A Ismael Grasa (Huesca, 1968) no le gusta transitar por lo dulzón. Ni por lo pasteloso ni blandengue. A la hora de escribir, prefiere dar al lector algo que le haga temblar, 'que sea algo duro, una sombra, un vértigo, como una especie de nudo en el pelo cuando te peinas. Algo que le sobrepase', explica tranquilo.
De ahí que el mejor ejemplo para ilustrar esta declaración de principios como escritor sea su libro de relatos Trescientos días de sol, editado por Xordica y recientemente premiado por el programa de RNE Ojo Crítico. Como él mismo admite: 'Es evidente que es un libro que linda en los umbrales de la moralidad, puesto que retrata a personajes que están al límite de algo'.
¿No será el hecho de que todos estemos siempre en esa linde una de las claves del éxito de este libro? Y es que, a pesar de haber sido publicado por una editorial pequeña, ya está a punto de lanzarse la segunda edición.
Un verdadero éxito. Sin embargo, Grasa no estima que sea esta cuestión uno de los factores para el abrazo de los lectores. De hecho, él sostiene que nunca pretende transitar por el lado oscuro de las personas, sino que definitivamente, 'me sale. Reconozco que cuando escribo trato de enfrentarme a la vida que veo, y en el fondo, a mi propia vida. Por eso, mis personajes no están en mundos fantásticos, sino reales, pero en los que hay una conflictividad moral, que no es más que la inmoralidad de vivir'.
¿Y cuáles son las consecuencias de la inmersión en el lado retorcido de las personas, incluso de uno mismo? 'Estar asustado todo el tiempo', contesta Grasa, quien al mismo tiempo sentencia que, precisamente, 'la grandeza humana está en darse cuenta del mal, de nuestra inmoralidad y seguir adelante'.
Escritor cibernético
Grasa no sólo camina por las diatribas morales tan propias de la filosofía, materia que estudió y a la que dedica su tiempo como profesor en un instituto de Zaragoza. También está muy relacionado con esos cafés literarios del siglo XXI como son los blogs.
De ahí que tenga su propia bitácora (ismaelgrasa.blogia.com), donde cuelga los artículos publicados en El Heraldo de Aragón, y que participe en el blog creado por un amigo suyo a raíz de los relatos de Trescientos días de sol.
Y es en estas páginas de Internet donde también se desvela parte de la personalidad de Grasa, y ese carácter ácido de 'escribir siempre a la contra', tal y como él reconoce.
¿Un ejemplo? Su reciente post sobre los monjes budistas. Nada condescendiente. ¿Por qué? 'Porque siempre se les tiende a mirar con simpatía y no se piensa que es un régimen tan teocrático como los islamistas. Nuestra conciencia occidental a veces se apoya en falsos iconos', apunta.
En el mismo sentido reflexiona sobre el misticismo que hay con respecto a la India. 'Es que vamos pensando que son pueblos que conservan unos valores que nosotros hemos perdido, pero no es así. La más alta moral y los modos más refinados proceden de la civilización democrática, y eso es lo que nosotros tenemos', apostilla el escritor.
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