El mundo la conoció con NoLogo. Corría el año 2000, el cambio de milenio, pero también la época en la que los mandatarios del FMI, del BM o de la OMC ponían sus ojos como platos por primera vez en 30 años al ver las manifestaciones desatadas en Seattle (EEUU), y, sobre todo, en Génova (Italia).
La canadiense Naomi Klein fue la primera en capitalizar con su libro antimarcas la explosión del movimiento antiglobalización. Ahora, siete años después, esta canadiense ha regresado, pero con otro tono. Más político. Con vistas a hacer daño a la clase política neoliberal que ha asumido que un gobierno funciona como una empresa y que puede manipular a la población siguiendo las prácticas de electroshocks de la CIA de los años cincuenta elevadas a grandes desastres.
A Naomi Klein no le hace falta ponerse un pañuelo palestino y estar detrás de la pancarta. Su nuevo libro, La doctrina del shock (Paidos), es afilado. Es una bofetada a los que se creen que sus países son su cortijo, y una demostración de que ella, o eso dice, no es ninguna marca.
¿Cómo y cuándo comenzó a recopilar todos esos documentos que muestran cómo un shock en la población puede provocar la puesta en marcha de medidas de privatización?
Todo surgió cuando yo estaba en Argentina preparando el documental La Toma sobre lo que ocurrió en este país. Fue en ese momento cuando comenzó también la invasión de Irak. Poco después me enteré de que Paul Bremer (director de la Reconstrucción y Asistencia Humanitaria a Irak) pretendía instaurar el libre comercio en Irak. Eso coincidía con todo lo que yo estaba aprendiendo sobre Argentina con las medidas de libre mercado que se impusieron tras el Golpe de Estado de Videla. Y comencé a investigar.
De todos los casos que analiza en su libro sobre la instauración de políticas de privatización (Chile, Argentina, Rusia, Reino Unido...), ¿cuál le ha llamado más la atención?
Hay dos casos. Uno de ellos es que tras el tsunami que arrasó Sri Lanka y que mató a 40.000 personas, el Gobierno del país aprobó una ley de privatización del agua. El segundo caso fue el descubrimiento de unas actas de una reunión realizada por la Heritage Foundation, cercana a la Administración Bush en la que aparecían 52 medidas para la reconstrucción de Nueva Orleans tras el Katrina. Y todas ellas con un marcado acento neoliberal.
Una de las cosas que más asombra en su libro es comprobar que los impulsores del capitalismo de shock lo gritan a los cuatro vientos... Es decir, que para ellos no es una política vergonzosa.
Sí, tenía interés en mostrar cómo ellos repiten constantemente que para poner en marcha medidas neoliberales de privatización es necesaria una crisis, un shock, que deje a la población desorientada. A mí me han criticado este libro diciéndome que, si forma parte de una teoría de la conspiración contra el gobierno de Bush. Sin embargo, lo único que hago es mostrar lo que ellos han dicho durante todos estos años.
Habla de desastres y después, de la puesta en marcha de políticas neoliberales. Curiosamente, en España tras el 11-M ganó la izquierda, no la derecha.
Doy muchas charlas en diferentes países y siempre termino hablando de lo que ocurrió en España tras el 11-M, ya que es cierto que aquí sucedió todo lo contrario a lo ocurrido en otros países tras un shock. ¿Qué significa esto? Que España demostró que tras una crisis, un desastre, el pueblo tiene la capacidad de decidir cómo quiere reaccionar. Esto es: si quiere apoyar un régimen regresivo o no.
Cuáles fueron las diferencias entre el 11-S y el 11-M?
En EE UU se produjo una regresión y un recorte de las libertades civiles en función del aumento de la seguridad. En España, por el contrario, se reaccionó defendiendo la democracia. ¿Por qué la reacción fue distinta? Bien, yo creo que tiene mucho que ver con el debate actual sobre la memoria histórica y la amnesia que algunos quieren instaurar. Pienso que el rechazo a Aznar tras el 11-M se debió a que a la población les recordó a Franco. Y España ha metabolizado lo que le ocurrió con Franco de tal manera que ahora está preparada para reaccionar e identificar lo que puede volver a ocurrir.
