Este artículo se publicó hace 9 años.
Acidificación oceánica, el alto precio de mitigar el cambio climático
El Océano Atlántico es más ácido cada año. El mar absorbe parte del CO2 que emitimos, paliando en parte el calentamiento global. La progresiva acidez de las aguas, debido al alto consumo de combustibles fósiles tendrá un serio impacto en la vida marina.
LAURA MARTÍN SASTRE
-Actualizado a
MADRID.-“Reducir al mínimo los efectos de la acidificación de los océanos y hacerles frente, incluso mediante la intensificación de la cooperación científica a todos los niveles”. Es el punto 3 del objetivo Conservar y utilizar en forma sostenible los océanos y mares, uno de los diecisiete que conforman los Objetivos de Desarrollo Sostenible marcados por la ONU, propósitos que los países miembros aprueban esta semana en la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible. Pues bien, de momento, cooperación científica, sí, mitigación de la acidificación oceánica, no.
Así se deduce de la investigación del Departamento de Oceanografía del Instituto de Investigaciones Marinas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), publicada ahora en la prestigiosa revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS). Un estudio que confirma, tras 20 años de investigación, que el Océano Atlántico está acidificándose por la captación de CO2 antropogénico (producido por la actividad humana).
Desde la Revolución Industrial los océanos han captado una tercera parte de las millones de toneladas de CO2 que los seres humanos hemos emitido a la atmósfera a través de la quema de combustibles fósiles o la deforestación. Precisamente es esa captación la que mitiga los efectos del cambio climático, pero también la que ha producido un importante descenso del pH de los océanos. ¿Qué significa esto? Que la química del Océano Atlántico está siendo alterada, y con ello, inevitablemente la vida y ecosistema marino.
El mayor peligro de un descenso de pH de las aguas recae sobre las especies marinas calcáreas
Tal y como explica la profesora de investigación y académica de la Real Academia Galega de Ciencias, Aida Fernández Ríos, quien lidera esta investigación, “en 2004 se observó que la mayor acumulación de CO2 antropogénico se sitúa en el Océano Atlántico. Nos propusimos, por una parte, determinar la evolución de la concentración de CO2 antropogénico en el Atlántico en las dos últimas décadas y establecer en qué zonas y en qué capas de las masas de agua se da una mayor disminución del pH”. La investigación ahora publicada señala que todas las masas de agua se han visto afectadas. “Actualmente el pH de la capa más superficial del océano ha descendido alrededor de 0,1 unidades desde la época preindustrial, y se espera un descenso de hasta 0,5 unidades en en el año 2100, según el 5º informe del IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change)”, comenta la científica.
Una de las preguntas que surgen es cómo responderá la vida marina a esta nueva realidad. Y es que esta investigación muestra el peligro que supone un descenso de pH sobre todo para las especies marinas calcáreas, ya que la fluctuación del pH lleva consigo la del carbonato, componente necesario para la formación de caparazones, conchas o esqueletos. ¿Podrán adaptarse a las nuevas condiciones químicas o llegarán a extinguirse? La investigadora principal de este estudio indica que “a partir de los estudios realizados hasta ahora, parece que existe un porcentaje que muestra que algunas especies podrían adaptarse a las nuevas condiciones químicas e incluso hacerse más resistentes”.
Se trata del primer estudio a largo plazo sobre variación del pH en este océano, una investigación que forma parte, por un lado, de la CATARINA, financiada por el Ministerio de Economía y Competitividad, y por otro, del proyecto CARBOCHANGE, financiado por el Séptimo Programa Marco de la Comisión Europea (2007-2013). Para el desarrollo de la investigación se ha contado, además, con la participación de las universidades de California, Vigo y Bremen, así como con la colaboración de la National Oceanographic and Atmospheric Administration (NOAA).
Pero, ¿cómo se desarrolló esta investigación? Primero obtener muestras, y después analizar. El proceso se inicia así con la toma y muestreo de datos a bordo de buques oceanográficos. En este caso, con tres campañas, en 1993 en el Atlántico Norte a bordo del buque Malcolm Baldrige de la NOAA, en 1994 en el Atlántico Sur a bordo del Maurice Ewing de los Estados Unidos y en 2013 a lo largo del Atlántico a bordo del Hespérides.
“Para obtener los cambios del pH y del carbono antropogénico, así como de las otras variables utilizadas, a lo largo del tiempo, los datos de las dos primeras campañas se llevaron a la posición y profundidad de las estaciones muestreadas en la última campaña. Los cambios de pH fueron separados en sus componentes, asociados con el aumento de carbono antropogénico y con los causados por la actividad biológica”, puntualiza Aida Fernández Ríos.
“Para reducir al mínimo los efectos de la acidificación, se requiere un descenso global de las emisiones de CO2"
A este proceso se suman los numerosos estudios sobre los efectos en organismos marinos: “Se han realizado bastantes estudios del efecto de la acidificación en organismos con caparazones calcáreos, como los cocolitofóridos en los que se observó una reducción en la calcificación y producción de materia orgánica. Especies como las larvas de erizo presentaron deformidades de alrededor del 20%, aunque una gran proporción presentaron crecimiento normal, lo cual indica que esta especie es capaz de aclimatarse. Otros experimentos realizados en laboratorio fueron el cultivo de moluscos que mostraron descensos de calcificación de hasta el 25%, al someterlos a los niveles de CO2 atmosférico previstos para 2100”, explica Fernández Ríos.
La investigación que no termina aquí, “el próximo paso sería realizar un estudio integrado, de los cambios en química como de su efecto en las comunidades marinas, para obtener conclusiones más ajustadas a la realidad sobre los cambios en la biodiversidad y las especies dominantes y extinguidas”.
Y ahora, ¿qué? Fernández Ríos lo tiene claro: “Para reducir al mínimo los efectos de la acidificación, se requiere un descenso global de las emisiones de CO2 y un aumento progresivo del uso de otras energías limpias. No es tarea fácil, ya que los intereses económicos van a prevalecer sobre los consejos científicos y posiblemente se tome un compromiso a largo plazo que no comprometa el estatus quo actual, a riesgo de que cuando se quiera solucionar el daño realizado sea demasiado tarde.”
Mientras esperamos a ver cómo se conforman esos objetivos y medidas de la ONU para un desarrollo sostenible, la cosa en los océanos continúa así: ellos absorbiendo CO2, y nosotros devolviendo el favor con el aumento continuado en las emisiones. Un círculo vicioso donde todos perdemos.
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