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Crisis en la fusión nuclear

Los socios confían en un nuevo director para encarrilar el reactor experimental ITER que se construye en Francia. 

Representación gráfica del reactor Tokamak con el plasma de isótopos de hidrógeno en su interior. Mide 30 metros de alto y 29 de diámetro.

MALEN RUIZ DE ELVIRA

MADRID.- El año que viene el francés Bernard Bigot sustituirá al japonés Osamu Motojima en la dirección general de ITER, el reactor experimental de fusión nuclear en el que participan todas las grandes potencias mundiales. ¿Llegará a tiempo este experto gestor en energía nuclear para salvar el mayor proyecto científico industrial del mundo, destinado a demostrar la viabilidad de obtener energía de la misma manera que se genera en las estrellas? Es lo que se preguntan los socios.

El caso es que el proyecto ITER, que se plasma físicamente en Cadarache (Francia), está sumido en una grave crisis que incluye retrasos, sobrecostes y, sobre todo, la dificultad de manejar una organización multinacional muy grande y muy poco jerarquizada. Como consecuencia, la participación de Estados Unidos en el proyecto está en el aire y el descontento es general.

En el ITER, con un presupuesto que ahora se estima en al menos 13.000 millones de euros, participan Japón, Rusia, la Unión Europea, Estados Unidos, China, India y Corea del Sur. La obra civil está en marcha, así como la fabricación de numerosos componentes del reactor en los países socios, que pueden realizar contribuciones en especie al proyecto y rentabilizar así su participación para su industria.

El proyecto inicial ha cambiado bastante, debido a las dificultades técnicas de concretar algo que no se ha hecho nunca y también, según una de las últimas auditorías, debido a la falta de liderazgo y a una organización inadecuada.

El desafío más importante al que me enfrento es la gestión. ITER dispone de una organización central y siete agencias –una por socio- pero estas trabajan demasiado a su aire”, aseguró Bigot, que proviene del sector nuclear y representaba ya a Francia en el proyecto, en declaraciones a ScienceInsider tras conocerse su nombramiento. La agencia europea, Fusion for Energy, por ejemplo, tiene su sede en Barcelona y está encargada de otorgar los contratos a las empresas europeas mediante concursos. El problema no es que cada país sea capaz de cumplir su parte sino si todos en conjunto serán o no capaces de construir un reactor que funcione dentro de unos plazos y unos costes asumibles.

El coste, recuerda Bigot, representa solo el 0,02% del mercado energético total de los socios deITER. El quiere empezar a influir en el proyecto ya en enero, cuando presente un plan al Consejo del ITER para cambiar la estructura descentralizada por otra global, más parecida a la del Laboratorio Europeo de Física de Partículas (CERN), cuyo último gran proyecto es el acelerador LHC en el que se descubrió el bosón de Higgs. El anterior director general no se irá hasta julio, pero los cambios seguramente empezarán antes, lo que indica la gravedad de la situación, tal como la perciben los socios de ITER.

Estados Unidos, por su parte, conserva en los nuevos presupuestos, recién aprobados, la participación en ITER (de un 9%) pero sometida a que se realicen los cambios en la gestión considerados imprescindibles.

Los siete socios de ITER fundaron oficialmente el proyecto en 2006. El actual director general lo es desde 2010. Originalmente se esperaba que los primeros experimentos para confinar el plasma en el gigantesco reactor tipo tokamak se iniciaran en 2016. Esa fecha ha pasado a ser oficialmente 2020 y muchos hablan ya de 2022 o 2023. Después harán faltan bastantes más años para demostrar la viabilidad de la generación de electricidad. Parece que el irónico dicho -“A la fusión siempre le quedan 50 años”- que corre desde hace décadas por el mundo científico respecto a la obtención comercial de energía por este método, sigue vigente.

ITER, por otra parte, es una instalación nuclear y no le faltan detractores. Aunque tendrá un impacto medioambiental previsto mucho menor que una central de fisión convencional, manejará materiales radiactivos y todo el funcionamiento deberá someterse a las rígidas reglas del sector. También los físicos que confían en otras vías para obtener la fusión que no es la del reactor tokamak (un invento ruso, por cierto), se quejan de que este proyecto acapara prácticamente todos los fondos de investigación en esta área.

Sin embargo, no se puede olvidar que es un proyecto enormemente complejo, que está contribuyendo a obtener nuevos conocimientos en áreas vanguardistas y tecnologías avanzadas y complejas, además de ser un ejemplo de cooperación internacional. Se pueden citar los nuevos materiales, el desarrollo de imanes superconductores, que funcionan a muy bajas temperaturas, el manejo y reciclado del tritio y la operación de instalaciones con mantenimiento remoto. A su alrededor se han establecido asimismo programas menores para investigar en fusión nuclear que mantienen a los científicos en la vanguardia de un área que es de esperar que siga teniendo futuro.

Participación española

España tiene una importante participación en el proyecto ITER, tanto en el campo científico como en el industrial. El Laboratorio Nacional de Fusión (Ciemat) coordina la colaboración científica española, que se financia con fondos públicos.

Como ejemplo de la participación industrial se puede citar el último gran contrato conocido. IDOM, una empresa especializada en servicios profesionales de ingeniería, arquitectura y consultoría con sede en Bilbao, ha obtenido un contrato de 20 millones de euros y cuatro años de duración para la integración técnica de varios instrumentos de última generación que medirán el plasma generado en este dispositivo de fusión. Colaborará con diseñadores de instrumentos de varios laboratorios europeos públicos de fusión así como con expertos de Japón, India, China y Estados Unidos para integrar unos 20 instrumentos de diagnostico. El sistema de diagnóstico ayudará a entender qué ocurre exactamente en la máquina durante la reacción de fusión.

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