¿Y por qué la sociedad estadounidense apostó por el recorte de libertades?
Cuando algún movimiento intenta cambiar la sociedad con una terapia de shock lo que hace es borrar la historia. Un shock lo que te produce es una desorientación espacial y temporal. Y eso es lo que se ha puesto continuamente en marcha en EEUU. ¿Qué significa? Que el pueblo estadounidense es un pueblo amnésico. Y ya no recuerda nada del genocidio de los indios, de la esclavitud... Esto provoca además que cada cinco años estemos perdiendo la inocencia. Por ejemplo, cuando salieron a la luz de las torturas en Irak la gente se echó las manos a la cabeza como si hubiera sido la primera vez que se torturaba... Con todo esto, lo que quiero decir es que la gente que no tiene memoria histórica es fácilmente manipulable. De ahí que con la población de EEUU se puedan llevar a cabo todas estas medidas.
Por cierto, usted pone de manifiesto que en EE UU hay una endogamia feroz en la política neoliberal. Y ya no sólo de la familia Bush, sino que Rumsfeld, Dick Cheney o Paul Bremer llevan desde los años 70 ocupando puestos de poder. Es curioso, porque es lo mismo que sucede en el PP.
Sí, y es un reflejo del problema de memoria. La población olvida y vuelven a acometer todas las atrocidades una y otra vez. Se sienten inmunes.
La venia católica: uno se confiesa y pone el kilometraje a cero.
Exacto, pero a algunos ya ni les hace falta confesarse.
No puedo dejar de preguntarle por ‘NoLogo'. Usted se hizo mundialmente famosa en el año 2001. ¿Se siente una marca de la antiglobalización?
Cuando llegó la fama me sentí muy incómoda. Sobre todo, me pareció muy injusto que me trataran como una líder del movimiento antiglobalización cuando precisamente este movimiento se caracteriza por su falta de líderes. Es cierto que me convertí en una marca, por lo que decidí desaparecer del mapa. He estado desaparecida durante cuatro años, preparando este libro, el documental de La Toma... Ahora no me siento una marca.
¿Qué opina del libro de Joseph Heath y Andrew Potter ‘Rebelarse vende'? La atacaban a usted por haber hecho de la antiglobalización algo ‘fashion'.
Creo que esa gente no entendió bien lo que significaba el movimiento antiglobalización, ya que lo vieron como una moda. Y no lo es, ya que se trata de un movimiento de oposición al liberalismo. Claro que esta gente lo que quiere al fin y al cabo es menospreciar este movimiento tratándolo como una moda. Sin embargo, si realmente lo fuera, no se lucharía con tanta fuerza contra él.
De todas formas, el sistema tiende a asumir como suyo todo, incluso el movimiento antiglobalización. El mayor ejemplo está en lo ocurrido con el Ché.
Es cierto, siempre habrá quien se ponga la camiseta del Ché porque se siente muy guapo con ella. Pero cuando alguien comienza a aplicar las medidas antiliberales que propugnaba el Ché, la cosa ya se pone más seria. Eso lo podemos ver en la misma Bolivia con Evo Morales.
¿Qué ha pasado con este movimiento? Ya no se oye tanto como a principios de 2000 con las manifestaciones en Seattle o Génova.
Yo creo que hay que verlo en un contexto internacional. El movimiento de resistencia está más fuerte que nunca. De hecho, la OMC está fallando, ya que desde hace cuatro años no lleva a cabo ninguna de sus propuestas. Lo mismo que el FMI o el Banco Mundial. Asimismo, la zona de Libre Comercio ha sido un fracaso. Pienso que ahora mismo el neoliberalismo está en crisis por lo que busca continuamente medidas de choque, fuertes shocks, para poner en marcha sus medidas.
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