pepe Sacristán… Ha trabajado con casi todos los actores nacionales. ¿Sabe ya por qué son tan vanidosos?
Porque tienen una profesión muy difícil, exponen mucho. Es más, nosotros, los directores, tenemos una vanidad cautiva, es mucho más complicada y retorcida que la de los actores, que es ingenua, natural.
Usted, que ha sido un gran adaptador de Delibes y Cela, ¿qué lee ahora?
Amos Oz y Philip Roth me parecen escritores fantásticos; las novelas de detectives del griego Petras Markáris y, sobre todos ellos, me encantan las novelas de aventuras marítimas de Patrick O’Brian, que son obras de arte absolutas.
Eso se sale de la escuela…
¡Qué le vamos a hacer!
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